
La música provoca efectos diversos en nuestros estados de ánimo, de una forma u otra nuestros antepasados también se percataron de este fenómeno y comenzaron a utilizar las notas musicales con fines eminentemente mágicos-religiosos. Aunque cada cultura posee sus propios ritmos característicos, la esencia de la música utilizada por los shamanes, los hechizeros o incluso algunas religiones contemporáneas continúa siendo la misma: provocar un estado de apertura en la persona hacia las ideas que se intentan inculcar.
Así, algunos ritmos demasiado agresivos llegan a provocar verdaderos estados alucinatorios.
En las culturas primitivas el sonido monótono y rítmico se utilizaba para influir en el bienestar o en el comportamiento de la persona o el grupo aunque los estados de éxtasis, trance o hipnotismo son un elemento esencial en los bailes ceremoniales, sobre todo en las culturas africanas. En las más diversas manifestaciones de estas creencias religiosas se produce un baile frenético instigado por los sonidos de la percusión que facilita el trance religioso. En el denominado Baile del Fantasma los indígenas de Norteamérica formaban un círculo y bailaban monótonamente hasta que uno tras otro iban cayendo rígidos al suelo. Variantes de este baile se realizan actualmente en algunas zonas africanas y en países cuyos descendientes mantienen las costumbres ancestrales como son: República Dominicana, Haití o Cuba.
Sin embargo, en la cultura azteca también se practicaban estos bailes con ritmos que recuerdan un tanto al moderno rock and roll.
Como dato curioso y para aquellos que piensen que los estados catatónicos o de éxtasis solo son producidos por la música de origen africano, actualmente se está desarrollando una tendencia muy similar y «chic«: las fiestas de Goatrance y en particular el ritual de baile trance de Goa Gil que nació al sudeste de la India pero que se ha extendido al occidente. En síntesis, el ritual de Goatrance es una versión contemporánea del ancestral ritual shamánico usado para obtener sanación espiritual, rejuvenecimiento y potenciar el sentido de comunidad. Éste ritual gira alrededor de un intenso periodo de baile que dura toda la noche y hasta la mañana siguiente donde los participantes se mueven rítmicamente con la música electrónica, cuidadosamente seleccionada, que induce estados de trance.
Sin embargo, como se ha perfilado, la música sola no basta para provocar estos estados, se deben mezclar dos componentes esenciales más: la sugestionabilidad y el movimiento corporal. Una persona que no crea en la posibilidad de experimentar un estado de trance religioso difícilmente vivenciará esta experiencia, debe poseer una personalidad sugestionable. Apunto que por suerte o desgracia la mayoría de nosotros somos altamente sugestionables.
Por otra parte, el movimiento corporal unido a las melodías rítmicas produce un curioso efecto en los centros del equilibrio y por lo tanto, en los lóbulos temporales, principales encargados de la orientación espacio-temporal, de esta manera, muchas veces la persona que baila sufre un proceso de desconexión con la realidad. Por otra parte, el hecho de tener que coordinar los movimientos durante el baile disminuye la atención consciente que podemos dedicar a la música, que será percibida esencialmente a través de las estructuras cerebrales más antiguas, lo cual aumenta su potencial hipnótico. A la vez, el baile rápido y por largos periodos de tiempo produce cansancio y fatiga que reducen los niveles de azúcar y oxígeno en la sangre induciendo la reducción de las ondas cerebrales y la liberación de manera endógena de opiáceos.
Claro, el sonido repetitivo y percusivo ritual cambia los patrones de las ondas cerebrales: aumenta la actividad theta en las regiones temporales y frontales y disminuye la actividad delta de la región occipital. Esta nueva dirección de las ondas cerebrales puede propiciar las sensaciones visuales como: ver colores, patrones y movimientos que conducen a la vivencia de alucinaciones muy organizadas. Así, la música se convertiría en el patrón director de las experiencias catatónicas y alucinatorias.
No obstante, los efectos de la música no se quedan ahí, la agresión sonora también es utilizada para propiciar estados de sumisión que favorecen el indoctrinamiento. Tal fue el caso tristemente célebre del Mandarom en los tiempos de Gilbert Bourdin cuando encerraban en un templo a los adeptos y a través de aparatos sonoros similares a las sirenas de alarma repetían incansablemente el sonido: “om”.
Similares efectos alucinatorios son producidos en el seno de los templos evangélicos.
En síntesis que la música, como la mayoría de las creaciones humanas puede ayudar a salir de estados depresivos, enfrentar la ansiedad, favorecer el aprendizaje pero también puede ser un instrumento de dominación.
Fuentes:
McAteer, M. (2002) Redefiniendo el ritual ancestral shamánico para el siglo XXI: Goa Gil y la experiencia del Baile Trance. Tesis del departamento de Filosofía, Religión y Psicología. Reed College: Oregón.
Winkelman, M. (2002) Shamanismo como Neuroteología y psicología evolucionaria. Científico conductista americano, 45(12): 1875-1887.
Rouget, G. (1985) Musica y Trance : Una teoría de las relaciones entre la música y la posesión. Chicago: University of Chicago Press.
Tito dice
Muy interesante. eso explica muchas cosas que se ven hoy.