¿Cuántas veces has tomado una decisión impulsiva dejándote llevar por la euforia del momento?
¿En cuántas ocasiones te has comprometido con tareas imposibles cuando creías que podías comerte el mundo?
¿Cuántas veces has emprendido un proyecto demasiado complejo inspirado por un optimismo ingenuo?
¿Cuántos cambios vitales descabellados has hecho en nombre del amor?
Las emociones “positivas” pueden jugarnos tantas malas pasadas como las “negativas”, sobre todo porque no somos plenamente conscientes de su influjo. Al actuar por debajo del radar, a menudo nos empujan a asumir riesgos excesivos o tomar caminos que en otras circunstancias no habríamos elegido.
No es oro todo lo que reluce
En nuestro universo afectivo, solemos dividir las emociones en positivas y negativas. Asumimos que las emociones negativas son un enemigo que debemos vigilar y mantener bajo control mientras damos carta blanca a las emociones positivas. Eso nos conduce a un error: bajar completamente la guardia con las emociones positivas, de manera que cuando nos damos cuenta es demasiado tarde para dar marcha atrás a las decisiones que hemos tomado dejándonos llevar por la euforia, el júbilo, el enamoramiento, la devoción o la sensación de empoderamiento.
Las emociones nos juegan una mala pasada porque se autovalidan. O sea, al provenir de nuestro interior, no solemos cuestionar su validez o funcionalidad. Y tampoco ponemos en tela de juicio las conclusiones que sacamos a partir de lo que sentimos, lo cual nos condena a un bucle autorreferencial. Raras veces nos cuestionamos por qué experimentamos miedo o nos hemos enamorado de una persona. Sentimos las emociones, no las analizamos.
El problema comienza cuando esas emociones se convierten en la brújula que guía nuestras decisiones. Perdemos el norte – y el sur – cuando creemos que sentirnos Superman nos convertirá en Superman. Y las emociones positivas son las que menos cuestionamos porque no nos molestan, de manera que actuamos dejándonos llevar por ellas sin preguntarnos si quizá estamos exagerando.
Los cristales de color rosa también distorsionan el mundo
Un estudio desarrollado en la Universidad de Maryland constató que experimentar emociones positivas suele empujarnos a tomar decisiones más arriesgadas. Estos psicólogos comprobaron que las personas eufóricas solían apostar más que quienes tenían un estado de ánimo más estable. Además, la euforia los llevaba a sobrevalorar las posibilidades remotas de tener éxito.
Debemos tener claro que la valencia emocional es simplemente una etiqueta que añadimos. Cuando se produce un secuestro emocional – ya sea motivado por el miedo o por la euforia – nuestro cerebro reacciona de manera bastante similar. O sea, las emociones intensas “desconectan” la parte racional que nos ayuda a tomar mejores decisiones.
Por tanto, debemos tener particular cuidado a la hora de tomar decisiones importantes cuando nos sentimos embargados por emociones intensas, aunque sean positivas, ya que pueden empujarnos en una dirección que, en otras circunstancias no habríamos elegido ya que nos impiden valorar en su justa medida los riesgos y obstáculos en el camino.
Sentirse embargado por emociones catalogadas tradicionalmente como negativas (como la tristeza), es como usar unas gafas de color gris. Pero experimentar emociones muy positivas sería el equivalente a ver el mundo a través de unas gafas color rosa. Tanto en uno como en otro caso no estaremos siendo objetivos. No podremos percibir los colores reales porque nuestras emociones están actuando como un filtro.
La clave para usar las emociones positivas a tu favor
La solución no es convertirse en una piedra que no siente ni padece. Las emociones no son nuestras enemigas. De hecho, son mensajeros importantes de nuestro estado interior. Sin embargo, no siempre son buenas consejeras.
Un experimento llevado a cabo en la Universidad de Maryland en el que los participantes debían tomar decisiones de inversión reveló que la clave no radica en “tener la mente fría”, como se suele pensar, sino en ser capaces de identificar y gestionar las emociones.
Las emociones son estados que mueven la balanza interior para indicarnos lo que nos agrada o molesta, por lo que debemos prestarles atención. De hecho, estos psicólogos explican que el consejo común de “ignorar las emociones” no da buenos resultados. Las personas que tuvieron en cuenta sus emociones tomaron buenas decisiones, el secreto radica en la manera en que gestionaban esos estados afectivos.
Solo tenemos que ser conscientes de nuestros estados emocionales. El simple hecho de identificar la emoción y saber en qué dirección nos empuja puede ayudarnos a equilibrar la balanza y tomar una decisión más adecuada. Debemos aprender a relacionarnos con las emociones como si fueran brújulas interiores, tomar nota de su mensaje y luego elegir en consecuencia. No debemos ignorarlas, pero tampoco dejarnos arrastrar por ellas, ni siquiera cuando son negativas. A fin de cuentas, la clave siempre radica en el equilibrio.
Referencias Bibliográficas:
Seo, M. & Feldman, L. (2007) Being emotional during decision making—good or bad? an empirical investigation. Acad Manage J; 50(4): 923–940.
Isen, A. M. & Patrick, R. (1983) The effect of positive feelings on risk taking: When the chips are down. Organizational Behavior and Human Performance; 31(2): 194-202.
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