
A los 3 años la mayoría de los niños ya han logrado hitos predecibles en su camino hacia el aprendizaje del lenguaje. Al primer año de vida un niño ya dice algunas palabras, responde cuando oye su nombre, señala cuando quiere un juguete y cuando no quiere algo, no tiene reparos en responder con un «no».
Sin embargo, algunos niños diagnosticados con trastornos del espectro autista permanecen prácticamente «mudos» durante toda su vida, si bien algunos bebés logran balbucear durante los primeros meses de vida pero de pronto se detienen. Otros se quedan detenidos en el desarrollo del lenguaje a la edad de 5 o 9 años. Por eso, en ocasiones es necesario enseñarles a usar los sistemas de comunicación con imágenes o el lenguaje de signos.
Los que logran hablar a menudo usan el lenguaje de manera inusual, parecen incapaces de combinar palabras y darles un sentido. Algunos dicen sólo palabras sueltas mientras que otros repiten la misma frase una y otra vez. Algunos niños con autismo repiten las palabras que escuchan, algo que se conoce como ecolalia.
Afortunadamente, en algunos casos se aprecian solo leves retrasos en el lenguaje. De hecho, a primera vista puede parecer que tienen un lenguaje precoz y que su vocabulario es inusualmente amplio pero después se nota que tienen grandes dificultades para mantener una conversación. El «dar y recibir» de una conversación normal les resulta difícil, a pesar de que son capaces de desarrollar un monólogo sobre un tema favorito.
Otra dificultad a la hora de comunicar radica en su incapacidad para comprender el lenguaje corporal, el tono de voz y las inflexiones. Por ejemplo, podrían interpretar una expresión sarcástica como «Oh, eso es genial», como que todo marcha bien.
Aunque el lenguaje de muchos niños con autismo sea comprensible, su lenguaje corporal resulta difícil de comprender porque sus expresiones faciales, movimientos y gestos raramente coinciden con lo que están diciendo. Además, su tono de voz no refleja sus sentimientos. Lo más usual es que mantengan un tono alto y plano, como el de un robot.
Al no realizar los gestos indicativos ni manejar adecuadamente el idioma, a muchos niños les resulta difícil expresar lo que desean por lo que muchas veces se limitan a tomarlo o se enfadan y gritan. Cuando no les comprenden, se frustran y sienten ansiedad encerrándose así en un círculo vicioso.
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