Agotadas. Estresadas por la presión de trabajo. Corriendo de un sitio a otro para cumplir con los mil compromisos de la jornada. Descansando lo poco que pueden. Durmiendo mal. Con la salud desvencijada…
No es el retrato de los cincuenta años en plena crisis por la menopausia, sino de mujeres jóvenes, treinteañeras sometidas a una tensión que ha hecho saltar todas las alarmas. La caja de Pandora la abrieron psicólogos suecos de la Universidad de Umeå, quienes advierten que las treinteañeras de hoy no solo están más estresadas que las de los años 1990 sino que desde entonces la proporción de mujeres que sufren ansiedad y otras enfermedades disparadas por el estrés se ha duplicado.
El bienestar femenino en caída libre
Los investigadores analizaron a 1.811 hombres y mujeres con edades comprendidas entre los 25 y 34 años de diferentes generaciones: 1990, 1994, 1999, 2004, 2009 y 2014. Les hicieron una pregunta muy simple: ¿Cómo te sientes?
Descubrieron que en las últimas décadas, el grado de bienestar percibido por los hombres ha sido mayor que el de las mujeres y ha ido mejorando sistemáticamente. Sin embargo, en el lado femenino ocurre justo lo contrario: en la década de 1990 solo el 8.5% de las treinteañeras confesaba sentirse mal, hoy esa cifra asciende al 20%. ¿Qué está pasando?
Mujeres jóvenes cada vez más agotadas y estresadas
Los investigadores profundizaron su estudio para descubrir qué está comprometiendo el bienestar femenino. Los datos señalan que las mujeres de hoy están más ansiosas e insatisfechas con su condición económica que en el pasado, soportan una presión mayor en el trabajo y se sienten aplastadas por las expectativas sociales de éxito, proactividad y apariencia física.
De hecho, las dificultades para conciliar el trabajo y la vida privada siguen siendo una de las principales causas del sufrimiento femenino: las mujeres sobrellevan una mayor carga de compromiso, son más sensibles a los conflictos personales en el trabajo y, si se esfuerzan por adaptarse, corren el riesgo de agotarse aún más.
No debemos olvidar que, por razones biológicas, las mujeres son más sensibles al estrés que los hombres. Por cuestiones hormonales, las áreas del cerebro relacionadas con el procesamiento emocional, como la amígdala y la circunvolución del cíngulo anterior, son más “sensibles” ante los estímulos que generan ansiedad. Si a esto se le suma un ambiente de trabajo, social y familiar estresante, es muy probable que la mujer termine desarrollando trastornos del estado de ánimo, como depresión o ansiedad.
De hecho, se estima que aproximadamente un tercio de las mujeres sufren un nivel de ansiedad y depresión clínicamente significativo que afecta su bienestar. Los investigadores alertan que ese tipo de agotamiento psicológico desde los 30 años no solo aumenta el riesgo de padecer problemas psicológicos sino también otras dificultades de salud, como las enfermedades cardiovasculares ya que las mujeres son particularmente propensas a somatizar los problemas emocionales.
Equilibrar mejor y quererse más
Los hombres tienen, como media, 70 minutos libres al día de compromisos más que las mujeres. Esto significa que las mujeres debemos aprender a equilibrar mejor la vida profesional y social con los necesarios momentos de desconexión. Tenemos que aprender a decir que no estamos para nadie, porque necesitamos estar a solas con nosotras.
Debemos recordar que a los 30 años podemos correr y llevar una vida estresante porque el cuerpo nos lo permite pero esa fatiga nos terminará pasando factura rápidamente. Por tanto, debemos ser conscientes de que no tenemos súperpoderes y necesitamos descansar.
No se trata simplemente de aprender técnicas para gestionar mejor el estrés, ir a yoga o practicar la meditación mindfulness sino que debemos hacer un cambio mucho más profundo. Ese cambio empieza por no exigirte demasiado y comprender que no tienes nada que demostrar a nadie que no seas tú misma.
Fuente:
Lidström, M. et. Al. (2017) Time trends of comparative self-rated health in adults aged 25-34 in the Northern Sweden MONICA study, 1990-2014. PLoS ONE; 12(11): e0187896.
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