La ansiedad es una emoción en sí misma. Es un estado afectivo eminentemente experiencial, orientado al futuro y centrado en uno mismo. Y, como tal, cumple una función evolutiva, social y comunicativa, además de ayudarnos a tomar decisiones.
De hecho, a veces la ansiedad puede ser adaptativa, ya que activa pensamientos anticipatorios de resolución de problemas. Sin embargo, también puede consumir recursos atencionales y conducir a sentimientos de impotencia y retraimiento. De una forma u otra, lo cierto es que no suele llegar sola.
Las emociones relacionadas con la ansiedad que la refuerzan
La ansiedad es un estado de excitación difusa que sigue a la percepción de una amenaza real o imaginaria. Por tanto, se sustenta en dos emociones fundamentales: el miedo y la aversión.
El miedo, motor impulsor de la ansiedad
El miedo y la ansiedad no son lo mismo, pero se entrelazan. Cuando pensamos que puede ocurrirnos algo malo, podemos reaccionar con ansiedad. Esa relación se aprecia perfectamente en las fobias, un trastorno caracterizado por el temor a un objeto o situación que en realidad no representa una amenaza seria. En esos casos, el miedo y la ansiedad se retroalimentan.
De hecho, es precisamente debido al miedo que la ansiedad cursa con síntomas físicos, como la sudoración, la taquicardia, la respiración acelerada y la tensión muscular.
Las crisis de ansiedad son otra expresión de esa profunda relación ya que en muchas ocasiones se activan debido al «miedo al miedo». Cuando el temor se vuelve difuso y el objeto temido realmente no representa un peligro, ese miedo adquiere un carácter desadaptativo y, en vez de protegernos, suele transformarse en una ansiedad que nos persigue a todas horas.
Por tanto, cuando el miedo es irreal o se vuelve demasiado “abstracto”, desencadena un círculo vicioso que conduce a la ansiedad. Es como si el cerebro, en su intento por protegernos, terminara generando una alarma continua que nos hace vivir en un “modo de supervivencia” constante.
El “miedo al miedo” crea una desconexión entre nuestro cuerpo y la realidad, sumiéndonos en un estado de alarma ante un peligro inexistente. Este tipo de ansiedad puede volverse tan intrusiva que afecta nuestras decisiones, limitando nuestra vida y generando la sensación de estar atrapados en un estado de incertidumbre permanente.
La aversión, el alimento que nutre la ansiedad
La aversión es otra de las emociones relacionadas con la ansiedad. Se trata de una sensación de rechazo o desagrado que sentimos hacia algo o alguien, por lo que nuestra primera reacción es alejarnos y evitarlo. Al igual que el resto de las emociones, esa repulsión es útil porque nos anima a distanciarnos de situaciones que podrían dañarnos. De cierta forma, nos indica lo que es incompatible con nosotros – ya sea física o afectivamente.
Sin embargo, la aversión también puede volverse desadaptativa, sobre todo cuando se generaliza más de lo necesario. En esos casos, en vez de alejarnos solo de lo que realmente podría perjudicarnos, la aversión se proyecta hacia cualquier situación que no podemos controlar o anticipar completamente.
Cuando se asocia con la ansiedad, conduce a una respuesta evitativa intensa y generalizada. Esta dinámica genera una espiral negativa: cuanto más intentamos evitar lo que nos genera esa aversión, más alimentamos el miedo y más se intensifica la ansiedad.
Aunque en un primer momento la evitación reduce la ansiedad ya que nos permite no tener que lidiar directamente con la situación desencadenante, a la larga hace que seamos incapaces de habituarnos a las sensaciones ansiógenas para comprender que quizá el estímulo sea desagradable, pero es inocuo.
Desde el punto de vista fisiológico, el componente aversivo de la ansiedad es precisamente el que provoca síntomas como las náuseas, mareos, temblores y la sensación de desmayo o de tener un nudo en la garganta.
A más comprensión, menos tensión
El miedo, la aversión y la ansiedad forman un triángulo complejo que se autoalimenta. Comprender el origen de las emociones relacionadas con la ansiedad es el primer paso para poder lidiar con ellas de manera más adaptativa, lo cual pasa por tomar nota de su existencia, sin dejarnos arrastrar por el pánico.
El objetivo no es eliminarlas, sino reconocerlas como herramientas de supervivencia que también es necesario ajustar según las circunstancias. Comprender su funcionamiento psicológico nos abrirá una ventana al autoconocimiento para ayudarnos a regularlas de la mejor manera posible. Así podremos reconocer hasta qué punto esas respuestas son naturales y convenientes, pero también cuándo se vuelven desadaptativas y nos limitan.
Referencias Bibliográficas:
Yu, Q. et al. (2018) The effect of anxiety on emotional recognition: evidence from an ERP study. Sci Rep; 8: 16146.
Amstadter, A. B. (2009) Emotion Regulation and Anxiety Disorders. J Anxiety Disord; 22(2): 211–221.
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