Un borracho está buscando con afán bajo un farol. Se acerca un policía y le pregunta qué ha perdido. El hombre responde: “Mi llave”. Ahora son dos los que buscan. Al fin, el policía pregunta al hombre si está seguro de haber perdido la llave precisamente aquí. Este responde: “No, aquí no, sino allí detrás, pero allí está demasiado oscuro”.
De seguro esta historia (que aparece en el libro “El arte de amargarse la vida” de Paul Watzlawick) te parecerá absurda, sin pies ni cabeza. ¿Quién es tan tonto como para estar buscando un objeto perdido en un sitio donde no hay la más mínima posibilidad de encontrarlo? ¿Por qué gastar energía y tiempo en una búsqueda que no producirá ningún resultado?
Pues bien, la noticia es que todos, en algún que otro momento y en menor o mayor medida, hemos actuado como el borracho de la historia. Me atrevería a decir que aproximadamente un 70% de los casos que he atendido llegaban planteando un problema (que aparentemente querían resolver) pero en realidad su dificultad era otra.
Cuando nos movemos al plano psicológico el sitio donde cayeron las llaves es aún más oscuro y nos da mucho más miedo. Por eso a veces preferimos buscar en otro lugar, aunque sepamos, de manera más o menos consciente, que nuestra búsqueda será infructuosa, que es más de lo mismo, en resumen, que es una receta segura para no avanzar.
¿Por qué nos comportamos así?
En primer lugar, encontramos a las personas que son muy poco introspectivas. Es decir, aquellas que si se enojan simplemente se desquitan con todo el mundo porque no tienen una buena conciencia de su mundo interior. Por tanto, no se preguntan si existe algo en ellas que no funciona como debería, no se plantean siquiera la posibilidad de que una parte del problema sean ellas mismas.
En segundo lugar, hallamos a las personas que no quieren reconocer dónde cayó la llave. Es decir, aquellas que sospechan que una parte de la responsabilidad es suya pero se niegan a aceptarla, normalmente porque la verdad es demasiado dura como para poder enfrentarla de manera eficaz.
Ya se trate de uno u otro caso, en la base de este mecanismo están nuestros patrones mentales. En nuestro cerebro intentamos darle un orden lógico al mundo que nos rodea y nos encanta que este orden se mantenga inalterable porque así nos sentimos seguros y confiados. Siguiendo con el ejemplo inicial: si tenemos en mano la llave del coche nos sentimos seguros, si la llave se nos pierde entramos en pánico.
El problema es que el lugar donde se nos perdió la llave (que pueden ser nuestras emociones o nuestro sistema de valores y creencias) nos asusta aún más porque si nos ponemos a hurgar en ese sitio probablemente descubriremos cosas que no nos gustan, cosas que entran en contradicción con la imagen que nos hemos formado de nosotros mismos, por tanto, para evitar la disonancia cognitiva, hacemos de todo por eliminarlas, aunque eso signifique buscar la llave donde no está.
¿Cuál es el resultado?
Si buscamos la solución donde no podemos encontrarla, no solo perderemos tiempo y energía sin obtener ningún resultado sino que estaremos alimentando el problema. Si no solucionamos un problema pero pensamos continuamente en él, terminará por convertirse en un gran monstruo que nos devora poco a poco conduciéndonos al inmovilismo y generando una sensación de inseguridad y desdicha.
Ya sé que en muchas ocasiones buscar en el lugar adecuado nos asusta pero… ¿no te asusta aún más la idea de pasarte una buena parte de tu vida dando vueltas sin resolver nada porque estás buscando en los lugares erróneos?
Por supuesto, la solución no está en lanzarse de lleno en la oscuridad arriesgándonos a que nos de un infarto del miedo sino en tomar una vela y, poco a poco, ir despejando las tinieblas hasta que encontremos la causa del problema y, con ella, la solución.
Fuente:
Watzlawick, P. (1984) El arte de amargarse la vida. Barcelona: Herder.
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