Hace un buen tiempo que surgió el término adicción sexual. Se le achaca a los famosos David Duvochny y a Michael Douglas. Pero… ¿realmente existe este trastorno?
Si revisamos el DSM IV, actual manual diagnóstico de los trastornos mentales, el término no aparecerá por ningún lado pero ya sabemos que este manual se queda un tanto rezagado en comparación con el número de nuevos trastornos que surgen cada día.
No obstante, en la base de datos de PsycINFO se pueden rastrear hasta 550 citaciones a la adicción sexual. Así, no basta con asumir la postura de algunos psicólogos, que afirman que «es un trastorno inventado para hacer parecer cool una perversión sexual».
De hecho, el concepto en sí comenzó a merodear en los finales de los años ’70 e inicios de la década de los ’80. La primera conceptualización profesional se realiza en el 1983 pero fue pasada por alto y declarada como dudosa. En el 1988 Levin y Troiden lo encuentran en un libro de Alcohólicos Anónimos haciendo referencia a un comportamiento denominado «sex and love addiction». Entonces… ¿por qué no ha sido reconocido como un trastorno en toda regla?
El problema inicia con un pequeño detalle terminológico: ¿Sería un trastorno a ubicar dentro de las dificultades sexuales o en la categoría de trastornos en el control de los impulsos?
Para incluirlo dentro de las parafilias necesitaría cumplir con el criterio de: «fantasías intensas y recurrentes que tienen un poder excitante sexualmente e incluyen: objetos no humanos, sufrir humillación o aplicarla a la pareja o niños o personas no aptas para practicar el sexo». Pero las personas «adictas al sexo», evidentemente, no encajarían en esta categoría ya que su inclinación sexual es perfectamente normal, lo que varía es el número y la intensidad de la excitación.
Entonces nos topamos de bruces con la categoría trastornos en el control de los impulsos cuya principal exigencia es: «que exista una dificultad para resistir un impulso, una motivación o una tentación de llevar a cabo un acto perjudicial para la persona o para los demás. La persona debe percibir una sensación de tensión o activación interior antes de cometer el acto y luego experimenta placer, gratificación o liberación en el momento de llevarla a cabo.» El principal problema radica en que usualmente el «adicto sexual» no desarrolla un acto perjudicial para sí mismo o para los demás, a no ser claro, está, que el comportamiento compulsivo llegue a tal extremo que se dañe su salud pero los casos de este tipo son prácticamente inexistentes porque de lo contrario haríamos referencia a la satiriasis (la variante masculina de la ninfomanía o excitación permanente, usualmente provocada por la poca capacidad orgásmica).
Bancroft propone una solución intermedia: primero llama la atención sobre la necesidad de diferenciar un comportamiento patológico y un comportamiento sexual que simplemente se sale de la norma y adquiere proporciones extremas en determinado contexto cultural. Luego afirma que los trastornos del humor provocados por alguna situación particularmente estresante podrían ser los causantes de este deseo sexual exacerbado e incontenible. Así, asevera que esta condición podría ser simplemente un síntoma.
Sin lugar a dudas es difícil sacar conclusiones. Aunque la comunidad científica aún no se ha puesto de acuerdo, ya existe una revista totalmente dedicada al tema Sexual Addiction & Compulsivity de la misma forma que se aplican tratamientos farmacológicos y las consecuentes terapias cognitivo-conductuales. ¿La realidad supera la velocidad de la ciencia o se trata de un negocio rentable? Saquen sus propias conclusiones.
Fuentes:
Beck, M. (2008, Septiembre) Is Sex Addiction a Sickness, Or Excuse to Behave Badly? En: Wall Street Journal.
Bancroft, J. & Vukadinovic, Z. (2004) Sexual Addiction, Sexual Compulsivity Sexual Impulsivity, or What? toward a Theoretical Model. The Journal of Sex Research; 41.
Levin, M.P. & Troiden, R.R. (1988). The myth of sexual compulsivity. The Journal of Sex Research, 25(3), 347-363.
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