
“Lo importante es tener actitud”.
“Mantén una actitud positiva”.
“Cambia tu actitud y cambiará tu vida”.
Es probable que hayas escuchado esas frases hasta la saciedad. Se repiten en las redes sociales, en tazas motivacionales y en la boca de ese amigo que todo lo resuelve con frases de autoayuda.
Suenan bien. Sin duda. Pero si la actitud bastara, es probable que ya todos viviésemos en nuestro propio cuentos de hadas, felices para siempre.
La realidad es otra. La actitud ayuda, sí. Pero no es suficiente. Puedes tener la mejor disposición del mundo. Puedes alimentar la mentalidad más positiva del universo. Pero si no haces nada, te vas a quedar exactamente en el mismo sitio. O peor: te quedarás rezagado porque todos los demás habrán avanzado.
Paréntesis necesario: ¿qué es la actitud – y qué no es?
La actitud es una disposición mental relativamente estable que nos orienta en uno u otro sentido e influye en cómo percibimos y respondemos a las situaciones. Por tanto, es una especie de filtro emocional y cognitivo que moldea nuestras decisiones y conductas.
Como resultado, una actitud positiva alimenta la tendencia a ver las oportunidades antes que los obstáculos. Si la actitud es negativa, es probable que todo nos parezca cuesta arriba y que nos enfoquemos más en los errores que en los aciertos.
El problema de confiar ciegamente en la actitud
Vivimos en una cultura que romantiza la actitud positiva como si fuera una varita mágica. “Tú sonríe, que lo demás llega solo”. Spoiler: no llega. Lo que probablemente llegará será la frustración y la culpa.
Culpa, porque si las cosas no te salen bien, asumirás que fue porque no tuviste la actitud correcta. Y eso es injusto. No todo depende de ti. De hecho, hay mil y una cosas que no dependen de nosotros.
Ahí es donde la actitud se queda corta. Tener una buena actitud no es garantía de nada. Es solo el primer paso. Podemos tener la actitud más optimista del mundo, pero si no hacemos nada con ella, es como tener un coche espectacular sin combustible. Podrás admirarlo, pero no te llevará a ninguna parte.
No basta con querer cambiar, con tener ganas o con visualizar el éxito. Hay que moverse. Hacer lo incómodo. Salir de la queja y pasar a la acción.
Haztitud: cerrar la brecha entre intención y acción
La haztitud es la disposición a actuar y avanzar sin esperar a que todo encaje desde el comienzo. Este término, del especialista en productividad Alfonso Alcántara, mezcla la “actitud” con el “hacer” para conminarnos a dar el primer paso aunque no tengamos todo claro, aunque las piezas no encajen perfectamente o aunque no estemos preparados al 100%.
Haztitud es levantarte y salir a caminar, aunque no tengas motivación.
Es empezar ese proyecto, aunque tengas miedo a equivocarte.
Es tener esa conversación incómoda, aunque intuyes que dolerá.
Es escribir la primera línea, aunque no sepas cómo va a terminar el libro.
La Haztitud reconoce que:
- Querer no es poder. Hacer es poder.
- La motivación puede llegar después de empezar, no necesariamente antes.
- El “momento perfecto” no existe.
- El progreso, por pequeño que sea, genera más progreso.
¿Cómo cultivar la haztitud?
J.K. Rowling escribió Harry Potter mientras atravesaba lo que calificó como “la peor situación de mi vida”. Había acabado de divorciarse, se había mudado a Edimburgo, donde tenía pocos amigos, y tuvo que recurrir a la ayuda social para alimentar a su hija pequeña.
Aun así, en 1994 Rowling paseaba por Edimburgo llevando a su hija en el cochecito y esperaba a que se durmiera para correr a la cafetería más cercana y escribir el libro que tenía en la mente. No esperó a tener tiempo libre o a que las condiciones fueran propicias. Simplemente lo hizo.
Si esperamos hasta que se den las condiciones ideales, es probable que no nunca hagamos nada porque es muy difícil que todos los astros se alineen para despejarnos el camino. La haztitud entiende que la acción es el primer paso. Que empezar “malamente” es mejor que no empezar. Que los errores enseñan más que las ideas brillantes guardadas en la cabeza o la actitud más positiva del mundo.
Por supuesto, actuar implica asumir algunos riesgos. Y eso asusta. Cuando solo piensas o cultivas una actitud positiva, mantienes el control. En cambio, cuando haces, te expones. Te expones a fallar, a no gustar, a no cumplir con tus propias expectativas o las de los demás. Pero si no te atreves, nunca lo sabrás.
Ahora bien, ¿cómo pasar de la actitud a la haztitud?
- Acepta que no vas a estar listo. El 90% de las cosas verdaderamente importantes en la vida las harás con miedo, dudas y algo de torpeza. Haztitud es asumir que quizá no estés preparado del todo, pero que puedes ir aprendiendo sobre la marcha.
- Deja de negociar con tu mente. Si cada vez que tienes que hacer algo importante te pones a discutir contigo mismo, vas a quedarte paralizado. Te asaltarán las dudas y los miedos crecerán. La haztitud consiste en reducir ese diálogo interno y pasar a la acción. Consiste en pensar menos y hacer más.
- Empieza pequeño, pero empieza. La haztitud no es épica. No tienes que correr una maratón, escribir la novela del siglo o construir el cuerpo de Schwarzenegger, solo comienza. El cerebro necesita pruebas de que puedes avanzar. Dale solo eso. Cuando rompas lo inercia, el resto irá fluyendo.
La actitud positiva es como el café: te da energía, pero no hace las cosas por ti. La haztitud es lo que convierte tu motivación, ideas y ganas en resultados. No es una promesa de que todo te saldrá bien, sino de que vas a avanzar, aprender y construir.
Porque al final, la vida no se transforma con buenas intenciones ni con actitud positiva, sino cuando haces lo que sabes que tienes que hacer, incluso cuando no te apetece, tienes miedo o no estás seguro. Y esa es la verdadera magia de la haztitud.
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