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Autocuidado para cuidadores: ¿Qué es la fatiga por compasión y cómo prevenirla?

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Fatiga por compasión

En 1992, la enfermera de urgencias Carla Joinson se dio cuenta de que sus colegas sufrían una forma de agotamiento diferente. No estaban simplemente cansadas, sino que experimentaban una fatiga emocional profunda, una sensación de estar completamente drenadas.

Aunque sentían una gran satisfacción en el plano personal y profesional por cuidar a las personas que más lo necesitaban, el hecho de exponerse día tras día al sufrimiento ajeno y el estrés propio de su profesión las hacía más propensas a sufrir lo que denominó “fatiga por compasión”.

El costo de cuidar a los demás: la fatiga por compasión

La fatiga por compasión afecta la capacidad para pensar con claridad, gestionar asertivamente las emociones y afrontar con eficacia el día a día. Aunque puede aparecer en todas aquellas profesiones relacionadas con el cuidado a los demás, desde los médicos hasta los veterinarios, se manifiesta con especial fuerza en el personal de enfermería. De hecho, se estima que entre el 10 y el 43 % de los enfermeros sufre fatiga por compasión de carácter leve o grave.

El síntoma clásico es una disminución de la capacidad para sentir empatía y un creciente desapego. La persona se enfoca más en las tareas y menos en el aspecto humano. El otro síntoma clásico es un profundo agotamiento físico y emocional, que muchos describen como “sentir fatiga en cada célula de tu ser”, la cual termina afectando significativamente su funcionamiento diario y bienestar.

Ese enorme cansancio suele acompañarse de un estado de ánimo negativo en el que predominan emociones como la ira, intolerancia, irritabilidad, cinismo, amargura y resentimiento. Obviamente, esos cambios emocionales también impactan negativamente en la toma de decisiones, nublan el juicio, afectan la concentración y provocan lapsos de memoria, por lo que repercuten negativamente en el trabajo y el día a día de la persona.

A corto plazo, la fatiga por compasión suele acarrear pequeñas molestias de salud, como dolor de cabeza, nauseas o mareos. Sin embargo, cuando persiste a lo largo del tiempo puede aumentar el riesgo de desarrollar enfermedades más graves, además de alimentar sentimientos de incompetencia e impotencia que conducen a respuestas desadaptativas y trastornos como la ansiedad o la depresión.

¿Cómo prevenir la fatiga por compasión en el día a día?

Es probable que dediques toda tu jornada a escuchar, acompañar y apoyar a los pacientes. Pero, ¿quién te cuida a ti? No hace falta llegar al límite para empezar a cuidarse. Cuanto antes integres pequeñas prácticas de bienestar, más fácil será sostener tu vocación sin que te pase factura. Investigaciones recientes han identificado tres pilares esenciales para prevenir la fatiga por compasión en el personal sanitario: la atención plena, el autocuidado y la resiliencia.

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1. Atención plena: mucho más que respirar profundo

La atención plena o mindfulness no va únicamente de sentarte en la posición de loto o meditar con la salida del sol. Se trata de aprender a parar y reconectar con lo que estás sintiendo aquí y ahora, sin juzgar. Y sí, eso también incluye detenerte en medio del turno para resetear tu mente.

¿Cómo aplicarlo en tu día a día?

  • Antes de entrar a trabajar, haz 10 respiraciones profundas antes de cruzar la puerta. Literalmente. Solo eso. Te ayudará a reequilibrar tus emociones, calmarte y comenzar el turno con la energía adecuada.
  • Entre un paciente y otro, presta atención a tu cuerpo. ¿Mandíbula apretada? ¿Hombros tensos? Relaja esos músculos conscientemente. Así no acumularás toda esa tensión a lo largo de la jornada.
  • Después del turno, cuando llegues a casa, quédate 1 minuto en silencio antes de hacer cualquier cosa. Observa cómo estás. No se trata de “arreglarte”, sino de reconocerte y prestarte atención.

2. Autocuidado realista, una forma de prevención aunque tengas mil cosas que hacer

Quizá pienses que cuidarte es un lujo, pero en este caso es una prescripción médica. Tienes que cuidarte para seguir cuidando. Y no se trata solo de “dormir bien” (aunque eso también cuenta), sino de hacer espacio en tu vida para lo que te recarga emocionalmente.

¿Cómo aplicarlo en tu día a día?

  • Haz mini pausas placenteras. Lleva al trabajo un snack que te encante, prepárate una infusión que te guste o escucha un audio que te dé paz. Y dedícale 5 minutos sin hacer nada más. Se trata de mimarte un poco también en medio de la vorágine para recargar las pilas.
  • Al final del día, en vez de revisar el móvil en piloto automático, haz una lista rápida de lo que has hecho bien o de las cosas por las que sientes agradecimiento. Eso te ayudará a reconectar con la satisfacción, la alegría y el sentido de tu profesión.
  • Crea rituales que te protejan y separen emocionalmente del trabajo, como darte una ducha caliente relajante, disfrutar de la música que te gusta antes de irte a la cama o pasar tiempo de calidad con tu familia. Todo eso forma parte del autocuidado y es esencial para preservar tu equilibrio mental.

3. Resiliencia, el músculo invisible que debes entrenar

La resiliencia no es solo la capacidad para salir adelante cuando las cosas se tuercen, sino también para crecer en entornos desfavorables. Significa saber resistir, pero también adaptarse. Y cuando la desarrollas, no solo aumenta tu percepción de autoeficacia sino que también disminuye el estrés con el que reaccionas a los problemas cotidianos.

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¿Cómo aplicarlo en tu día a día?

  • Apóyate en los demás. Es importante que no reprimas tus emociones, por lo que si tienes compañeros de confianza en el trabajo, podéis dedicar un rato a hablar sin filtros: lo que dolió, lo que frustró, lo que os alivió. Ser escuchado y sentirse comprendido tiene un enorme poder terapéutico.
  • Preguntas para crecer, no solo aguantar. Habrá periodos duros, pero la manera en que los afrontes puede marcar la diferencia. Al final de una semana complicada, pregúntate: ¿Qué aprendí de esto? ¿Qué puedo cambiar para que no me lastime tanto? Parece sencillo, pero este cambio de enfoque fortalece mucho la resiliencia y te anima a adoptar una actitud proactiva, en vez de limitarte a reaccionar a lo que sucede.
  • Prepara tu “kit emocional de emergencia”. Cualquier cosa puede ser útil, desde una canción que te calme hasta una foto que te recuerde por qué empezaste o un objeto pequeño que te sirva de ancla en los momentos más complicados de tu trabajo. Lo importante es que tengas claro a qué recurrir cuando todo parece venirse abajo o el estrés se dispara por las nubes.

En resumen, recuerda que necesitas recargar tu batería a diario y tratarte con el mismo cuidado, compasión y preocupación que muestras a los demás. A veces, podemos llegar a ser muy duros con nosotros mismos y exigirnos demasiado. El secreto para evitar la fatiga por compasión consiste en saber cuidarse incorporando pequeños gestos y acciones cotidianas que te protejan y sirvan como escudo cuando el sufrimiento o la tensión se disparan.

Referencias Bibliográficas:

Collier, J. et. Al. (2024) An integrative review of strategies to prevent and treat compassion fatigue in oncology nurses. Can Oncol Nurs J; 34(1): 28-37.

Ye, L. et. Al. (2024) The prevalence and related factors of compassion fatigue among nursing interns: a cross-sectional study. BMC Nurs; 23: 762.

Paiva-Salisbury, M. & Schwanz, K. (2022) Building Compassion Fatigue Resilience: Awareness, Prevention, and Intervention for Pre-Professionals and Current Practitioners. J Health Serv Psychol; 48(1): 39-46.

Stoewen, D. L. (2020) Moving from compassion fatigue to compassion resilience Part 4: Signs and consequences of compassion fatigue. Can Vet J; 61(11): 1207-1209.

Izaguirre, A. et. Al. (2020) Effectiveness of a nursing program of self-care and Mindfulness, in the approach to the common mental disorder in primary care. Aten Primaria; 52(6): 400-409.

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Jennifer Delgado Suárez

Psicóloga Jennifer Delgado Suárez

Soy psicóloga. Por profesión y vocación. Divulgadora científica a tiempo completo. Agitadora de neuronas y generadora de cambios en mis ratos libres. ¿Quieres saber más sobre mí?

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