“La juventud nunca fue más cruel… desprecian a los ancianos, desoyen a las personas honorables y no respetan a los magistrados”. Esas palabras podrían aplicarse perfectamente a la generación actual, si no fuera porque las escribió Thomas Barnes en el Londres de 1624.
La omnipresencia de las quejas sobre las generaciones más jóvenes a lo largo de los siglos y su trasversalidad a lo largo de diferentes culturas y épocas sugiere que en realidad no son peores, sino que se debe más bien a un sesgo en nuestra manera de verlas.
Dime cómo eres y te diré de qué adolecen los jóvenes de hoy en día
Investigadores de la Universidad de California intentaron comprender a qué se debe la tendencia a pensar que las nuevas generaciones son, de alguna forma, peores que las precedentes. En uno de sus estudios, preguntaron a más de 1.800 adultos cuánto creían que los niños respetaban a sus mayores en comparación con su infancia. Muchos pensaron que los niños de hoy son menos respetuosos con sus mayores que los de antes.
Sin embargo, cuando los investigadores siguieron profundizando en otras características, como la inteligencia y el gusto por la lectura, descubrieron un fenómeno interesante: las personas más inteligentes creían que las nuevas generaciones eran menos inteligentes y las que más leían, creían que a los jóvenes les gustaba menos leer que las generaciones anteriores.
En sentido general, la mayoría de las personas creían que las nuevas generaciones eran peores que las anteriores, pero ese efecto era más pronunciado cuando los encuestados sobresalían en la característica analizada. Por tanto, los investigadores concluyeron que “existe una tendencia general a menospreciar a la juventud actual, así como una tendencia específica a ver a la juventud de hoy como especialmente carente de aquellos rasgos en los que uno sobresale”.
Menospreciar a las nuevas generaciones, una trampa de nuestra memoria y el ego
Los investigadores encontraron pruebas de valoramos a las nuevas generaciones según nuestros recuerdos. En práctica, pensamos que “como me gusta leer ahora, a todos les gustaba leer cuando yo era niño”. De hecho, descubrieron que cuanto más leía una persona, menos recordaba que sus amigos disfrutaran de la lectura.
Ese recuerdo sesgado puede llevarles a proyectar su “yo” actual en su “yo” pasado. Se trata de una trampa porque hace que comparen esa memoria sesgada del pasado con una evaluación más objetiva del presente, lo cual podría hacer parecer que se ha producido un declive natural.
Sin embargo, no es solo la memoria a jugarnos una mala pasada. También influye otro mecanismo psicológico más complejo relacionado con la manera en que nos vemos a nosotros mismos. Un estudio anterior realizado en la Universidad de Oslo reveló que todos tenemos la tendencia a vernos como superiores a los demás en ciertos aspectos, independientemente de nuestras cualidades reales.
Cuando creemos tener un rasgo, característica o habilidad especial de la cual nos sentimos particularmente orgullosos, somos más propensos a notar su ausencia en otras personas, tanto en los jóvenes como en otros adultos. Nuestro ego nos tiende una trampa. Por este mecanismo, es muy probable que alguien que muestra un gran respeto por la autoridad crea que las generaciones de hoy en día ya no respetan a sus mayores, aunque no tiene que pensar necesariamente que sean menos inteligentes.
En realidad, si queremos tener una visión objetiva del devenir generacional, simplemente debemos pensar que los valores cambian, así como las maneras de expresarlos. Al dar importancia a algunos valores y restarla a otros, es comprensible que las nuevas generaciones afronten la vida con una actitud diferente. A menudo eso no significa que sea peor, sino tan solo diferente.
Fuentes:
Protzko, J. & Schooler, J. W. (2019) Kids these days: Why the youth of today seem lacking. Sci Adv; 16;5(10): eaav5916.
Børre Kanten, A. & Halvor Teigen, K. (2008) Better than average and better with time: relative evaluations of self and others in the past, present, and future. European Journal of Social Psychology; 38(2): 343–353.
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