Hace apenas unos días, una joven publicó un vídeo en Facebook donde se apreciaba a una señora que la increpaba con actitud desafiante porque su bebé estaba llorando en el avión. Su objetivo era que lo vieran sus familiares y amigos, pero el vídeo se volvió viral y acaparó los titulares de la prensa de medio mundo, así que la señora fue despedida de su trabajo de 95.000 dólares anuales porque la empresa consideró que su comportamiento era “inaceptable” y no daba una buena imagen. La joven se disculpó pues no creyó que el vídeo tuviera un impacto tan grande, pero el daño ya estaba hecho.
No es el primer caso, y no será el último, en el que la barrera entre lo privado y lo público se difumina, o más bien desaparece por completo, en las redes sociales. De hecho, ahora mismo podemos entrar en redes como Facebook y husmear en los perfiles de personas que conocimos hace años o de gente que acabamos de conocer. Podemos ver sus fotos, conocer a sus hijos, ver sus casas, saber dónde pasaron sus últimas vacaciones, cuál es su restaurante favorito e incluso ser testigos de discusiones personales que antes se quedaban entre las cuatro paredes del hogar y hoy se ventilan…
¿Cómo es posible? La explicación a algunos casos podría estar en el fenómeno psicológico de la “fatiga de privacidad”. De hecho, si te preocupa divulgar demasiada información sobre ti pero no sabes muy bien cómo trazar esa línea entre lo público y lo privado, es probable que también llegues a sufrir esa fatiga, que te haga abrir las compuertas y exponga casi por completo tu vida privada ante las miradas de los curiosos.
¿Qué es la fatiga de privacidad?
Un grupo de psicólogos del Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología de Ulsan se han dedicado a analizar cómo lidian las personas con la barrera entre lo público y lo privado. Se dieron cuenta de que quienes están muy preocupados por las amenazas a su seguridad y privacidad online, suelen padecer lo que denominaron “fatiga de privacidad”.
Lo definieron como “una sensación de cansancio relacionada con la privacidad, en la que la persona cree que no existe una manera eficaz de gestionar su información personal en Internet”.
Estos psicólogos también notaron que el grado de fatiga de privacidad varía de una persona a otra pero, en sentido general, creen que nos afecta a todos y que la necesidad de tener que trazar continuamente esa línea divisoria entre la información privada y la personal para proteger nuestra intimidad, nos está agotando cada vez más. El problema es que cuando somos víctimas de la fatiga de privacidad, se produce un efecto boomerang que nos hace bajar las defensas.
Los síntomas de la fatiga de privacidad
Estos psicólogos explican que la fatiga de privacidad genera los mismos síntomas que provocan otras formas de fatiga. En práctica, llega un punto en el que sentimos que tenemos que satisfacer tantas demandas y tener en cuenta tantos detalles, que sobreviene el agotamiento.
El agotamiento perpetuo nos conduce al siguiente nivel, en el que experimentamos frustración, desesperanza e incluso desilusión. En cierto punto, podemos comenzar a sentir una pérdida de eficacia, sentimos que nada de lo que hagamos será suficiente, hasta caer en la indefensión aprendida.
En el caso de la fatiga de privacidad, simplemente sentimos que no podemos mantenernos actualizados porque la información fluye con demasiada rapidez y los cambios son constantes. Al respecto, el filósofo Zygmunt Bauman había dicho que las autopistas de la información que prometen llevar a los viajeros a sus destinos con mayor rapidez y esfuerzo del esperado, pueden llegar a ser muy agobiantes.
La paradoja de la privacidad
Estos investigadores descubrieron que las personas realmente preocupadas por su privacidad pero que no están fatigadas, evitan divulgar información personal pero quienes ya sufren fatiga, simplemente no tienen la voluntad suficiente para controlar el proceso. En otras palabras, se rompen los diques y la línea entre lo íntimo y lo público desaparece.
Esa fatiga hace que hagamos clic en el botón “Aceptar” sin pensar en nada más. El agotamiento psicológico provoca que nos olvidemos de la necesidad de proteger nuestra intimidad, que seamos más descuidados y que nos expongamos más en la arena pública.
Esto da pie a la “paradoja de la privacidad”: las personas continúan revelando detalles personales a pesar de que les preocupa su seguridad y privacidad. Por supuesto, las causas no se encuentran únicamente en esa fatiga emocional sino que son muchas más profundas, enraizándose en el nuevo reto que suponen las redes sociales para lograr un equilibrio entre la autoafirmación individual y la construcción comunitaria.
“La privacidad es el ámbito que se supone de dominio personal, el territorio de la soberanía personal indivisa en cuyo interior uno tiene el poder completo e indivisible de decidir qué y quién soy”, escribió Zygmunt Bauman.
Sin embargo, las redes sociales han dado una vuelta de tuerca a ese concepto haciendo que la privacidad se convierta de lugar de empoderamiento a sitio de encarcelamiento donde el dueño del espacio privado no tiene un público ávido y, como tal, siente que no es lo suficientemente valioso. La identidad individual se construye hoy más que nunca a través de la identidad comunitaria, por lo que es cada vez más difícil delimitar lo privado de lo público.
La privacidad como pegamento íntimo
No debemos olvidar que la privacidad no solo implica mantener afuera a los otros, los desconocidos y extraños que pueden hacernos daño, sino que también sirve para enlazar y proteger los vínculos interhumanos más fuertes. Cuando confiamos nuestros secretos a personas muy selectas, esos que ocultamos a los demás, las colocamos en una categoría “muy especial” y tejemos profundas redes de amistad.
La acción de compartir nuestra intimidad nos deja vulnerables, nos desnuda ante los demás, por lo que es un acto que históricamente nos ha ayudado a designar y retener a los mejores amigos. Si lo compartimos todo en las redes, nos quedamos sin ese “pegamento íntimo” que nos permite establecer relaciones especiales.
De hecho, el psiquiatra Thomas Szasz dijo que “la crisis actual de la privacidad se relaciona de forma inextricable con el debilitamiento y la decadencia de todos los vínculos interhumanos”.
Por tanto, vale la pena volverse a plantear esa línea divisoria, teniendo cuidado de no caer en la fatiga de privacidad.
Fuentes:
Choi, H., Park, J., & Jung, Y. (2018). The role of privacy fatigue in online privacy behavior. Computers in Human Behavior, 81: 42-51.
Bauman, Z. (2011) Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global. Madrid: Fondo de Cultura Económica de España.
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