Hace ya algunos años trabajé con personas que habían sufrido una amputación de sus extremidades inferiores y utilizaban una silla de ruedas para poder moverse. Debo decir que en lo referente a la clínica, éste ha sido uno de los trabajos más bellos que he realizado.
“Un día te levantas, es una mañana normal. Te preparas para ir al trabajo, te despides de tu hijo, le das un beso a tu esposa y… de un momento a otro todo cambia.” Así iniciaba su relato una persona que sufrió un accidente automovilístico por el cual perdió sus dos piernas.
No es fácil continuar el camino porque de un segundo al otro el mundo se transforma sin previo aviso y nos encontramos sin herramientas para enfrentar este cambio. Todos los planes y las actividades cotidianas se ven drásticamente transformados… entonces inicia otro camino, el sendero hacia la reconstrucción personal donde nos percatamos que no tenemos por qué dejar atrás nuestros sueños sino que debemos rediseñarlos.
Sin lugar a dudas los primeros meses son los más difíciles; la persona se pregunta por qué le sucedió el incidente precisamente a ella, evidenciando un proceso de negación y autocompasión. Es como si todas las posibilidades de vivir estuvieran cerradas y fuésemos capaces de mirar y pensar solo en una dirección, en aquello que ya no podemos hacer. Para comprender estas emociones basta imaginarnos que estamos en un cuarto oscuro donde no deseamos permanecer pero somos capaces de ver solamente una puerta de salida, precisamente aquella que no deseamos atravesar.
Si a esto se le suma el hecho de que muchas personas deben abandonar su antiguo puesto de trabajo porque por cuestiones de movilidad no pueden continuar y que además, deben aprender a moverse o enfrentarse con largos periodos de rehabilitación (donde se alterna la esperanza con la desilusión); entonces puede comprenderse la existencia de periodos de depresión severa que pueden desembocar incluso en ideas suicidas.
En este punto llega el momento de atravesar la puerta y descubrir que al otro lado también hay luz y vida, si bien no era aquella que nos esperábamos. Como puede presuponerse, el trabajo del psicólogo es esencial para acompañar a la persona en este camino, ayudándole a redescubrir sus propias potencialidades y facilitándole una visión diferente de la vida y su entorno.
Pero las formas de ayudar a las personas con estas dificultades son muy variadas y no se restringen únicamente a la psicoterapia. De hecho, por mucho que los especialistas de la salud nos esforcemos, lo cierto es que ayudar a las personas con discapacidad es una tarea de todos; donde el primer paso sería dejar atrás los conceptos preestablecidos, sensibilizarnos y ser capaces de ponernos verdaderamente en el lugar del otro. Solo entonces estaremos dando pasos de gigante en esta dirección.
En este sentido, en la revista Papeles del Psicólogo, una persona con discapacidad nos resume de manera muy sencilla su sentir:
“Señalaré algunas cuestiones en relación con los países europeos: por ejemplo hoy todo el mundo emplea la palabra de la normalización y en esta ley no hay ni un sólo capítulo que piense en la normalización, lo especial aparece por todas partes, centros especiales, educación, especial…, todo es especial. La educación especial, por ejemplo, me parece un tema gravísimo en el campo de los físicos. No entendemos de qué manera necesita una persona en una silla de ruedas, o incluso una persona sorda, una educación especial; suponemos que será tan especial como la de cualquier otro niño que tenga una dificultad para ser, digamos del grupo mayoritario del colegio.”
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