“Un día, un discípulo que pretendía alcanzar la iluminación fue donde su maestro de meditación y le dijo con aire afligido:
– ¡Mi meditación es horrible! Me distraigo continuamente, o me duelen las piernas o me quedo dormido. ¡Es terrible!
– Pasará – fue la respuesta del maestro, quien le sonrió con esa sabiduría que otorga la experiencia.
El estudiante se marchó, pero siguió intentándolo, de manera que un mes más tarde regresó donde su maestro y visiblemente entusiasmado le hizo partícipe de sus progresos:
– He seguido su consejo. ¡Ahora mi meditación es maravillosa! ¡Me siento tan consciente, tan tranquilo y tan vivo a la vez! ¡Es maravilloso!
El maestro lo miro, sonrió una vez más y todo lo que le dijo fue:
– Pasará”.
Esta sencilla pero iluminadora historia me recuerda un sabio consejo de mi abuela que salía a relucir tanto en los momentos más difíciles como en aquellos en los que exultaba por los resultados alcanzados: “en la vida, todo llega y todo pasa”. Este consejo pone el centro de atención en nuestra tendencia a pensar que las situaciones y las emociones son imperecederas, animándonos a poner los pies en la tierra.
El equilibrio de la vida que nos negamos a aceptar
En la filosofía budista todos los fenómenos y sucesos tienen una parte positiva y otra negativa. Aunque más que hablar en términos de positivo y negativo, lo cual dependerá enormemente de la perspectiva individual ya que lo que para algunos puede representar una pérdida para otros puede ser una ganancia, sería más correcto asumir que se trata de polos opuestos de un continuo.
Según esta forma de comprender la vida y el mundo, para encontrar el equilibrio, esos polos se alternan continuamente. Es por eso que pasamos por periodos negativos en los que todo parece ir mal y luego llegan etapas maravillosas en las que todo fluye con naturalidad.
Ese equilibrio es necesario porque nos permite equilibrar nuestra visión de la vida. Somos capaces de apreciar mejor las cosas positivas que nos ocurren cuando hemos pasado por períodos difíciles. A la vez, los sucesos negativos nos convierten en personas más resilientes y nos ayudan a madurar emocionalmente. De hecho, una frase preciosa de Ralph Waldo Emerson dice: «La mayoría de las sombras en la vida están causadas por estar parados delante de nuestro sol«, lo cual no solo nos indica la dualidad que encierra cada situación sino que también resalta nuestro papel en esas luces y sombras.
¿Cómo nos afecta el “sesgo de durabilidad”?
En Psicología existe un fenómeno denominado “predicción afectiva”, que sería nuestra capacidad para predecir cómo nos sentiremos si se producen determinadas circunstancias, la intensidad de esas emociones y su duración. Curiosamente, se ha apreciado que somos bastante buenos sabiendo si nos sentiremos mal o bien, defraudados o entusiastas, pero somos bastante malos prediciendo la intensidad de esas emociones y el tiempo que durarán.
Por ejemplo, podemos predecir que después de una ruptura de pareja nos sentiremos tristes, pero normalmente exageramos la intensidad de esa tristeza y su duración. Tenemos la tendencia a sobreestimar nuestras reacciones emocionales, es lo que se conoce como “sesgo de durabilidad”.
En este sentido, una serie de estudios han demostrado que:
– Los estudiantes universitarios sobreestiman cuán felices o infelices podrían sentirse si obtienen buenas o malas calificaciones.
– Las personas suelen sobreestimar cuán infelices serán dos meses después de haber terminado una relación de pareja.
– Los profesores universitarios sobreestimaron cuán infelices podrían sentirse cinco años después de que se les negara el acceso a un doctorado.
– Las mujeres sobreestimaron cuán infelices se sentirían al recibir unos resultados no deseados de una prueba de embarazo.
– Las personas subestiman su capacidad para adaptarse a un problema de salud o una discapacidad.
Todo esto nos indica que debemos aprender a controlar ese sesgo de durabilidad, si queremos ver la vida desde una perspectiva más equilibrada. De hecho, ese sesgo puede tener consecuencias nefastas:
1. Nos sumimos más en el agujero de la desesperación. Cuando atravesamos por un periodo negro en el que parece que el universo conspira en nuestra contra, si pensamos que no hay solución y que no podremos salir de ese agujero, terminaremos desarrollando un profundo sentimiento de desesperanza. Incluso es probable que desarrollemos una indefensión aprendida, que tiremos la toalla y nos acostumbremos a ese estado, de manera que ni siquiera seremos capaces de aprovechar las oportunidades de cambio cuando estas se presenten.
2. No disfrutamos de los pequeños detalles. Cuando atravesamos por un periodo de bienestar, en el que parece que los astros se han alineado a nuestro favor, solemos dejarnos contagiar por la euforia e inmediatamente queremos emprender nuevos proyectos. De esta manera podemos tomar decisiones precipitadas que den al traste con lo que hemos logrado. «Procurando lo mejor, a menudo estropeamos lo que está bien», dijo William Shakespeare.
¿Cómo aprovechar cada etapa de la vida?
Cuando todo se pone mal, tener confianza en que las cosas mejorarán es fundamental para mantener el equilibrio emocional en medio de la tormenta y no desmoronarse, es importante seguir confiando en nuestros recursos psicológicos y nuestra capacidad para hacerle frente a los problemas. Eso no significa asumir un optimismo ingenuo sino tan solo saber que, antes o después, todo pasará.
Un excelente ejercicio para cultivar esta perspectiva consiste en mirar al pasado y buscar un acontecimiento que nos preocupó durante mucho tiempo y generó una dosis de angustia. ¿Cómo lo vemos al cabo de los años? ¿Qué lección nos dejó?
A menudo descubrimos que, si bien ese suceso fue muy negativo, las enseñanzas de vida que nos dejó son un bien a atesorar. También descubrimos que muchas de las preocupaciones que nos asaltaron y alimentaron el sufrimiento eran inútiles y, sobre todo, nos daremos cuenta de que, por mucho dolor que hayamos experimentado, este terminó mitigándose. De hecho, el principal objetivo de este ejercicio de memoria consiste en comprender que pase lo que pase, pasará.
Cuando todo fluye, es fundamental aprovechar ese momento para llenarnos de buena energía. En esa etapa podemos darle un gran empujón a nuestros proyectos, pero sin olvidarnos de vivir en el aquí y ahora. Ese es el momento para disfrutar de nuestros logros y sentirnos satisfechos, para ser plenamente consciente de los pequeños detalles que enriquecen nuestra vida.
Un excelente ejercicio en esta fase consiste en practicar la gratitud. Cada día, antes de irnos a la cama, anotamos mentalmente o en un diario de la gratitud tres cosas por las que nos hayamos sentido agradecidos a lo largo de la jornada. Puede ser absolutamente cualquier cosa, desde la sonrisa de una persona que nos iluminó el día hasta un pequeño logro en el trabajo o un paseo con tu mascota.
Lo interesante de este ejercicio es que cada vez estaremos más pendiente de los pequeños detalles cotidianos por los que podemos sentirnos agradecidos, de manera que aprenderemos a vivir con una actitud mindfulness, sin ningún esfuerzo.
Fuentes:
Wilson, T. D. & Gilbert, D. T. (2013) The impact bias is alive and well. J Pers Soc Psychol; 105(5): 740-748.
Halpern, J. & Arnold, R. M. (2008) Affective Forecasting: An Unrecognized Challenge in Making Serious Health Decisions. J Gen Intern Med; 23(10): 1708–1712.
Wilson, T. D. & Gilbert, D. T. (2005) Affective Forecasting. Knowing What to Want. Current Directions in Psychological Science; 14(3).
Gilbert, D. T. & Elbert, J. E. (2002) Decisions and revisions: the affective forecasting of changeable outcomes. J Pers Soc Psychol; 82(4): 503-514.
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