Durante siglos, los filósofos alabaron los beneficios de la razón como poder superior a la emoción, sobre todo a la hora de tomar decisiones. Descartes, uno de los mayores defensores del raciocinio, aconsejaba: “despréndete de todas las impresiones de los sentidos y de la imaginación, y no te fíes sino de la razón”.
Siglos más tarde, el neurocientífico António Damásio se refirió al profundo error de Descartes escribiendo: “las emociones no son un lujo […] Desempeñan un papel en la comunicación de significados, y pueden también actuar de guías cognitivos”.
Tras pasarnos mucho tiempo negando el poder de las sensaciones, emociones y sentimientos, intentando esconderlos bajo las frías losas de lo racional, nos hemos movido del racionalismo al emotivismo, dándonos cuenta de que las emociones y sentimientos pueden ser potentes brújulas que guían nuestra conducta.
Así hemos caído en lo que podríamos catalogar como una auténtica “dictadura de las emociones”, que extiende sus tentáculos a todas las áreas de la sociedad para convertirnos en personas altamente sugestionables y manipulables.
Los peligros que encierran los extremos
Sin el sentido común que equilibre ambos mundos, caer en los extremos es casi inevitable. Las sociedades guiadas por la sensación, el momento, los instintos y las supersticiones dan lugar a contextos como los que impulsaron la quema de “brujas” mientras que las sociedades hiper racionales instrumentalizan la razón para distanciar y deshumanizar, hasta llegar a extremos como los campos de exterminio nazis.
En un mundo donde los términos medios no son populares, las emociones han tomado el mando a través de mensajes sutiles, pero repetidos en diferentes contextos, formatos y formas. La publicidad ya no nos vende productos, sino las emociones que experimentaremos con ellos. Ya no compramos servicios sino experiencias.
Eslóganes como “sé tu mismo” o “haz lo que sientas” están por doquier para promover el emocionalismo y la impulsividad. Mientras tanto, los poderes fácticos hacen caja y los movimientos políticos sacan tajada, hasta el punto que vamos a votar con las emociones, sin conocer realmente los programas.
En 2005, el investigador de ciencias políticas Ted Brader analizó 1.425 anuncios políticos de los años 1999 y 2000 para determinar qué emociones evocaban en los espectadores. Descubrió que el 72% de los anuncios estaban centrados en la emoción en lugar de la lógica. No sería raro que hoy ese porcentaje sea infinitamente mayor.
La mayoría de las campañas electorales emiten lo que se conoce como “anuncios de ataque” en los que activan emociones como la ira. No debe extrañarnos ya que se trata de una emoción que tiene un enorme poder para dinamizar el comportamiento, por lo que Brader constató que el 61% de los anuncios electorales están diseñados para generar enfado.
Si votamos dejándonos llevar fundamentalmente la emoción, compramos por impulso y compartimos en redes lo primero que nos genera sorpresa o indignación, nos estamos dejando arrastrar hacia el peligroso terreno del emocionalismo. Y cuando se produce un secuestro emocional a nivel social, es muy difícil dar marcha atrás para reencontrar la cordura.
Mesòtes, el arte de practicar la moderación
La experiencia reflexionada nos conduce – o al menos debería – al sentido común del término medio. El equilibrio y la moderación no serán tan populares, pero son necesarios. Aristóteles creía que la virtud de la moderación no solo era una piedra angular para vivir de manera equilibrada y feliz, sino también para evitar convertirnos en hojas movidas por el viento de las circunstancias.
Por eso promovía el “mesòtes”, o justo punto medio. Aristóteles creía que nada era bueno o malo intrínsecamente y de manera absoluta, sino que todo dependía de la dosis. Por ejemplo, ser extremadamente racional nos lleva a desconectarnos de nuestro instinto, pero ser excesivamente emocional nos convierte en personas impulsivas.
Al practicar la moderación encontramos el valor para hacer las cosas que merecen la pena y la sensatez para no exponernos a riesgos innecesarios. El mundo actual está diseñado para promover la emocionalidad por moda, negocio o dominación, pero vivir en una emociocracia puede conducirnos por derroteros muy peligrosos.
Debemos conectar con nuestras emociones y tomar nota de la dirección que nos indican, pero también tenemos que hacer cuentas con la razón. Esa mezcla es lo que puede hacernos realmente poderosos, empoderados y artífices de nuestro destino – a nivel personal y social – que es justamente lo que muchos no quieren.
Referencias Bibliográficas:
Grüning, D. J. & Schubert, T. W. (2021) Emotional Campaigning in Politics: Being Moved and Anger in Political Ads Motivate to Support Candidate and Party. Front Psychol; 12: 781851.
Brader T. (2005) Campaigning for Hearts and Minds: How Emotional Appeals in Political Ads Work. Chicago: University of Chicago Press.
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