“Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que nadie crea en nada. Un pueblo que ya no distingue entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal: un pueblo privado del poder de pensar”, escribió Hannah Arendt.
Hannah Arendt siempre fue una filósofa incómoda. Era incómoda porque tenía voz propia y pensaba libremente. Autora de obras como “Los orígenes del totalitarismo” y “La banalidad del mal”, planteaba verdades que a la mayoría de la gente no le gusta reconocer, obligándonos a enfrentarnos a nuestras sombras.
Sufrió en sus propias carnes la persecución nazi en la Alemania de los años 1930, estuvo en el campo de concentración de Gurs y las autoridades francesas la catalogaron como “extranjera enemiga”. Finalmente logró escapar a Estados Unidos, pero incluso allí, al no adaptarse a la narrativa predominante, era vista con recelo por sus contemporáneos, generando polémica y disgusto a partes iguales.
A pesar de todo eso, se convirtió en una de las figuras más importantes del pensamiento político y filosófico del siglo XX.
El propósito oculto de las mentiras y la desinformación
“Si todo el mundo te miente siempre, la consecuencia no será que creas en las mentiras, sino que ya nadie creerá en nada. Esto se debe a que las mentiras, por su propia naturaleza, tienen que cambiar, de manera que un gobierno mentiroso tiene que reescribir constantemente su propia historia.
“En el lado receptor, no sólo recibes una mentira – una mentira que podrías seguir repitiendo el resto de tus días – sino una gran cantidad de mentiras, dependiendo de cómo sople el viento político. Y un pueblo que ya no puede creer en nada, no puede decidirse. Está privado no sólo de su capacidad de actuar, sino también de su capacidad de pensar y de juzgar. Y con un pueblo así puedes hacer lo que quieras”, explicó en una entrevista para el New York Review of Books.
Al manipular la verdad, se produce una erosión en la confianza de las fuentes de información. Las personas comienzan a pensar que todo puede ser falseado o manipulado, lo que genera una desconfianza generalizada que acaba provocando una incapacidad para evaluar la veracidad de cualquier afirmación. ¿El resultado?
Se produce una confusión epistémica; o sea, entramos en un estado en el que, la sobrecarga de información contradictoria nos impide integrar nueva información de manera coherente, lo que afecta negativamente nuestra capacidad para analizar el mundo y tomar decisiones consecuentes e informadas.
Al mismo tiempo, la imposibilidad de acceder a la verdad genera una sensación de relatividad. Arranca de raíz los asideros morales y nos impide distinguir el bien y el mal, empujándonos a movernos en una zona de arenas movedizas donde los valores se vuelven extremadamente ambiguos.
La falta de valores o principios firmes reduce la motivación para actuar de manera proactiva o ética, ya que las acciones se perciben como fútiles o sin impacto. Eso conduce a una especie de indefensión aprendida que promueve la conformidad, inhibe el cuestionamiento, lastra el pensamiento crítico y facilita el control social.
¿Por qué creemos en las mentiras?
El deseo de distorsionar la realidad surge cuando la verdad factual se vuelve incómoda, de manera que existe una intención deliberada de convertir los hechos en opinión. Cuando la verdad no conviene, se relativiza y se le resta valor. En cambio, se ensalza la “libertad de opinión”, que suele ser subjetiva, variable y moldeable.
En este sentido, Arendt advertía que la mentira se puede imponer a través de dos vías: la fuerza del autoritarismo o la sutil manipulación de los hechos e ideas. Sin embargo, en ambos casos lo que se pretende es distorsionar la realidad para manipular los comportamientos de las personas inhibiendo su capacidad de análisis.
¿Cómo es posible?
Arendt creía que en muchos casos la mentira ni siquiera entra en conflicto con la razón, simplemente porque es más fácil creer en ellas que ponerlas en tela de juicio. Sufrimos una pereza cognitiva crónica.
“Las mentiras resultan a veces mucho más plausibles, mucho más atractivas a la razón, que la realidad, dado que el que miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia desea o espera oír. Ha preparado su relato para el consumo público con el cuidado de hacerlo verosímil mientas que la realidad tiene la desconcertante costumbre de enfrentarnos con lo inesperado, con aquello para lo que no estamos preparados”, decía.
O sea, creemos en las mentiras y nos tragamos los bulos porque, en el fondo, representan el camino más sencillo. A fin de cuentas, es más fácil dejarse llevar por la corriente que dudar, profundizar, buscar, ser incisivos, no contentarse…
Sin embargo, no todo está perdido. Arendt también afirmaba que “la persuasión y la violencia pueden destruir la verdad, pero no pueden reemplazarla” porque es imposible “inventar un sustituto adecuado para ella”, por mucho que lo intenten. Al final, la propia mentira se vuelve insostenible y cae bajo el peso de la realidad.
Referencias Bibliográficas:
Arendt, H. (1996) Entre el pasado y el futuro: Ocho ensayos sobre la reflexión política. Barcelona: Ediciones Península.
Errera, R. (1978) Hannah Arendt: From an Interview. En: The New York Review.
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