Comprender el efecto placebo también implica conocer su historia e incluso su raíz etimológica.
La palabra placebo es una conjugación del verbo latino: placere, que significa complacer. En la Edad Media se utilizaba para definir los lamentos de las plañideras profesionales y a partir del siglo XIV la palabra se utiliza para identificar a las personas que tenían comportamientos serviles, afianzándose entonces la connotación denigrante del término.
No fue hasta el siglo XVIII que el término se incluye en un tratado médico, estrechamente relacionado con el origen etimológico de la palabra se definía como: “un epíteto dado a cualquier medicina apta para dar placer al paciente más que para beneficiarlo”. Esta definición, que le roba al tratamiento placebo toda probabilidad de verdadera influencia, se ha mantenido a través del tiempo pues desde esta perspectiva comenzó a formar parte del argot médico.
Si damos un rápido vistazo histórico podremos ver muchísimas referencias a las drogas y tratamientos placebos:
– En China se reportaban alrededor de dos mil drogas y más de 16 mil prescripciones médicas que no tenían ningún efecto real sobre la salud del paciente.
– El papiro de Ebers recoge más de 700 drogas y alrededor de 842 prescripciones de este tipo.
– El Corpus Hipocrático menciona de 195 a 400 remedios placebos.
Esta cantidad de antiguos remedios totalizan 4 785 drogas y casi 17 000 prescripciones registradas. Cifras definitivamente grandes pero lo más alucinante es que en la actualidad los datos no son muy diferentes:
– BMJ estima que en la década de los ’50 al 40% de los pacientes que consultaban a los generalistas se les recetaba un placebo.
– Solo un 20% de los fármacos usados actualmente han demostrado científicamente ser efectivos.
– Existe un amplio rango de síntomas y enfermedades como el dolor, la hipertensión, el asma y la tos que se alivian en el 30 y el 40% de los pacientes después de tomar un placebo. También son muy usados para el tratamiento de la cefalea, el resfriado y la angina de pecho.
Actualmente su mala reputación se debe a que continuamos creyendo en dos mitos:
– Si la condición de salud mejora con un placebo es porque la causa del problema estaba en la mente.
– Si un placebo tiene una elevada efectividad impugna el valor del resto de los medicamentos que utilizamos.
Una de las raíces de estos mitos se pueden encontrar en una mentira contada por una enfermera de la Armada durante la II Guerra Mundial. La enfermera en cuestión ayudaba a un anestesista llamado Henry Beecher que estaba sirviendo a las tropas norteamericanas bajo un fuerte bombardeo alemán. Cuando la provisión de morfina se empezó a acabar, la enfermera aseguró a un soldado herido que iba a inyectarle un potente calmante aunque en realidad la jeringuilla sólo contenía agua salada. Asombrosamente, la falsa inyección alivió la agonía del soldado y evitó el inicio del shock.
Finalizada la guerra, cuando Beecher retomó su puesto en Harvard se convirtió en un médico reformistas. Inspirado por el acto curativo de la enfermera inició un movimiento para promocionar un nuevo método de prueba de las medicinas para averiguar si eran verdaderamente efectivas. Si bien esta idea luchó contra el curanderismo reinante, también provocó un efecto secundario: los placebos fueron definitivamente estigmatizados.
Sin embargo, en la actualidad su rol curativo se está retomando, un ejemplo lo hayamos en las más recientes investigaciones que ya he referido en este sitio y que explican el funcionamiento del placebo. Además, farmacológicamente hablando, el placebo puede:
– Causar los mismos efectos analgésicos de drogas como la morfina pero sin sus consecuentes efectos secundarios para el sistema cardiovascular.
– Interactuar con otras drogas activas potenciando sus efectos.
– Puede invertir los efectos de drogas activas.
Así, el placebo se muestra como un tratamiento bastante eficaz que ha sido utilizado a lo largo de los siglos y que de seguro continuará utilizándose ya que no presenta los consabidos efectos secundarios o adversos de drogas más potentes.
Fuentes:
Bayés, R. (1983) Bioretroalimentación y efecto placebo. Revista Latinoamericana de Psicología; 15(1-2): 63-85.
Shapiro, A. K. (1959) The placebo effect in the history of medical treatment implications for Psychiatry. American Journal of Psychiatry; 116: 298-304.
Velázquez, A. (s/f) Placebos: Definición. Hospital Italiano de Buenos Aires. Cátedra de Medicina Familiar.
Deja una respuesta