Nadie está a salvo de la ira. Todos, en algún momento, la hemos experimentado. Hemos sentido ese calor que sube desde el pecho hasta la cabeza, cómo el corazón se acelera y los músculos se tensan.
Las emociones que solemos catalogar como “negativas” no son necesariamente dañinas. De hecho, tienen un gran poder activador, lo cual significa que nos predisponen a la acción. El problema no son las emociones en sí, sino el tiempo durante el cual nos aferramos a ellas.
Cuando las emociones negativas se convierten en nuestras compañeras de viaje, pueden volverse crónicas y poner en peligro nuestra salud. Ya lo advertía Séneca hace siglos: “La ira es un ácido que hace más daño al recipiente donde se almacena que en cualquier cosa sobre la que se vierte”.
La ira afecta la salud
Todas las emociones tienen un impacto fisiológico, por lo que no es extraño que un estudio realizado en las universidades de Leipzig y Concordia haya comprobado que la ira afecta la salud. Estos investigadores apreciaron que los niveles de ira elevados están relacionados con una mala salud en las personas mayores.
En el estudio participaron 226 adultos, a quienes tomaron muestras de sangre para evaluar los niveles de inflamación crónica y analizaron su salud en la búsqueda de enfermedades crónicas relacionadas con la edad, como patologías cardiovasculares, artritis y/o diabetes. Los participantes también completaron un cuestionario sobre el nivel de ira que suelen experimentar durante un día normal.
Los resultados indicaron que los niveles más altos de ira y enojo se asociaron con una mayor inflamación y una mala salud a medida que se avanzaba en el calendario. Esto nos puede indicar que, si bien durante las primeras décadas de la vida la ira no nos pasa factura, podría tener un efecto acumulativo que comience a manifestarse con el paso de los años.
Efectos físicos de la ira
Para comprender cómo la ira afecta la salud, hay que partir de sus efectos sobre el cuerpo. La ira genera una activación del sistema simpático, que es el encargado de liberar unas hormonas llamadas catecolaminas, las cuales están relacionadas con el estrés y son las que afectan el sistema cardiovascular al aumentar la frecuencia cardíaca y la tensión arterial.
Cuando nos enfadamos a menudo y no dejamos ir esa emoción, nuestro cuerpo debe realizar un gran esfuerzo. Se produce un aumento mantenido de la tensión muscular y se segrega una gran cantidad de adrenalina. Ese estado de activación constante termina afectando nuestro organismo. De hecho, no es inusual que la ira provoque dolor de cabeza emocional, mareos y pérdida de energía.
La ira crónica también termina provocando una desregulación de los procesos fisiológicos a nivel de sistema neuroendocrino y autonómico, provocando una inflamación crónica que aumenta el riesgo de sufrir diferentes enfermedades. De hecho, en el estudio se apreció que las personas que referían sentirse más enfadadas también presentaban mayores niveles de IL-6, una citosina relacionada con la actividad antiinflamatoria y proinflamatoria que, cuando se produce en exceso, puede causar diferentes enfermedades inflamatorias y autoinmunes, como la artritis, esclerosis múltiple u osteoporosis.
La ira no se ignora, se gestiona
- Calma tu cuerpo. Cuando la ira se desencadena, genera una serie de respuestas fisiológicas. Si aprendes a detectar esas reacciones, podrás detenerlas antes de que se produzca un secuestro emocional. Poner en marcha ejercicios de respiración te ayudará a activar el sistema parasimpático, que disminuye la presión arterial y el ritmo cardíaco en cuestión de minutos.
- Identifica la causa de la ira. La ira es un mensaje, por lo que no debes ignorarlo. Si reprimes la ira solo lograrás que se acumule, hasta hacerte estallar. En su lugar, profundiza en su causa. Es probable que descubras que la ira tiene raíces mucho más profundas de lo que pensabas y que en realidad necesitas solucionar otros problemas: como el exceso de trabajo o un conflicto latente.
- No reacciones, responde. Uno de los pasos más importantes para gestionar asertivamente la ira consiste en inhibir el impulso inicial. Antes de reaccionar, detente a reflexionar sobre lo que estás a punto de decir o hacer. Intenta mirar la situación desde una distancia psicológica que te permita asumir una postura más desapegada.
Fuente:
Barlow, M. A. et. Al. (2019) Is Anger, but Not Sadness, Associated With Chronic Inflammation and Illness in Older Adulthood? Psychology and Aging; 34(3): 330 –340.
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