¿Cuántas veces has usado una carita sonriente para “suavizar” tus palabras? ¿O has añadido un guiño para indicar que estabas bromeando? Sin embargo, ¿te has parado a pensar en cómo el receptor de tu mensaje interpreta esas pistas visuales?
Enviamos emoticonos continuamente, sin pensarlo demasiado, generalmente porque son divertidos. Muchas veces también los usamos para que los demás sepan que estamos bromeando o siendo sarcásticos, o quizá para hacerles notar que no estamos tan enojados como parece. Pero, ¿realmente llega ese mensaje? Un estudio psicológico realizado en la Universidad de Ottawa planta la semilla de la duda.
La compleja Psicología de los emojis
En 1999, Shigetaka Kurita, un ingeniero japonés, rescató la idea de Pioneer de crear una interfaz atractiva para que las personas pudieran expresar sus sentimientos e información de manera simple usando sus teléfonos. Su paquete contenía 176 emojis, pero desde entonces se han multiplicado y vuelto omnipresentes en la comunicación digital.
Los estudios psicológicos confirman que cumplen con creces su cometido: nos ayudan a expresar de manera rápida lo que sentimos, reduciendo la posibilidad de malinterpretaciones y mejorando las interacciones digitales. No es casual que, aunque existan miles de emojis disponibles, los que usemos con mayor frecuencia sean precisamente los que imitan las expresiones faciales de las emociones y sentimientos.
Muchos emojis simbolizan señales no verbales que normalmente captamos y desciframos en las interacciones cara a cara. Por tanto, son pistas valiosas para comprender la valencia del mensaje escrito, sobre todo cuando es escueto, como ocurre en las redes sociales o de mensajería instantánea.
No obstante, quizá estamos sobrevalorando el poder comunicativo de los emojis y no nos damos cuenta de que es precisamente ese impacto el que puede jugarnos una mala pasada, añadiendo un elemento de confusión si no los usamos correctamente.
No hay caritas sonrientes que valgan
Investigadores de la Facultad de Psicología de la Universidad de Ottawa analizaron el impacto de los emojis en la interpretación de las emociones, las atribuciones sociales y el procesamiento de la información.
Los participantes leyeron mensajes típicos de los intercambios sociales acompañados de emojis que imitaban expresiones faciales negativas, positivas y neutrales. La valencia de la oración y del emoji a veces coincidía, pero en otras ocasiones era discordante.
Los psicólogos apreciaron que las personas desarrollaban un estado de ánimo negativo cuando recibían un mensaje negativo acompañado de un emoji negativo, algo bastante comprensible. De hecho, la presencia de un emoji negativo intensificó la negatividad percibida de las palabras.
En cambio, agregar un emoji positivo a los mensajes aumentaba la calidez percibida. Hasta aquí, el experimento solo estaba demostrando la existencia del agua tibia, pero en cierto punto todo cambió.
Los investigadores constataron que los mensajes o emojis negativos tenían una fuerte prevalencia a la hora de interpretar la información. Aunque el texto fuera positivo, si se acompañaba de un emoji negativo, tenía un impacto negativo en los receptores, la mayoría de los cuales interpretaban que quien lo había enviado estaba de mal humor.
Sin embargo, cuando el texto era negativo y se acompañaba de un emoji positivo, los destinatarios pasaban por alto esa pista visual y se centraban en la negatividad de las palabras. De hecho, las personas incluso calificaban a quienes los enviaban como más fríos o distantes por enviar un emoticono discordante.
¿Moraleja?
Las caritas sonrientes o los guiños que solemos enviar para “endulzar” un mensaje negativo no son tan eficaces como pensamos. Todo parece indicar que, ante la inconsistencia de un mensaje, nuestro sesgo de negatividad se activa. Enfocarnos en lo peor puede parecer pesimista, pero en realidad es una estrategia que utiliza nuestro cerebro para anticiparnos a posibles problemas o catástrofes y elaborar un plan B.
También debemos recordar que cuando usamos emoticonos negativos somos percibidos como personas con peor carácter o con un estado de ánimo negativo, independientemente del tono que le imprimamos a nuestras palabras. O sea, los emoticonos no son un simple refuerzo sino que pueden cambiar el tono del mensaje y el sabor de boca que le dejamos a quien lo recibe.
Pensamos que los demás entenderán nuestras palabras y que los emojis son solo un extra divertido, pero su peso en la comunicación es importante. La forma en que los usamos influye en la manera en que los demás interpretan nuestros mensajes.
Por tanto, es conveniente asegurarnos de que los emoticonos que enviemos estén en sintonía con nuestras palabras y de elegir los más adecuados para que no dejen espacio a duda. Porque cuando no tenemos claro que ha querido decir la otra persona, nos centraremos inevitablemente en lo negativo.
Fuente:
Boutet, I. et. Al. (2021) Emojis influence emotional communication, social attributions, and information processing. Computers in Human Behavior; 119: 106722
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