«Un joven y aventajado discípulo de artes marciales estaba aprendiendo bajo la tutela de un famoso maestro.
Un día, el maestro estaba observando una sesión de práctica en el patio y se percató de que la presencia de los otros estudiantes estaba interfiriendo en los intentos del joven de perfeccionar su técnica.
El maestro podía percibir el deseo del joven de quedar bien delante de los demás y su frustración por no lograrlo. Se acercó y le dio una palmada en el hombro.
– ¿Cuál es el problema? – preguntó.
– No lo sé – dijo el joven visiblemente tenso. – No importa cuánto me esfuerce, soy incapaz de ejecutar los movimientos correctamente.
– Ven conmigo, te lo explicaré – respondió el maestro.
El maestro y el estudiante salieron del edificio y caminaron hasta llegar a un arroyo. El maestro permaneció en silencio en la orilla durante un tiempo. Luego habló.
– Mira el arroyo. Hay piedras en su camino. ¿Intenta impresionarlas? ¿Se golpea contra ellas por la frustración? Simplemente fluye y sigue adelante. Sé como el agua.
El joven tomó nota del consejo del maestro y en pocos días apenas se daba cuenta de la presencia de otros estudiantes a su alrededor. Nada podía afectar su manera de ejecutar los movimientos, que cada vez eran más perfectos».
Esta maravillosa historia nos habla sobre la necesidad de encontrar el equilibrio y la paz interior, en vez de intentar impresionar a los demás y obtener su aprobación. De hecho, cuando estamos pendientes de la aceptación ajena ocurre una contradicción: mientras más la buscamos más escurridiza se vuelve y menos nos valoran los demás.
La parábola utiliza como recurso el agua ya que en la filosofía budista tiene un simbolismo especial porque encierra a la perfección sus enseñanzas. El agua fluye constantemente, se adapta a las formas de los recipientes y sortea todo tipo de obstáculos. Es su capacidad de adaptarse sin perder su esencia lo que la hace tan especial.
Los riesgos de buscar la aprobación de los demás
- Nos apartamos cada vez más de nuestra esencia. Cuando buscamos la aceptación de los demás, asumimos que algunas de nuestras características no serán bien recibidas, por lo que intentamos ocultarlas. Nos colocamos una máscara social que nos aleja de la autenticidad y nos “obliga” a interpretar un personaje. Obviamente, vivir en ese «teatro” es agotador porque tenemos que estar pendientes de reprimir muchos de los pensamientos, actitudes y emociones que experimentamos de manera natural.
- Vivimos en una montaña rusa emocional. Cuando la opinión de los demás se convierte en la brújula que dicta nuestros pasos, nos subimos por voluntad propia a una montaña rusa emocional porque nuestro estado de ánimo comenzará a depender directamente de las valoraciones externas. Nos sentiremos felices si nos halagan o profundamente infelices y frustrados si nos critican o rechazan. En este punto dejamos de ser dueños de nuestras emociones y le cedemos el control a los demás. Nos convertimos en personas reactivas a merced de las volubles opiniones ajenas.
- Nos olvidamos de nuestros sueños. Es algo terrible, tan terrible que normalmente lo apartamos de la mente, pero cuando nuestra vida gira en torno a la aprobación de los demás, abandonamos nuestros sueños y planes para adaptarnos y abrazar los objetivos de los otros. De esta forma terminamos perdiendo la motivación intrínseca, que es nuestro motor impulsor, y se nos agota la pasión. Así terminamos viviendo la vida que quieren los demás, no la vida que deseamos nosotros.
¿Es posible ser nosotros mismos sin “dañar” a los demás?
Uno de los obstáculos que detiene a las personas en el camino hacia la autenticidad y la liberación personal es el miedo a dañar a las personas significativas. Sin embargo, el hecho de crecer, perseguir nuestros sueños, ser independientes y sentirnos bien con nosotros mismos no debería representar un problema para los demás. Al contrario, si realmente nos aman, deberían sentirse felices por nuestro crecimiento.
El problema es que cuando creamos una relación de dependencia con alguien al buscar su aprobación antes de tomar decisiones, desde las más intrascendentes hasta las más importantes, le estamos confiriendo un enorme poder sobre nosotros. Muchas personas se sienten cómodas en ese rol, les gusta el poder que tienen sobre nuestra vida y no quieren romper ese lazo. Sin embargo, a menudo esas personas se hacen cada vez más demandantes, intentan atarnos más corto y sus exigencias de control se vuelven desproporcionadas. En esos casos, cortar el lazo es una cuestión de supervivencia psicológica.
Por supuesto, cuando nos independizamos, nos atrevemos a desear cosas diferentes y comenzamos a tomar decisiones propias, esas personas se mostrarán “dolidas” porque quieren mantener ese lazo de dependencia. De cierta forma ese dolor es una forma de manipulación emocional. Sin embargo, debemos recordar que muchas veces los lazos que nos mantienen unidos son también los que más nos atan.
En esos casos no hay que tener miedo a “dañar” a esa persona porque en realidad no le estamos haciendo un daño sino que le estamos dando una oportunidad a la relación de madurar. Lo que estamos haciendo es llevar la relación a un nivel superior donde no hay dependencia sino que son dos personas maduras que disfrutan estando juntas desde su individualidad, sin dependencias tóxicas.
No seas tú mismo, sé la mejor versión de ti
Uno de los peores consejos de autoayuda que pueden darnos consiste en animarnos a ser nosotros mismos. Debemos tener en cuenta que muchas personas han tenido éxito siendo ellas mismas pero muchas otras han fracasado estrepitosamente. Muchas personas han sido felices siendo ellas mismas pero otras han sido profundamente infelices.
El consejo más sabio es: sé la mejor versión de ti. Esto no significa que debemos renunciar a nuestra esencia, sino que debemos aprender a sacar lo mejor de nosotros. Por ejemplo, ser una persona colérica al final solo nos traerá problemas, además de hacernos sentir mal. Eso no significa que debemos ocultar nuestra decepción o desagrado, sino que debemos expresarlo de manera asertiva. El objetivo no es agradar a los demás, sino ser capaces de gestionar nuestras emociones porque acumular resentimiento, odio y rencor terminará dañándonos.
El secreto para lograr ser la mejor versión de nosotros mismos es muy simple: cuando hemos desarrollado un buen equilibrio interior, sabemos exactamente lo que queremos en la vida y estamos en paz con nosotros mismos; todo eso se traduce en cada uno de nuestros actos y nos permite relacionarnos de manera más asertiva y auténtica.
De hecho, ser auténticos no significa explotar cuando nos sentimos enfadados y frustrados o decir lo primero que nos venga a la mente sin reflexionar sobre sus consecuencias, eso es simplemente un comportamiento infantil.
En palabras de Jean Paul Sartre: «Quien es auténtico, asume la responsabilidad por lo que es y se reconoce libre de ser lo que es«.
La persona auténtica practica la congruencia, es aquella que expresa lo que siente y piensa de manera asertiva. Sin embargo, la autenticidad no se limita a la congruencia, no es simplemente “sé tú mismo” sino que también implica un profundo conocimiento interior, un tomarse la responsabilidad y una sólida autoestima que no depende de las opiniones ajenas.
La persona auténtica es sensible a las emociones y opiniones de los demás, no puede ser de otra manera, pero decide no subordinar sus decisiones a los juicios y críticas de los otros. Lo más interesante es que cuando estamos bien con nosotros, cuando somos auténticos de manera madura y desde un profundo autoconocimiento, los demás lo notan y nos ganamos su respeto y admiración, aunque ese no sea el objetivo final.
Rafael Ramos A dice
Un enfoque centrado en ser auténticos, seguros de nosotros mismos, sin entrar con conflicto con los demás, es un pilar de nuestro crecimiento emocional.