Dicen que el amor todo lo puede. Y no cabe duda de que el amor es un ingrediente esencial prácticamente en todo lo que hacemos, desde nuestro trabajo hasta las relaciones interpersonales. También es un poderoso agente dinamizador de nuestro comportamiento. Nos da la motivación y la fuerza que necesitamos para seguir adelante. Pero a veces sentir amor no basta. Simple y llanamente.
A veces hay que ir un paso más allá de todo eso. Necesitamos separar el concepto idealizado del amor de su expresión cotidiana. Debemos separar el amor como meta y producto – una idea que nos han vendido y que hemos consumido de manera más o menos consciente – del acto de amar y brindar amor. La diferencia es enorme, y no es precisamente fútil.
¿Por qué a veces el amor no basta?
El amor es un sentimiento y, como todos los sentimientos, no siempre se expresa de la manera más asertiva. La forma de expresar el amor no tiene nada que ver con la intensidad del mismo sino más bien con la manera en que nos han enseñado a relacionarnos con los demás y con nuestras emociones.
Quien tiene un apego inseguro, por ejemplo, es probable que desarrolle una gran dependencia de la persona amada. Esa dependencia emocional suele generar un miedo intenso a la pérdida que puede llevar a la persona a desarrollar comportamientos controladores que terminen arruinando la relación. Si su amor asfixia, si ahoga al otro, se transformará en posesión y terminará siendo opresivo.
Como escribiera Carl Jung: “donde el amor reina, no hay voluntad de poder, y donde el poder predomina, el amor falta”. Amar es, sobre todo, desear el bien a los demás sin buscar una recompensa personal. Cuando se instaura una relación de dependencia, el otro pasa a ser un medio para satisfacer nuestras necesidades, lo cual dificulta – o imposibilita directamente – el amor.
Otras personas tienen un estilo de apego evitativo que les impide expresar su amor. A esas personas les enseñaron en su infancia a hacer caso omiso a sus emociones y esconderlas porque son una señal de debilidad. Como resultado, suelen tener problemas para expresar lo que sienten, piensan que demostrar su amor es un signo de vulnerabilidad, por lo que terminan construyendo un muro contra el cual estalla todo intento de intimidad. Como resultado, su amor se queda encarcelado tras los muros que han construido y termina marchitando, irremediablemente.
El amor, y su expresión, deben ir más allá de los condicionamientos, erigiéndose como una vía de crecimiento personal en la que nos despojemos de todos aquellos estereotipos que nos impiden amar libremente. Como apuntó el filósofo indio Jiddu Krishnamurti: “el amor significa ausencia de violencia, miedo, competición y ambición”.
Agápē: El amor incondicional y reflexivo que hemos olvidado
El amor no es un sentimiento abstracto, sino una realidad cotidiana. No es un arduo proceso fruto de enormes fatigas ni una meta que debamos conquistar sino un estado natural. El problema surge cuando los condicionamientos que hemos recibido desvirtúan la esencia de ese amor y, por consiguiente, su expresión saludable y plena.
Cuando pensamos en el amor como un objetivo a alcanzar, convertimos a la persona amada en una posesión. Comenzamos a pensar en términos como “mi pareja” o “mis hijos” y es fácil que el amor transmute en propiedad. Pero el amor sin libertad, es solo la sombra del amor.
La expresión madura del amor pasa, irremediablemente, por la imprescindible libertad para ser y hacer, que también implica tener en cuenta los deseos de la persona amada. De hecho, Simone Weil no concebía el amor sin la libertad: “amar puramente es consentir en la distancia, es adorar la distancia entre uno y lo que se ama”.
Los griegos denominaban a ese amor agápē, para diferenciarlo del resto de los sentimientos que podemos experimentar, y con esa palabra se referían a un amor incondicional pero reflexivo, en el que el amante solo tiene en cuenta el bien del ser amado. Ese amor es incondicional porque no demanda nada a cambio. Reflexivo porque implica ponerse en el lugar del otro para comprender sus necesidades. Es un sentimiento que implica amar sin poseer, acompañar sin invadir y vivir sin depender.
Es un cambio de perspectiva en la manera de entender y vivir el amor que lo saca del ámbito meramente emocional para llevarlo a un plano más racional. Es un amor que no solo se siente sino que también se piensa en cuanto ese proceso de reflexión sobre los sentimientos nos ayuda a canalizarlos de la mejor manera posible.
Esa nueva perspectiva nos permitirá expresar el amor de manera más plena y constructiva. Así desarrollaremos un amor que no se autofagocita, sino que se autoalimenta y que permite el crecimiento de ambos, en vez de coartar su libertad, animándoles a ser todo lo que pueden ser.
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