Cuando alguien se comporta de manera gentil y solidaria usualmente decimos que se trata de un buen samaritano. Este término proviene de una historia bíblica; para aquellos que no la conozcan baste decir que un buen día un judío fue agredido por unos ladrones y fue abandonado a su suerte; muchas personas pasaban por su lado pero por una causa u otra no le ayudaban hasta que pasó un samaritano que, a despecho de las diferencias entre sus pueblos, le salvó la vida.
Sustentándose en la profunda enseñanza de esta historia, los psicólogos John Darley y Daniel Batson se propusieron investigar si la religión tiene algún efecto sobre el comportamiento de ayuda al prójimo. Así, sus sujetos de investigación fueron 67 seminaristas del Princeton Theological Seminary.
Los investigadores se plantearon algunas hipótesis de partida:
Hipótesis 1: El hecho de que las personas estén pensando en cuestiones religiosas no afecta sus conductas de ayuda al prójimo más que si se encuentran pensando en cualquier otro asunto.
Hipótesis 2: Las personas apresuradas brindarán menos su ayuda en comparación con aquellas que no tienen prisa.
A la mitad de los seminaristas se les brindó la historia del buen samaritano y se les pidió que realizaran un sermón sobre la misma. La otra mitad de los seminaristas tuvo la tarea de preparar un sermón sobre las oportunidades de trabajo.
Para darle otra vuelta de tuerca, a los participantes en el experimento les brindaron tiempos diferentes de entrega del sermón así que algunos realizaron la tarea con prisa y otros no. Posteriormente, en el camino que conducía al edificio donde debían dar su sermón, una persona se dejó caer en un callejón simulando un accidente. Las condiciones se habían arreglado para que algunos jóvenes tuviesen el tiempo justo para llegar al sitio donde debían dar el sermón mientras que otros tenían suficiente tiempo de forma que no estaban apresurados.
Posteriormente a las personas se les pidió que llenaran un cuestionario donde se les preguntaba cuándo fue la última vez que vieron a una persona en apuros y la ayudaron. Cuando los seminaristas no reconocían haber visto recientemente a una persona demandante de ayuda o si afirmaban que no la habían ayudado, se desarrollaba una entrevista posterior para analizar las causas de este comportamiento.
Los resultados fueron muy interesantes: los seminaristas que preparaban su sermón sobre la ayuda al prójimo no se detuvieron a ayudar a la persona en apuros más veces que el resto de los seminaristas que hablarían sobre las oportunidades de trabajo. Sin embargo, el factor que se perfiló como verdaderamente importante para brindar ayuda fue el tiempo: el 63% de los jóvenes que no estaban apresurados ayudaron al necesitado, este número disminuyó al 45% cuando tenían una prisa intermedia mientras que aquellos que estaban apresurados generalmente no ayudaron a la persona «accidentada».
¿Qué nos dicen estos resultados? Las interpretaciones pueden ser muy diversas, una de ellas, de carácter pesimista nos diría que las personas son hipócritas, ¿cómo se puede hablar sobre la bondad y la solidaridad con el prójimo delante de cientos de personas si nosotros mismos no asumimos estos valores? De hecho, los propios investigadores utilizan una frase muy ilustrativa: «la ética se convierte en un lujo cuando el ritmo cotidiano de nuestras vidas aumenta».
No obstante, las entrevistas posteriores arrojaron algunos resultados interesantes: entre los jóvenes que no ayudaron a las «víctimas», algunos reconocieron una decisión consciente de no detenerse a prestar su ayuda; es decir, se percataron de la existencia de un dilema ético. Sin embargo, una buena mayoría reconocían haber visto a la persona en apuros pero esta idea parece no haber sido «trabajada» con profundidad en el momento del encuentro. Así, la respuesta empática ante la problemática del otro no se suscitó y los jóvenes ni siquiera percibieron la escena como un dilema ético.
La explicación a estos comportamientos puede ser muy diversa: sabemos que todos tenemos una jerarquía de valores y necesidades pero esta jerarquía no es inmutable y con frecuencia, en dependencia de la situación en la cual estemos involucrados y las necesidades que experimentemos, estos valores pueden cambiar su ordenamiento haciéndonos optar por un comportamiento u otro. Esta podría ser una posible explicación al por qué los jóvenes, aún percatándose que había una persona en apuros, no se detuvieron a prestarle su ayuda.
Otra hipótesis explicativa nos hablaría del hecho de que, debido a nuestra capacidad cognitiva limitada, cuando estamos demasiado embebidos en una tarea, aunque podemos percibir las cosas que suceden a nuestro alrededor, no somos 100% conscientes de las mismas en tanto no las procesamos en todo su nivel de detalles. Así, los jóvenes percibieron el accidente pero no fueron capaces de percatarse de que ellos podían brindar su ayuda.
No obstante, aún hoy no existe un consenso psicológico sobre las causas de estos comportamientos, probablemente porque detrás de cada decisión se esconde una razón diversa.
Fuente:
Darley, J. M., & Batson, C. D. (1973) From Jerusalem to Jericho: A study of situational and dispositional variables in helping behavior. Journal of Personality and Social Psychology; 27: 100-108.
Anónimo dice
Enhorabuena por el Blog.Artículo muy interesante.
Anónimo dice
Lo que no está en el corazón no está en los ojos.