Cuando el enésimo conductor te corta el paso, es probable que sientas una oleada de ira. Cuando haces una fila inmensa y no obtienes lo que necesitas, te embarga una oleada de frustración. Cuando tu compañero de trabajo recibe una promoción que crees merecer, sientes una oleada de celos. Enfado. Impaciencia. Tristeza. Frustración… Nos pasamos gran parte del día invadidos por varias emociones.
A menudo esas emociones son “negativas” puesto que nos hacen sentir mal y descarrilan nuestros planes. Por culpa del enfado, la irritabilidad o los celos, terminamos haciendo cosas de las que después nos arrepentimos. Además, esas pequeñas experiencias van oscureciendo nuestra jornada, impidiéndonos sentir alegría y satisfacción, arrebatándonos nuestro equilibrio emocional. La buena noticia es que no tiene por qué seguir siendo así.
No puedes cambiar las situaciones, pero puedes cambiar tus reacciones
Lo queramos o no, nuestras reacciones emocionales terminan moldeando nuestras experiencias. No podemos cambiar las situaciones pasadas, pero a cada momento nos enfrentamos a nuevas experiencias sobre las que sí tenemos cierto grado de control. Nuestra respuesta ante cada situación moldeará los próximos minutos u horas de la jornada, solo tenemos que aprender a prestar atención en el momento correcto.
Puede ayudarte pensar en las emociones como si fueran una llave en la cerradura. Puedes introducir y mover la llave sin problemas en su interior, pero dado que tu objetivo es abrir o cerrar la cerradura, tendrás que encontrar el punto preciso en el que puedes sacar la llave. Si no lo encuentras, la llave se atascará y tendrás que seguir dándole vueltas en la cerradura, con lo cual no conseguirás nada más que aumentar tu frustración.
De manera similar, en la vida algunas situaciones pueden generar estados emocionales en los que nos quedamos atraapdos, las más usuales son la culpa y el rencor, que generan a su vez un bucle de negatividad, un ciclo que no se detendrá hasta que no seamos capaces de encontrar ese punto preciso. El método del “Tercer Momento” enseña cómo encontrar ese punto, para que logremos seguir adelante usando las emociones a nuestro favor, en vez de quedarnos a su merced.
Los tres momentos de la experiencia
La vida está compuesta por una serie de experiencias, y cada una de ellas se puede dividir en tres momentos.
El primer momento – La sensación
En un primer momento, nuestros órganos sensoriales perciben un cambio en el entorno. Es ese momento en el que escuchamos nuestro nombre o vemos a una persona. En ese instante, simplemente percibimos, no reconocemos lo que está sucediendo. Nuestros órganos de los sentidos captan y transmiten la información.
El segundo momento – La atribución de significado
En un segundo momento, en cuestión de milisegundos, que es lo que tarda en viajar el estímulo a través de las redes nerviosas, reconocemos que han dicho nuestro nombre o el rostro de la persona. En este momento se activa lo que Antonio Damasio denominó “marcadores somáticos”, los cuales nos permiten calificar esa percepción de manera automática como buena, mala o neutral.
Esa atribución no depende exclusivamente del estímulo sino también de nuestros recuerdos, de las experiencias anteriores con estímulos similares e incluso de nuestras creencias y expectativas. En ese momento la experiencia comienza a tener una valencia emocional, nos agrada o genera rechazo. Ese mecanismo transcurre fundamentalmente por debajo de nuestro umbral de conciencia.
El tercer momento – La reacción
En este momento tenemos la posibilidad de aceptar o rechazar el significado que nuestro cerebro más primitivo le ha impreso a la experiencia. Podemos analizarla conscientemente y decidir si realmente es tan desagradable y amenazante o si, al contrario, se trata de una reacción exagerada basada en experiencias pasadas que no guardan mucha relación con la situación actual.
El tercer momento nos brinda la posibilidad de marcar la diferencia entre la acción y la reacción, podemos distanciarnos de las respuestas automáticas, comprender nuestras emociones y pensar una respuesta.
El método del Tercer Momento
No podemos influir en nuestras sensaciones y en la atribución de significados que realizamos de manera automática, pero tenemos un enorme poder en el tercer momento de la experiencia. Podemos usar ese tiempo como una pausa, de manera que no nos limitemos a reaccionar sino que seamos capaces de responder.
El método del Tercer Momento nos permite tomar el control y no ser víctimas de las circunstancias. ¿Cómo aplicarlo? Simplemente observando la emoción.
En el segundo momento, nuestro cerebro primitivo desata una emoción, que es la que nos impulsa a alejarnos o acercarnos de lo que está ocurriendo. Debemos ser capaces de detectar esa emoción justo cuando surge. Se trata de concientizar esa emoción antes de que pueda desencadenar una respuesta automática y se conecte con cualquier pensamiento.
Cuando la emoción se conecta con un pensamiento, creemos que estamos reaccionando de manera racional pero en realidad no es así. Por ejemplo, podemos sentirnos frustrados y, como resultado, pensar que la persona que tenemos delante es un incapaz. Obviamente, se trata de una conclusión sin una base sólida más allá de lo que estamos sintiendo. Cuando observas la emoción apenas nace, evitas hacer ese tipo de asociaciones que pueden llevarte a cometer errores.
Es probable que te sientas tentado a rastrear la fuente de esa emoción. Es comprensible, pero no es nada útil porque puedes caer en un bucle infinito de culpabilización. En vez de centrarte en quién hizo qué para quién, simplemente observa tu emoción.
No lo hagas como si fueras un observador externo, deslingándote de la emoción, sino que debes sentirla plenamente. Puedes imaginar esa emoción como si fuera un globo inflado que te llena. No le prestes atención al globo sino a lo que hay dentro de él.
¿Cómo se siente? Es importante que no racionalices. ¿Qué hay dentro del globo? En realidad, solo hay espacio.
Eso no significa que tu emoción sea espacio, pero te ayudará a comprender que la emoción en sí misma no existe tal y como crees, no es algo estático y sólido. Poco a poco comenzarás a sentirte más ligero, esa emoción se “desinflará” y es probable que hasta te sientas feliz o satisfecho. Cuando dejas ir una emoción que te estaba afectando, sientes el alivio de quitarte de encima un gran peso.
Sin embargo, no es algo que se consiga de la noche a la mañana, debes practicar. No hay dudas de que en el calor del momento puede ser difícil poner en práctica este método, por eso es importante que practiques en situaciones que puedas controlar mejor.
Lo interesante es que a medida que vas controlando este método, vas ganando en confianza y autocontrol, mejora enormemente tu calidad de vida porque dejas de reaccionar, dejas de estar a merced de las circunstancias y puedes elegir realmente cómo comportarte.
Matias Yabar-Dávila dice
Hola. Muy interesante artículo con buenos aportes. Pienso que es sumamente importante mantener nuestra mente en calma y con una buena actitud que nos permita tratar de reemplazar cada pensamiento negativo que tenemos por uno positivo. Y es que somos lo que pensamos, así que es un trabajo de sanación que requiere de esfuerzo y disciplina. Pero realmente son increíbles los cambios que tu mente y cuerpo pueden experimentar cuando empiezas a hacer este “switch” de pensamientos, empiezas a ver la vida y cada situación de una manera más alegre y positiva, aprendes así también a ser más agradecido con la vida porque te permite cada día poder seguir adelante con tus sueños hasta hacerlos realidad. Saludos!
Jennifer Delgado dice
Hola Matias,
En efecto, cuando comienzas a pensar de otra manera, la vida cambia. No es algo "mágico", es simplemente la consecuencia de una transformación en la manera de relacionarnos con los demás y con nosotros mismos.