Todo el mundo quiere sentirse bien todo el tiempo. Es comprensible. A menos que seamos masoquistas, no queremos instalarnos en la tristeza o el malestar. Sin embargo, eso no significa que sea una expectativa realista. A menudo el deseo va por una parte y la realidad por otra. De hecho, a veces es bueno estar triste. La tristeza ocasional también tiene sus ventajas.
La tristeza no es mala, todo depende de cómo la asumas
La popularización y malinterpretación de la Psicología Positiva nos ha llevado a ensalzar las emociones positivas e intentar huir a toda costa de los sentimientos negativos. Sin embargo, en nuestro universo afectivo todo es importante y tiene una razón de ser. Como escribiera Carl Jung: «la palabra felicidad perdería su significado si no estuviera equilibrada por la tristeza«.
Un estudio realizado en la Universidad Estatal de Colorado, por ejemplo, reveló que experimentar sentimientos que no catalogaríamos precisamente como positivos en realidad promueve el bienestar psicológico. Estos psicólogos reclutaron a 365 personas, quienes debían indicar seis veces al día cómo se sentían. Los investigadores monitorizaron sus sentimientos «negativos» y «positivos», así como su percepción sobre el grado de bienestar y la salud física.
Descubrieron que el vínculo entre los estados mentales negativos y la mala salud física y la disminución del bienestar era más débil en las personas que consideraban útiles esos estados de ánimo. De hecho, las emociones y sentimientos negativos solo afectaban la satisfacción vital en quienes no percibían esos sentimientos como útiles.
Esos resultados indican que a menudo no nos afecta tanto la situación y la emoción primaria que desencadena, como nuestra respuesta ante ello (la emoción secundaria). Es como sentirse estresado por estar estresado o sentirse más apesadumbrado por estar triste. Si creemos que no debemos experimentar emociones negativas, las rechazaremos, ignoraremos o reprimiremos, lo cual terminará reforzándolas ya que no comprenderemos el mensaje que nos intentan transmitir, de manera que el malestar que generan seguirá latente en nuestro interior.
Los beneficios de la tristeza ocasional, un botón de pausa necesario para reflexionar
La tristeza, al igual que el resto de las emociones, trae consigo un mensaje, por lo que debemos intentar comprenderlo. Reconocer nuestras emociones y aceptar el dolor como parte de la condición humana es fundamental para lograr el equilibrio imprescindible para crecer.
La tristeza es un mecanismo de autorregulación natural, algo con lo que nacemos y que no elegimos conscientemente. No nos levantamos pensando: «¡hoy hace un día estupendo para estar triste!«. Es una respuesta perfectamente adaptativa a algo que nos ha ocurrido, normalmente una pérdida, algo que deseábamos tener o una situación que nos lastimó emocionalmente.
Por tanto, la tristeza ocasional es una respuesta automática, útil y adaptativa que nos invita a reflexionar sobre lo que nos ha pasado, pero también a entender por qué eso es importante para nosotros. Nos informa sobre cómo nos sentimos, lo que está ocurriendo y lo que necesitamos para – con un poco de suerte – poder abordar mejor la situación en la que nos encontramos.
La tristeza nos indica que algo va mal y debemos solucionarlo. Por tanto, es una señal de alarma que nos envía nuestra mente. Es su forma de decirnos que necesitamos parar y prestarnos atención.
De cierta forma, la tristeza ocasional es como un botón de pausa. Nos obliga a ir más lento precisamente para darnos tiempo a pensar y reestructurar nuestro mundo. Una investigación llevada a cabo en la Universidad de Nueva Gales del Sur comprobó que esta emoción insta a desconectarnos, por lo que también actúa como un mecanismo de protección destinado a mantenernos a salvo cuando nos sentimos más vulnerables.
Ese tiempo para nosotros mismos no solo nos sirve para profundizar en lo ocurrido, sino que a menudo también nos ayuda a conocernos mejor. Pone de relieve lo que nos preocupa y aquello que realmente nos importa.
Un poco de soledad, tranquilidad y silencio puede ser todo lo que necesitamos para procesar esos sentimientos complejos y poner en perspectiva nuestra vida para ganar una visión más global del punto en el que nos encontramos.
Además, la tristeza ocasional nos ayuda a conectar con los demás. Aunque nuestra tendencia natural es al aislamiento, las expresiones de tristeza animan a quienes nos rodean a ponerse en nuestro lugar y tratarnos con compasión, como comprobó un estudio realizado en la Universidad de Harvard. La tristeza avisa a los demás de que somos vulnerables, por lo que puede activar sentimientos de empatía, actuando como un pegamento social para proporcionarnos el apoyo, la validación y la ayuda que necesitamos.
¿Por qué es bueno estar triste para tu cerebro?
La tristeza ocasional también tiene un profundo impacto en la manera en que nuestro cerebro procesa el mundo. De hecho, nos ayuda a fijarnos más en los detalles. Un experimento, realizado también en la Universidad de Universidad de Nueva Gales del Sur, reveló que en los días lluviosos que generan tristeza, las personas recuerdan mucho mejor los detalles mientras que en los días soleados, cuando están contentas, su memoria es más inespecífica.
La tristeza ocasional no solo mejora nuestra precisión al recordar los detalles, sino que nos vuelve más inmunes a la información engañosa. Por tanto, estar tristes mejora nuestra atención y potencia el recuerdo de los detalles, aguzando nuestra capacidad para detectar las mentiras.
Curiosamente, la tristeza ocasional también evita que nos precipitemos a la hora de sacar conclusiones. La ciencia ha demostrado que cuando nos sentimos más felices somos más propensos a realizar juicios basándonos en nuestros estereotipos y prejuicios.
Estar tristes nos ayuda a echar el freno de mano: evita que nos precipitemos y realicemos juicios sobre las personas o las situaciones que pueden ser erróneos. También hace que seamos menos propensos a caer en sesgos cognitivos: nos protege tanto del error fundamental de atribución y el efecto halo como del efecto de primacía.
Todo parece indicar que la tristeza ocasional actúa como una balanza que nos lleva a ponderar con mayor detenimiento las situaciones y las personas con quienes nos relacionamos, evitando que caigamos en estereotipos y se activen los atajos mentales que pueden conducirnos a conclusiones erróneas o sesgadas. Nos ayuda a desarrollar una actitud más atenta y un pensamiento más detallado.
¿Y cuando llegue el momento de pasar página?
Ante todo, es importante notar que estar triste no es estar deprimido. Existen grandes diferencias entre la tristeza y la depresión. La tristeza es una emoción y, como tal, debemos abrazarla. No es positiva ni negativa, ni normal ni rara. Es una emoción, a secas. Y, por tanto, una pieza esencial de nuestro funcionamiento psicológico.
¿Y si no quieres estar triste? En ese caso, abraza la tristeza. Por contradictorio que parezca, necesitas tomar nota de su existencia y aceptar que te sientes así en ese momento de tu vida. No intentes huir de lo que experimentas, acepta que hay cosas que duelen. Y no pasa nada por ello.
A veces, está bien estar triste. Está bien que no estés bien cuando te ocurre algo doloroso. Está bien que te sientas mal cuando pierdes algo que te importaba. Y también está bien que eso remueva tus cimientos y te haga llorar o que el dolor te conmueva.
A partir de ahí, escucha tu tristeza. No rehúyas de ella. Aunque estés harto de sentirte triste, no podrás superar ese estado hasta que no entiendas de dónde proviene y qué necesitas hacer para sentirte mejor. Trátate con amabilidad y compasión. No te mereces menos. con ese enfoque, la tristeza irá desapareciendo como llegó, dejando espacio a otras emociones en tu vida.
Referencias Bibliográficas:
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