
En los tiempos que corren, la Inteligencia Artificial se ha vuelto más omnipresente que Dios – con perdón de los creyentes. Parece estar en todas partes. Todos hablan de ella. No pasa un día sin que alguien alabe su “inteligencia”.
El hecho de que existan máquinas y algoritmos capaces de construir frases con cierto sentido (a veces) o hacer vídeos con una calidad decente para el ojo humano (inexperto) no es preocupante, lo preocupante es que creamos que eso es inteligencia.
“En la era de la IA y el Big Data, el peligro real no es que las computadoras sean más inteligentes que nosotros. Es que creamos que lo son”, escribió Gary Smith, profesor de economía en el Pomona College.
¿Es realmente inteligente la Inteligencia Artificial?
La Inteligencia Artificial se ha colado tan rápido en nuestra vida, que está derribando con esa misma velocidad el escepticismo y el recelo que antes nos generaba. Un estudio realizado en la Universidad de Harvard descubrió que ya confiamos más en el consejo que nos dan los algoritmos que en el de las personas, aunque se trate de especialistas.
Hace poco, investigadores de Italia y Suiza también comprobaron que, cuando la Inteligencia Artificial tiene información sobre nosotros, es un 82% más persuasiva que los humanos. Y no es precisamente una buena noticia. ¿Por qué?
Por varias razones.
Primero, porque la Inteligencia Artificial no puede realizar razonamientos inductivos ni captar el verdadero significado de las palabras. A veces sus respuestas tienen sentido, pero eso no significa que la máquina sea consciente de lo que está diciendo. Un loro puede repetir o mezclar las palabras que ha escuchado, pero no comprende realmente su significado.
Segundo, porque la Inteligencia Artificial se equivoca – y mucho. Comete errores garrafales (de manera persuasiva, eso sí). Y si creemos a pies juntillas lo que nos dice, también estaremos abocados al error. Confiar en un algoritmo aparcando nuestra racionalidad hace que corramos el riesgo de desarrollar ese mismo “pensamiento” obtuso y limitado.
¿Somos más estúpidos que hace 50 años?
Es posible.
En 2004, investigadores de la Universidad de Oslo analizaron a más de 500 mil reclutas y observaron que después de producirse un pico en la inteligencia convencional en la década de 1990, algo que se conoce como “efecto Flynn”, luego nuestro nivel de intelecto ha ido disminuyendo.
No fueron los únicos. Psicólogos de la Universidad de Adelaide del Sur de Australia presentaron los resultados de 20 años de investigaciones con niños de edades entre los 6 y 13 años y comprobaron que también se ha producido una ligera disminución del CI (aproximadamente 7 puntos desde 1980 hasta inicios del milenio).
Y no, no ocurre únicamente con la inteligencia lógica.
Uno de los informes recientes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) reveló, tras analizar a los 38 países que la componen, que entre el 4,9 y el 27,7% de los adultos muestran un nivel de competencia extremadamente básico en comprensión lectora.
Eso significa que solo son capaces de leer y entender textos breves sobre temas familiares. Y solo pueden responder a preguntas sobre la lectura si encuentran las respuestas textuales, lo cual significa que no procesan realmente lo que leen.
Por tanto, quizá la Inteligencia Artificial no sea tan inteligente. O quizá deberíamos replantearnos lo que consideramos como “inteligencia”. O tal vez tenemos un problema aún mayor: hemos dejado de pensar y actuar con sentido común, de manera que cualquier cosa nos resulta inteligente.
Cuanto menos pensemos, más asombrosa nos parecerá la Inteligencia Artificial
Es innegable que las máquinas tienen una memoria infinitamente mayor que la nuestra, más acceso a los datos, hacen cálculos más rápido y no se cansan como nosotros. Pero por muy listas que parezcan, no son capaces de desarrollar expectativas, hacer predicciones basadas en la intuición o ponerse en el lugar de los demás. Y muchas veces esa es la clave para resolver los problemas que más nos preocupan y afectan.
La Inteligencia Artificial no tiene manera de cotejar sus deducciones con el “sentido común”, simplemente porque no lo tiene. Por eso el razonamiento humano y, sobre todo, la sensatez y la creatividad, son más necesarios que nunca.
La inteligencia no descansa únicamente en establecer conexiones con celeridad basándose en patrones detectados tras analizar millones de datos. La inteligencia consiste en analizar los problemas desde diferentes aristas y buscar soluciones creativas que tengan sentido y sean adaptativas.
Si reducimos el concepto de inteligencia al «pensamiento» de las máquinas, corremos el riesgo de olvidar lo que es la verdadera inteligencia. Como escribiera el filósofo Slavoj Žižek: “el verdadero peligro no es que la gente confunda un chatbot con una persona real, sino que comunicarse con los chatbots hará que las personas reales hablen como chatbots: pasando por alto todos los matices e ironías, enfocándose obsesivamente sólo lo que uno cree que quiere decir”.
El verdadero peligro no es que las máquinas sigan progresando y nos ayuden a afrontar los nuevos retos que vendrán, sino que pensemos que eso es inteligencia porque hemos olvidado lo que es realmente la genialidad humana.
Referencias Bibliográficas:
Salvi, F. (2024) On the Conversational Persuasiveness of Large Language Models: A Randomized Controlled Trial. En: Cornell University; 2403.14380.
Žižek, S. (2023) Artificial Idiocy. En: Project Syndicate.
Ball, P. (2020) The AI delusion: why humans trump machines. En: Prospect.
Logg, J. M. et. Al. (2019) Algorithm Appreciation: People Prefer Algorithmic To Human Judgment. Organizational Behavior and Human Decision Processes; 151: 90-103.
Smith, G. (2018) Beware the AI delusion. En: FastCompany.
Batini, F. et. Al. (2013) OCSE: Skills Outlook. En: OECD.
Sundet, J. M.; Barlaug, D. G. & Torjussen, T. M. (2004) The end of the Flynn effect?: A study of secular trends in mean intelligence test scores of Norwegian conscripts during half a century. Intelligence; 32(4): 349-362.
Nettelbec, T. & Wilson, C. (2004) The Flynn effect: Smarter not faster. Intelligence; 32(1): 85-93.
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