
A veces los niños nos sacan de quicio. Por mucho que quieras a tus hijos, pueden hacerte enfadar. En ocasiones tu paciencia puede estrellarse contra el muro de su obstinación y tu serenidad hacerse añicos con los gritos de sus rabietas. Es perfectamente comprensible.
Sin embargo, incluso en los momentos más difíciles, no deberíamos dejar de hablar con amor a nuestros hijos. Recuerda que las palabras tienen un impacto psicológico directo, por lo que en ocasiones pueden dejar heridas profundas en el corazón de los pequeños.
El gran reto de los padres: mantener la calma
Los niños suelen atravesar etapas en las que desarrollan un comportamiento más desafiante. En la búsqueda de su identidad, ponen a prueba los límites y entablan luchas de poder con los adultos para intentar reafirmarse o lograr lo que desean. En esas fases, las rabietas y el negativismo pueden llegar a ser muy difíciles de gestionar.
Sin embargo, como padres, es necesario que mantengamos la calma y corrijamos esos comportamientos con firmeza, pero desde el amor y el respeto. Gritar para intentar corregir la mala conducta solo aumentará la temperatura emocional. El maltrato psicológico transmite rechazo y valida la violencia como vía para solucionar los conflictos.
Cuando los padres pierden los papeles levantan muros que los alejan de sus hijos. Los malos comportamientos deben ser corregidos. No cabe duda. Pero la manera en que lo hagas marcará la diferencia.
El amor es uno de los pilares fundamentales de la crianza. Alimenta una autoestima saludable en los niños y los ayuda a desarrollar un apego seguro. Sin embargo, a veces no basta con sentir amor, hay que saber expresarlo a través de una comunicación positiva. Las palabras que elijas y el tono de voz que uses pueden revelar ese amor o, al contrario, transmitir rechazo.
Como padres, somos el primer y principal modelo que tienen nuestros hijos, de manera que si queremos criar a adultos emocionalmente estables, será mejor educarlos en el respeto y convertir el diálogo en nuestro mejor aliado. Como dijera Confucio, “se puede conseguir algo luego de tres horas de discusión, pero es más probable que se consiga con apenas tres palabras impregnadas de afecto”.
Desahuciar las etiquetas negativas del hogar
Las palabras no caen en saco roto, en especial cuando se dirigen a los niños. En 1987, un estudio psicológico realizado en la Universidad de Calgary advertía de que “el abuso verbal puede convertirse en una forma cada vez más frecuente para controlar y disciplinar a los niños debido a la mayor conciencia de las consecuencias del abuso físico”. En práctica, estos psicólogos notaron en aquellas fechas que los padres estaban cambiando la forma de disciplinar a sus hijos, pero no las maneras. Cambiaban el azote físico por un azote verbal.
También añadieron que “el abuso verbal puede tener un mayor impacto porque el niño que lo recibe tiene más dificultades para defenderse”. Casi 30 años más tarde, otro grupo de psicólogos de la Universidad de Indiana comprobó que durante los primeros años de vida los niños son particularmente vulnerables a la violencia verbal y el maltrato emocional.
Aquel primer estudio explicaba que “debido a que los niños tienden a identificarse con sus padres, el abuso verbal de estos se convierte en una forma en la que luego abusan de sí mismos”. O sea, las palabras y etiquetas que usamos para referirnos a nuestros hijos tienen un impacto enorme en su confianza y autoestima.
Los niños terminan introyectando las palabras ácidas que surgen en los momentos de tensión y frustración, por lo que construyen la imagen de sí mismo alrededor de etiquetas como “inútil”, “tonto”, “malcriado” o “fastidioso”, aunque no sean ciertas. Esos calificativos se convertirán en el espejo en el que se reflejan, los niños los incorporarán como parte de su identidad, de manera que terminarán alimentando una autoimagen negativa que limite su potencial.
En cambio, las palabras amables envueltas en amor lo ayudarán a desarrollar una imagen más positiva de sí mismos. Se convertirán en el terreno fértil en el que puede crecer una autoestima sólida y una sensación de autoeficacia que los empuje a plantearse metas ambiciosas en su vida.
Educar en el diálogo es posible
Muchas veces, educar a un hijo significa educarse a uno mismo. Los padres se enfrentan al doble desafío de criar a un pequeño y seguir creciendo como personas. Sin duda, la educación infantil conlleva una gran responsabilidad y trae aparejadas nuevas obligaciones y tensiones. Para afrontar esos retos con éxito es necesario aprender a gestionar los sentimientos propios.
Solo cuando hemos hecho las paces con nosotros mismos y aprendemos a controlar la frustración, afrontar el estrés y gestionar la rabia podemos convertirnos en un ejemplo de inteligencia emocional para nuestros hijos.
La crianza positiva es esa aventura: se trata de eliminar todo rastro de violencia o rabia para reemplazarla con el amor, el respeto y la comunicación. Eso no significa que los padres se conviertan en monjes zen inmutables. Es normal que a veces se enfaden o frustren, sobre todo en los periodos vitales en los que las responsabilidades y el estrés se acumulan. Sin embargo, no deben pagar los platos rotos con sus hijos.
Tras un regaño sin reflexión no queda ningún tipo de enseñanza. Tras un grito solo queda el miedo y tras una etiqueta negativa una herida que tardará en sanar. Por eso es importante que nos aseguremos de que los niños comprendan sus errores y sigan las normas, pero siempre desde el amor incondicional. Hay que conectar desde la calma y sin reproches, dejando claro que el diálogo respetuoso es el único camino.
Fuentes:
Campbell, A. M. & Hibbard, R. (2014) More than words: the emotional maltreatment of children. Pediatr Clin North Am; 61(5):959-70.
Ney, P. G. (1987) Does verbal abuse leave deeper scars: a study of children and parents. Can J Psychiatry; 32(5): 371-378.
Deja una respuesta