“Tener todo, ¡ahora mismo!”
Ese parece ser el leitmotiv de la sociedad occidental.
Las generaciones que se han educado en la abundancia han ido desarrollando una especie de impaciencia materialista que las lleva a buscar con avidez el último gadget de moda y demandar resultados rápidos. Lo quieren todo y lo quieren ahora. Como resultado, muchos han desarrollado lo que podríamos catalogar como una auténtica intolerancia a la privación.
¿Qué es la tolerancia a la privación?
Vivir en sociedad alimenta la tendencia a compararnos. Queremos saber cuán bien o mal lo estamos haciendo respecto a los demás. Sin embargo, esas comparaciones sociales encierran una trampa porque algunas personas pueden sentirse privadas y creer que merecen más.
En ese caso, pueden desarrollar una intolerancia a la privación, la cual se produce cuando consideramos que los demás se encuentran injustamente por encima de nosotros, ya sea porque tienen más éxito, son más felices, han alcanzado logros más importantes o tienen cualidades más valiosas. La intolerancia a la privación implica sentir que uno está privado de un resultado deseado y merecido en comparación con algún referente.
La tolerancia a la privación, en cambio, es la capacidad para mantener un funcionamiento psicológico estable, aunque seamos conscientes de que carecemos de ciertas cualidades, no hemos alcanzado algunas metas o no poseemos determinadas cosas. Es una respuesta madura ante el hecho de que no podemos alcanzar todo lo que alcanzan los demás, siendo conscientes de que tampoco lo necesitamos para vivir plenamente.
Las consecuencias psicológicas de la intolerancia a la privación
La intolerancia a la privación se comenzó a estudiar a medida que la brecha entre ricos y pobres se ha ido agrandando, sobre todo en el seno de sociedades profundamente desiguales. Sin embargo, la difusión de las redes sociales ha hecho aún más patente esa brecha, abriendo paso a las comparaciones con estilos de vida aparentemente perfectos e ideales que pueden terminar generando una intensa insatisfacción en quienes no los alcanzan.
Así, la “intolerancia a la frustración se convierte en una trampa que encierra a las personas en patrones de pensamiento negativos que exacerban su malestar emocional”, como concluyeron investigadores de la Memorial University of Newfoundland.
De hecho, un estudio desarrollado en la Universidad de California comprobó que la intolerancia a la frustración se relaciona con sentimientos de ira y resentimiento, los cuales son particularmente difíciles de combatir y generan un estado mental tóxico para uno mismo. A su vez, psicólogos de la Universidad de Innsbruck constataron que la intolerancia a la privación aumenta la hostilidad afectiva y fomenta comportamientos agresivos.
La intolerancia a la frustración también se ha relacionado con un peor estado de ánimo, más estrés y una menor sensación de bienestar. En este sentido, otra investigación realizada en la Universidad Estatal de Sonomareveló que ese estado de intolerancia a la privación predice una peor salud mental a largo plazo. De hecho, se ha relacionado tanto con cuadros depresivos como con la ansiedad. En el caso de la depresión, la intolerancia a la privación desencadena una serie de pensamientos automáticos negativos sobre uno mismo. En el caso de la ansiedad generalizada, exacerba las preocupaciones y la sensación de incertidumbre y ambigüedad, lo cual aumenta la angustia.
Obviamente, vivir asentados en esa sensación de carencia continua, comparándonos con los demás y saliendo mal parados sistemáticamente, no es vivir. Más bien es una condena a la insatisfacción vital permanente. Por eso, necesitamos cambiar nuestro umbral de sensibilidad a la privación. Nuestra salud mental nos lo agradecerá.
¿Cómo desarrollar la tolerancia a la privación?
Una de las claves radica en la creencia en un mundo justo. Las investigaciones han puesto de manifiesto que cuanto más pensemos que el mundo debe ser un sitio justo, más intensa puede ser nuestra intolerancia a la privación porque más nos creeremos con derecho a tener lo que tienen los demás, muchas veces sin valorar todo el esfuerzo o el sacrificio tras los logros.
De hecho, para la mayoría de las personas la intolerancia a la privación es una experiencia profundamente subjetiva – a menos que exista una privación evidente – que implica sentirse en una situación de inferioridad respecto a otros. Por tanto, nuestra sensibilidad a la privación no depende únicamente de la ausencia de algo – ya sea una cualidad personal, una posesión o un logro social – sino más bien de la sensación de injusticia e inferioridad que desencadena esa carencia.
Para comprender mejor este fenómeno, podemos verlo como un proceso compuesto por tres fases:
- Comparación social con un objetivo determinado (por ejemplo, personas que ejercen nuestra misma profesión) y sobre un resultado determinado (como puede ser la riqueza material).
- Evaluación cognitiva que nos lleva a creer que estamos comparativamente en desventaja con el referente que hemos usado.
- Sentimientos de resentimiento, hostilidad e insatisfacción vital producidos por nuestras conclusiones.
Eso significa que dos personas que se encuentren exactamente en el mismo peldaño de la escala social, podrían tener una percepción de privación muy diferente. Por ejemplo, dos profesores del mismo departamento que tienen el mismo salario, años de educación y servicio, así como número de publicaciones, pueden tener diferentes percepciones sobre la justicia social que alimenten el resentimiento y la insatisfacción. Uno puede sentirse en desventaja en otras dimensiones – por no tener familia o tener pocos amigos – porque recurre a otros referentes materiales de comparación – como un amigo millonario – o simplemente porque tiene una respuesta afectiva diferente a su posición en la sociedad y le brinda un peso distinto.
Por consiguiente, podemos cortar el ciclo de la insatisfacción en cualquiera de sus fases, ya sea evitando compararnos con los demás, reajustando nuestro concepto quimérico de que el mundo debe ser un lugar justo en el que todos tenemos derecho a todo, o aprendiendo a gestionar las emociones que genera ese proceso.
En el fondo, desarrollar la tolerancia a la privación no significa conformarse ni someterse, sino impedir que las comparaciones inútiles nos dañen, hasta tal punto que nos obsesionemos con lo que nos falta y no seamos capaces de apreciar lo que tenemos. La tolerancia a la privación implica desarrollar una actitud madura que comprende que no podemos tenerlo todo – y mucho menos inmediatamente – pero tampoco es necesario para vivir de manera plena y feliz. De hecho, salir de ese bucle nos hará mucho más libres y menos dependientes de los demás, reafirmando nuestra autonomía y autodeterminación como personas únicas.
Fuentes:
Smith, H. J. et. Al. (2020) Personal relative deprivation and mental health among university students: Cross-sectional and longitudinal evidence. Analyses of Social Issues and Public Policy.
Nadler, J. et. Al. (2020) The relative deprivation trap: How feeling deprived relates to the experience of generalized anxiety disorder. Journal of Social and Clinical Psychology; 39(10): 897-922.
Greitemeyer, T. & Sagioglou, C. (2019) The impact of personal relative deprivation on aggression over time. J Soc Psychol; 159(6): 664-675.
Callan, M. J. et. Al. (2015) Predicting self-rated mental and physical health: the contributions of subjective socioeconomic status and personal relative deprivation. Front. Psychol; 6: 1415.
Smith, H. J. et. Al. (2011) Relative Deprivation: A Theoretical and Meta-Analytic Review.
Personality and Social Psychology Review; 16(3): 203-232.
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