
Los niños se desarrollan a través de las relaciones que establecen con las personas que los rodean. Como dijera Vigotsky, todo lo que es intrapsicológico, en algún momento fue interpsicológico. Así es como aprenden el lenguaje, comprenden las normas sociales y desarrollan sus habilidades. Sin embargo, la capacidad para relacionarse está profundamente dañada en los niños que sufren autismo.
Estos pequeños tienen grandes dificultades para aprender a participar en el dar y recibir de la interacción humana cotidiana. Incluso en los primeros meses de vida, muchos no interactúan y evitan el contacto visual. Parecen indiferentes a otras personas y con frecuencia parecen preferir estar solos. Pueden aceptar pasivamente los abrazos y las caricias pero raras veces corresponden. Para los padres, puede parecer como si su hijo no estuviese unido a ellos.
Los niños con autismo también son más lentos en aprender a interpretar lo que otros están pensando y sintiendo. Las señales sociales más sutiles, como una sonrisa, un guiño o una mueca, pueden tener muy poco significado para ellos. Cuando el niño no comprende estas señales, la frase «ven aquí» siempre significará lo mismo ya que no entenderá si la persona está molesta o quiere un abrazo.
Sin la capacidad de interpretar los gestos y las expresiones faciales, el mundo social puede ser desconcertante. Para agravar aún más el problema, los niños con autismo también tienen dificultades para ver las cosas desde la perspectiva de otra persona. La mayoría no puede entender que los demás manejan diferentes informaciones, sienten cosas diversas y tienen objetivos diferentes. Esta incapacidad hace que sean incapaces de predecir o entender las acciones de otras personas.
Aunque no es algo universal, es común que las personas con trastornos del espectro autista también tengan dificultades para regular sus emociones. Esto puede traducirse en una conducta «inmadura», como llorar en clase o tener arrebatos verbales en situaciones inapropiadas. En algunas ocasiones estos niños pueden llegar a ser agresivos ya que tienen una tendencia a perder el control, en particular cuando están en un ambiente extraño y abrumador o cuando están enojados y frustrados. Entonces pueden romper cosas, atacar a otras personas o hacerse daño a sí mismos. En su frustración, algunos se golpean la cabeza, tiran de su cabello o se muerden los brazos.
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