Alzar la voz no hará que tengamos más razón. Además, utilizar esta estrategia como recurso educativo puede ser completamente contraproducente. De hecho, cuando le gritamos a los niños solo estamos reconociendo que los pequeños están fuera de control, y nosotros también. Gritar es una señal de que la situación se nos ha ido de las manos y no tenemos estrategias para resolverla.
En Estados Unidos se dice que gritar a los hijos es como usar el claxon para conducir el coche, y suele generar los mismos resultados. Además, normalmente no gritamos después de una cuidadosa y profunda reflexión porque consideremos que se trata de la táctica más eficaz, simplemente gritamos porque no sabemos qué otra cosa hacer.
Las situaciones que provocan los gritos son muchas y diversas, pero se ha apreciado que el aislamiento materno y el agotamiento psicológico son las causas principales. De hecho, muchos padres reconocen que detrás de sus gritos se esconde el estrés y el cansancio. En práctica, lo que nos lleva a gritar no es tanto el mal comportamiento del niño, sino nuestra incapacidad para lidiar con la situación, probablemente porque nuestros recursos cognitivos y emocionales están agotados.
Los gritos afectan el desarrollo psicológico y cerebral de los niños
Un estudio llevado a cabo en la Universidad de Pittsburgh reveló que gritar a los niños con regularidad, como una forma de disciplina, encierra numerosos riesgos para su desarrollo psicológico, entre ellos la posibilidad de que desarrollen conductas agresivas o, al contrario, híper tímidas.
Estos psicólogos analizaron a 976 familias y sus hijos durante dos años, y descubrieron que los gritos cotidianos, que formaban parte de la crianza, podían predecir la aparición de problemas de conducta en los adolescentes de 13 años o de síntomas depresivos a los 14 años.
Además, descubrieron que en vez de minimizar los problemas, los gritos solían agravar la desobediencia. Y también constataron que la “calidez” de los padres; es decir, su amor y el grado de apoyo emocional no disminuían el impacto psicológico de los gritos. Esto significa que la marca que dejan los gritos no se borra después con un abrazo o un gesto de cariño.
Otra investigación realizada por un grupo de psiquiatras de la Escuela de Medicina de Harvard fue un paso más allá: sus resultados alertan que el maltrato verbal, como los gritos y la humillación, puede alterar de forma significativa y permanente la estructura del cerebro infantil.
Estos investigadores analizaron el cerebro de 51 niños que recibían tratamiento psiquiátrico y los compararon con el de 97 niños sanos. Descubrieron que el abandono, el castigo físico e incluso la disciplina verbal causaban una reducción significativa en el cuerpo calloso, una especie de “cable” compuesto por células nerviosas que conecta ambos hemisferios del cerebro.
Un cuerpo calloso más pequeño conduce a una menor integración de las dos mitades del cerebro, lo que puede causar cambios dramáticos en el estado de ánimo y la personalidad. En el estudio también apreciaron una disminución de la actividad en partes del cerebro relacionadas con las emociones y la atención. Estos niños tenían menos flujo sanguíneo en una parte del cerebro conocida como vermis cerebeloso, el cual es fundamental para mantener un buen equilibrio emocional.
¿Por qué los gritos pueden afectar tanto a los niños?
Cuando los niños son muy pequeños, no son capaces de identificar la diferencia entre los gritos y el cariño. En práctica, no comprenden que si sus padres les gritan, no significa que no les quieran sino que pueden estar estresados o que están reprendiendo un mal comportamiento. No conocer esa diferencia puede generar una gran sensación de angustia y estrés. De hecho, los investigadores creen que los cambios en la estructura del cerebro se deben a la liberación excesiva de cortisol, la hormona del estrés, durante los primeros años de vida.
Es curioso, pero los niños y adolescentes que han crecido en un ambiente donde los gritos son pan cotidiano, también tienen el doble de probabilidades de presentar una actividad eléctrica cerebral anormal. En algunos casos esta actividad incluso se ha llegado a comparar con la de personas que sufren epilepsia.
¿Cómo dejar de gritarles a tus hijos?
– Asume que gritar es sinónimo de perder el control. Los gritos no son una estrategia educativa ni disciplinaria sino el signo de que la situación se te ha ido de las manos. Si eres consciente de esa diferencia, lograrás regularte mucho mejor.
– Descubre cuáles son las situaciones o momentos en los que más gritas. Los investigadores han descubierto que los padres suelen gritar más durante algunos momentos específicos del día, como a la hora del desayuno antes de ir al colegio o por la noche. Detectar ese patrón te permitirá descubrir la causa que se encuentra en la base de los gritos, que generalmente suelen ser las prisas, el estrés o el cansancio.
– Tómate el tiempo que necesites para calmarte. Es importante que los padres se mantengan atentos a las señales que indican que están perdiendo el control. Antes de dejar que el cerebro emocional asuma el mando, tómate unos minutos para calmarte. Respira profundamente y, si lo necesitas, sal de la habitación.
– No alimentes expectativas demasiado elevadas. A veces la frustración proviene de la diferencia entre tus expectativas y la realidad. Puedes frustrarte porque esperabas que tu hijo hiciera solo los deberes, por ejemplo, y no los ha hecho. Por eso, a veces es conveniente que recuerdes que es solo un niño y que no hace las cosas para molestarte sino porque aún necesita madurar.
– No te culpes. En cualquier caso, no te culpes porque sentirte mal solo aumentará la tensión. A cualquiera se le puede escapar un grito de vez en cuando, solo tienes que asegurarte de que no se convierta en la norma. Ser padres no es fácil, y tampoco es necesario que seas perfecto/a, solo asegúrate de intentar mostrar siempre la mejor versión de ti.
Fuentes:
Wang, M. T. & Kenny, S. (2014) Longitudinal Links Between Fathers’ and Mothers’ Harsh Verbal Discipline and Adolescents’ Conduct Problems and Depressive Symptoms. Child Developmental; 85(3): 908–923.
Teicher, M. H. et. Al. (1993) Increased prevalence of electrophysiological abnormalities in children with psychological, physical, and sexual abuse. J Neuropsychiatry Clin Neurosci; 5(4): 401-408.
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