La envidia ¿sana?… Todo el mundo la experimenta en algún momento de su vida y, sin embargo, sigue teniendo muy mala reputación. De hecho, quizá sea una de las emociones más mal vistas e incomprendidas. Pocos están dispuestos a reconocer que sienten envidia y nadie quiere que se le tache de envidioso.
Por esa razón, muchas veces la envidia recorre caminos paralelos. Se va por las ramas. Al negarla, se produce un desplazamiento hacia una violencia solapada, por lo que suele expresarse a través de comportamientos pasivo-agresivos y en no pocas ocasiones se pretende blanquear ese sentimiento haciendo alusión a la existencia de una envidia sana y otra insana.
¿Por qué rechazamos la envidia?
Ante todo, es importante comprender que la envidia no es un defecto ni un pecado capital como se nos ha hecho creer durante siglos sino una emoción universal, que surge de manera espontánea en ciertas situaciones.
La palabra envidia proviene del latín invidere, que significa «mirar arriba», «mirar mal», o como sugiere el filólogo y escritor Igor Sibaldi, «mirar a través de los ojos de los demás» – esta última es con toda probabilidad la más correcta. Deseamos, por tanto, más o menos intensamente algo que los demás tienen y que creemos que debemos tener porque estamos acostumbrados a competir y compararnos con los demás desde pequeños.
Como resultado de esa carencia solemos experimentar un estado afectivo en el que se mezcla la rabia con la amargura, el resentimiento y la frustración. Sentimos un dolor intenso generado por la comparación entre lo que percibimos y lo que tenemos. Ese sentimiento es lo que llamamos envidia.
Obviamente, no es un sentimiento agradable porque suele generar una sensación de inferioridad. La envidia hace que asumamos los éxitos, logros y cualidades de los demás como un fracaso personal o una muestra de nuestra incapacidad y/o inutilidad. Pone el dedo en la llaga resaltando sin miramientos lo que nos falta. De cierta forma, es un recordatorio de nuestros deseos y aspiraciones frustrados, de todo lo que no hemos logrado y nos falta.
Esos sentimientos no solo son particularmente difíciles de gestionar porque dejan maltrecho nuestro ego, sino que a menudo generan ira, celos, impulsos destructivos y deseos de venganza como una forma de calmar esa angustia y resentimiento por lo que no tenemos o no podemos conseguir. Por esa razón, históricamente la envidia ha sido rechazada y hemos aprendido que es malo sentirla y peor aún expresarla. Por ende, si la experimentamos intentamos ocultarla o minimizar su existencia calificándola como “envidia sana”.
¿Qué es la envidia sana exactamente?
Muchas veces nos referimos a la envidia sana cuando queremos “blanquear” lo que estamos sintiendo o no estamos dispuestos a reconocerlo del todo. Es raro que una persona reconozca públicamente que siente envidia por lo que otro ha logrado. Y cuando lo hace, se ve obligada a apostillar que se trata de una “envidia sana”.
De hecho, el concepto de envidia sana se parece bastante al de mentiras piadosas ya que parte del reconocimiento interior de que estamos actuando mal pero necesitamos una justificación para calmar nuestra conciencia. Al decirnos que «estamos mintiendo, pero por una buena causa” o que “sentimos envidia, pero sana”, evitamos la tensión emocional que genera la disonancia cognitiva. Esas apostillas sirven para lavar nuestra conciencia ante nosotros mismos.
Entonces, ¿qué significa exactamente “envidia sana? Normalmente indica que esa envidia no genera rivalidad o sentimientos de destrucción, rabia o daño. El término se usa para indicar que, si bien se desean las cualidades, propiedades o dones del otro, no existe el sentimiento de tristeza o el deseo de arrebatárselo – literal o metafóricamente. Es decir, la envidia no genera un sentimiento negativo hacia la persona envidiada.
Teóricamente, la envidia sana no va acompañada de maldad y el resentimiento hacia la otra persona, aunque resulta dudoso que sea totalmente positiva ya que siempre involucra sentimientos y sensaciones desagradables provocadas por lo que consideramos una carencia o, peor aún, una injusticia en la repartición cósmica de bienes y dotes.
Por tanto, más que envidia sana sería una envidia en sus estadios iniciales, un sentimiento que no ha llegado al punto patológico de corroernos por dentro, atenazados por la ausencia de eso que deseamos. La envidia sana, por ende, sería simple y llana envidia liberada del peso de emociones como la frustración o la ira. Es una envidia que no ha alcanzado una gran intensidad emocional negativa.
La envidia sana no existe – ¿o sí?
Ningún sentimiento es bueno o malo por definición. Es cierto que pueden ser más o menos útiles para nuestros propósitos o la situación en la que se han generado, pero siempre encierran un mensaje que revela lo que nos está sucediendo por dentro.
Si asumimos que la envidia es un sentimiento, entonces podemos comprender que realmente no es buena ni mala. No hay motivos para diferenciarla. Las emociones y sentimientos no deberían pasar por el tamiz moral ya que son simplemente señales internas, brújulas que nos indican que algo nos gusta o desagrada, que debemos seguir por ese camino o que haríamos mejor en cambiar rumbo.
Pensar que existe una envidia sana y otra insana puede hacernos sentir bien con nuestra conciencia, pero no nos ayudará a afrontar mejor ese sentimiento. La envidia no es un sentimiento malo, sino desagradable. La disquisición puede parecer pequeña, pero es importante porque significa que no es necesario evitar la envidia como la peste, sino tan solo aceptarla e intentar comprenderla, como mismo hacemos con la tristeza o la ira.
Y al igual que el resto de los sentimientos, es conveniente preguntarnos por qué ha surgido y qué mensaje nos intenta transmitir. Así evitaremos que se convierta en dañina para nosotros mismos.
En realidad, la envidia no habla de las dotes o posesiones del otro – aunque lo parezca – sino de nuestras carencias, deseos y necesidades insatisfechas. Si nos sentimos realizados en nuestro trabajo, si mantenemos una relación de pareja satisfactoria, si nos sentimos a gusto en nuestro hogar o amamos nuestro estilo de vida, es bastante difícil que sintamos envidia, simplemente porque no experimentamos la necesidad de compararnos con los demás. No sentimos la necesidad de mirar la vida del otro y, si lo hacemos, no nos sentimos en desventaja.
Por tanto, la envidia es una especie de indicador de alarma que nos indica que estamos insatisfechos con algún aspecto de nuestra vida. No deberíamos ignorarla, esconderla o subestimarla calificándola como “envidia sana”. En su lugar, deberíamos intentar comprender qué nos intenta decir.
Si envidiamos algo, deberíamos preguntarnos: ¿por qué es importante para mí tener eso? ¿para qué lo quiero? ¿por qué no lo he conseguido ya? Es probable que realmente no sea tan importante como parecía en un primer momento, que no nos hayamos esforzado lo suficiente para alcanzarlo o que tengamos que hacer algún cambio en nuestra vida para alinearla mejor con nuestros objetivos.
En general, la envidia sólo es dañina cuando ponemos al otro por encima de nosotros, cuando nos centramos tanto en lo que tiene o lo que es, que no logramos resolver nuestra carencia o deseos insatisfechos. La envidia se convierte en un problema cuando nos mantiene mirando fuera, en vez de volver la vista hacia nosotros. Entonces se enquista y puede dar lugar a lo que comúnmente se conoce como envidia insana.
En ese caso, la envidia aumenta su intensidad y se convierte en destructiva. Hace que nos sintamos angustiados por el éxito, la felicidad o la prosperidad de los otros, porque sentimos que no podemos tener lo que tanto ansiamos. Como resultado, nuestra vida puede convertirse en un auténtico infierno.
Normalmente eso ocurre cuando no prestamos atención a las primeras advertencias de la envidia, no tomamos cartas en el asunto y esta sigue creciendo bajo la sombra del resentimiento. Entonces, como señaló un estudio realizado en la Universidad de Economía de Viena, la envidia afecta nuestro equilibrio mental, lastrar nuestro crecimiento y cercena nuestras potencialidades.
La mejor manera de lidiar con la envidia, cuando aparece, es escucharla. Para evitar caer en sus redes, simplemente debemos enfocarnos en lo que deseamos y en la persona en la que queremos convertirnos, evitando compararnos inútilmente con los demás. Es un cambio de perspectiva que vale la pena.
Fuentes:
Mujcic, R. & Oswald, A. J. (2018) Is envy harmful to a society’s psychological health and wellbeing? A longitudinal study of 18,000 adults. Soc Sci Med; 198: 103-111.
Ramachandran, V. & Jalal, B. (2017) The Evolutionary Psychology of Envy and Jealousy. Front. Psychol.; 8: 10.3389.
Deja una respuesta