“Si el poder fuera un medicamento, vendría con una larga lista de efectos secundarios. Puede intoxicar. Puede corromper. Puede alienar”, escribió el periodista Jerry Useem. Dos siglos antes, el historiador Henry Adams había dicho que el poder es “una especie de tumor que termina por matar la simpatía de la víctima”. No andaba desacertado.
Los efectos del poder en las personas pueden ser devastadores. Muchas personas que ocupan puestos de poder terminan mostrando comportamientos extremos y toman decisiones perjudiciales para quienes están bajo su mando o tienen que someterse de alguna manera a sus normas. A menudo se les acusa de no comprender los puntos de vista de quienes carecen de autoridad y mostrarse insensibles ante sus necesidades.
Los efectos secundarios del poder
Dacher Keltner, psicólogo de la Universidad de California que ha dedicado años a estudiar los efectos del poder, descubrió que “las personas con un mayor sentido del poder experimentaban menos angustia y menos compasión y exhibían una mayor regulación emocional autónoma cuando se enfrentaban al sufrimiento de otra persona”.
Comprobó que las personas poderosas pueden terminar actuando como si hubieran sufrido una lesión cerebral traumática; es decir, se volvían más impulsivas, menos conscientes de los riesgos y, lo que es aún peor, perdían la capacidad para ponerse en el lugar de los demás y comprender otras perspectivas. Keltner lo llamó “paradoja del poder”; o sea, cuando tenemos poder, perdemos algunas de las capacidades que nos ayudaron a conseguirlo.
Un par de años antes, Adam Galinsky había realizado un experimento muy curioso en el que pidió a los participantes que dibujaran la letra “E” en su frente para que otros pudieran verla, una tarea que requería que la persona se pusiera en el lugar del observador. Curiosamente, las personas más poderosas tenían tres veces más probabilidades de dibujar la “E” de la manera correcta hacia ellos mismos y al revés para los demás.
En otros experimentos comprobó que las personas más poderosas también eran más propensas a pensar que las ideas de los demás coinciden con las suyas. En cambio, tienen más dificultades para identificar lo que sienten los demás o para adivinar cómo los demás pueden interpretar sus comentarios. Galinsky mostró a los participantes 24 imágenes de rostros que expresaban diferentes emociones: felicidad, miedo, ira o tristeza. Las personas más poderosas cometieron más errores al juzgar las expresiones emocionales de los demás.
Un estudio más reciente de Sukhvinder Obhi, neurocientífico de la Universidad McMaster, comprobó que esos cambios comportamentales tienen una base neurológica. Lo habitual es que en nuestro cerebro se activen las neuronas espejo cuando vemos a una persona realizar una acción. De hecho, la tendencia a reflejar el comportamiento de los demás es una forma sutil de mimetismo que se produce sin que nos demos cuenta.
Cuando vemos a alguien realizar una acción, la parte del cerebro que usaríamos para hacer esos mismos movimientos se activa. En su experimento, Obhi pidió a las personas que vieran un vídeo de alguien apretando una pelota de goma. En las personas sin poder, ese reflejo funcionó bien: las vías neuronales que usarían para apretar la pelota se activaron con fuerza. Pero en el caso de las personas poderosas, se produjo una reducción del reflejo, como si estuvieran anestesiadas.
En un un estudio posterior, Obhi pidió a los participantes que intentaran hacer un esfuerzo consciente por aumentar o disminuir su respuesta ante los demás. Sin embargo, no hubo diferencias. Las personas poderosas no podían aumentar su nivel de empatía y ponerse en el lugar de los demás.
Quizá lo peor es que las personas que participaron en esos experimentos habían sido objeto de una manipulación para hacerlas sentir poderosas. Por tanto, si una experiencia fugaz de poder puede generar cambios tan drásticos en el funcionamiento cerebral, es probable que años de poder terminen “atrofiando” las zonas vinculadas a la empatía, la compasión y la comprensión de lo diferente.
¿Por qué el poder produce un déficit de empatía?
La pérdida de empatía y el distanciamiento de las perspectivas ajenas no suele ser una decisión consciente sino más bien un “efecto secundario” del poder. Uno de los principales problemas es que las personas poderosas dejan de imitar a los demás. Reírnos cuando los demás se ríen o ponernos tensos cuando los demás se tensan no implica solo conectar con los otros, sino que es una estrategia que nos ayuda a experimentar sus mismos sentimientos, lo cual nos ayuda a entender su origen. Sin embargo, Keltner descubrió que las personas poderosas “dejan de simular la experiencia de los demás” y sufren un auténtico “déficit de empatía”.
¿A qué se debe?
Es posible que limitar esa tendencia a ponernos en el lugar de los demás sea una manera para enfocar la atención hacia las tareas más importantes entre esa multitud de responsabilidades que suelen acompañar el poder. Es decir, el sistema cognitivo de las personas poderosas podría verse sobrepasado por las obligaciones y se reajustaría para optimizar sus recursos. En práctica, su cerebro se reajusta para filtrar la información periférica que considera más intrascendente para lograr funcionar de manera más eficiente.
Otra explicación es que esa distancia psicológica de los demás les ayude a “digerir” mejor las decisiones difíciles que a veces tienen que tomar quienes están en el poder. En práctica, no ponerse en el lugar de los empleados que despedirán o de las personas que afectarán con una ley les ayuda a tomar esa decisión preservando la imagen positiva que tienen de sí mismos. Por tanto, sería una especie de mecanismo de defensa para defender su ego.
En este sentido, un estudio realizado en la Universidad de California reveló que cuando las decisiones a tomar son conflictivas y hay una gran presión, las personas poderosas reaccionan de manera inesperada ya que deciden más rápido y muestran más confianza y satisfacción con su decisión. Además, suelen aplicar una estrategia de alternativas analizando las opciones que favorecen el logro de los objetivos y descartan las estrategias de atributos, que consisten en analizar las características o cualidades de la situación.
Como colofón, Susan Fiske, profesora de la Universidad de Princeton, considera que esa falta de empatía se debe a que el poder disminuye la necesidad de buscar información sobre las personas para poder entenderlas y actuar en consecuencia. En práctica, las personas más poderosas se interesan menos por los demás, individúan menos y, por tanto, son más propensos a caer en estereotipos y prejuicios, simplemente porque no necesitan hacerlo ya que su puesto de poder las coloca por encima de los demás.
Por supuesto, ese déficit de empatía no afecta a todas las personas que tienen poder. Hay quienes siguen preservando su capacidad para conectar con los demás y ponerse en su lugar. A fin de cuentas, el poder no es una posición o un cargo sino un estado mental. Un político puede sentirse poderoso, así como un oficial de los cuerpos de seguridad del estado o un juez, pero también puede sentirse poderoso el dueño de un negocio o incluso el profesor que ejerce cierta autoridad sobre sus alumnos.
Quienes comprenden la responsabilidad que acarrea el poder y lo ven como un estado transitorio que les permite ayudar a los demás y mejorar sus vidas, pueden preservar su empatía. Por desgracia, son pocos, sobre todo a medida que se asciende en esa pirámide de autoridad.
Fuentes:
Li, X. & Chen, C. (2021) When the going gets tough: Power affects the process of making tough decisions. The Journal of Social Psychology; DOI:10.1080/00224545.2021.1874258.
Useem, J. (2017) Power Causes Brain Damage. En: The Atlantic.
Obhi, S. S. & Naish, K. R. (2015) Self-selected conscious strategies do not modulate motor cortical output during action observation. J Neurophysiol; 114(4): 2278-2284.
Obhi, S. S. et. Al. (2014) Power changes how the brain responds to others. Journal of Experimental Psychology; 143(2): 755-762.
Galinsky, A. D. (2012) The Far-Reaching Effects of Power: At the Individual, Dyadic, and Group Levels. Research on Managing Groups and Teams; 15: 81-113.
Fiske, S. T. & Dépret, E. (2011) Control, Interdependence and Power: Understanding Social Cognition in Its Social Context. European Review of Social Psychology; 7(1): 31-61.
Keltner, D. et. Al. (2003) Power, Distress, and Compassion: Turning a Blind Eye to the Suffering of Others. Psychological Science; 19(12): 1315-1322.
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