La sexualidad es un tema que no deja de ser interesante para la mayoría de las personas; la masturbación un poco menos, quizás porque aún arrastramos antiguas creencias que la asocian a lo prohibido, sucio o pecaminoso.
Según Thomas W. Laqueur, profesor de Historia de la Universidad de California, la masturbación no fue un tema que despertase un gran interés a las personas que estaban en el poder hasta que en el 1712 John Marten publicase un libro pomposamente titulado: “Onania” donde se hablaba de la masturbación en ambos sexos e incluso se brindaban consejos para aquellos que ya hubiesen sido víctimas de las nefastas consecuencias de esta práctica “abominable”.
En el libro, además, se dejaba entrever que el pecado de Onán era la masturbación; si bien todos los conocedores del texto bíblico saben que su imposibilidad de tener hijos se debía realmente a la práctica del coitus interruptus. Pero como ya sabemos que muchas cosas no son como deberían ser sino que adoptan caminos muy diversos, el libro se convirtió en un éxito en el cual se sustentaron algunos “listillos” para proponer sus remedios contra la masturbación.
Golpeando dos de las cuerdas más sensibles de aquella época cultural: la privacidad y el desenfreno; inmediatamente el poder (me refiero fundamentalmente a los políticos y a los intelectuales) consideró este acto sexual como vergonzoso y se aprovechó del desconocimiento de la gran masa, de su pasión religiosa y de su miedo.
No obstante, debe puntualizarse que mucho antes de 1712 ya las personas consideraban que el cuerpo sufría las consecuencias de las malas conductas. La medicina era una suerte de guía moral que también incluía la ética de la carne; si bien este papel aumentó considerablemente en el siglo XVIII, cuando en los círculos progresistas las normas morales comienzan a fundirse con la naturaleza y se enseñan en las escuelas. En ese contexto no es sorprendente que las angustias culturales fueran transformadas en enfermedades.
Así, los médicos comenzaron a asociar la masturbación con las más diversas enfermedades, tanto del alma (carácter pobre y homosexualidad) como del cuerpo (entre las que se mencionaba el acné juvenil, tuberculosis, epilepsia, deformidades y la pérdida de la fuerza). Como estas ideas provenían a menudo de médicos de renombre; evidentemente los adolescentes y jóvenes se sentían aterrorizados con estas consecuencias; si bien en muchas ocasiones este terror psicológico no era suficiente para impedir la práctica masturbatoria. Entonces la familia recurría a las invenciones y a los aparatos más “originales” y extraños para impedir la masturbación. Uno de ellos eran las galletas de Sylvester Graham para frenar los impulsos sexuales.
Curiosamente, ni aún cuando los médicos recetaban orgasmos para curar la histeria (allá por los inicios del siglo XIX); la masturbación era considerada una práctica aceptada ya que en muchas ocasiones eran los mismos doctores quienes propiciaban la estimulación sexual a las féminas aquejadas de histeria. (Pueden leer la historia en el artículo: “La histeria y los orgasmos”)
Por supuesto, con el paso del tiempo comenzaron a publicarse obras verdaderamente científicas que demostraban que la masturbación no es una práctica negativa ni avergonzante, que no es un sustituto del sexo en pareja y que incluso puede ser positiva para aprender a conocer el propio cuerpo y disfrutar de una sexualidad más sana. Desgraciadamente para cuando comenzaron a propagarse estas informaciones ya el miedo o la vergüenza estaban demasiado impregnados en nuestra cultura por lo que aún se necesitarán más años para eliminarlos del todo.
Quizás un ejemplo es la encuesta realizada recientemente en el Reino Unido a personas entre los 16 y 44 años donde se apreció que el 95% de los hombres se había masturbado alguna vez a lo largo de su vida pero solo el 71% de las mujeres lo había hecho. Antes de los 20 años, ya el 95% de los jóvenes había recurrido a prácticas masturbatorias frente al 20% de las féminas. En resumen, las estadísticas hablan por sí solas.
Fuentes:
Gerressu, M., Mercer, C.H., Graham, C.A., Wellings, K. and Johnson, A.M. (2008) Prevalence of Masturbation and Associated Factors in a British National Probability Survey. Archives of Sexual Behavior; 37(2):266-78.
Shpancer, N. (2010) The Masturbation Gap. The pained history of self pleasure. En: Psychology Today.
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