“El niño se levantó temprano, estaba muy excitado pues era su primer día de escuela, organizó sus cuadernos nuevos y sus lápices de colores en la mochila y de la mano de su madre recorrió el camino que lo conducía al colegio. Estaba un poco nervioso pues todo lo que encontraría era desconocido pero estaba seguro de que aprendería mucho y conocería personas muy interesantes, al menos eso le habían dicho sus padres.
Una vez que ocupó su puesto en el pupitre la maestra les pidió a los alumnos que dibujaran un paisaje campestre. ¡Al niño le encantaba dibujar! Inmediatamente dio rienda suelta a su imaginación, pintó flores de todos los colores, cada pétalo de un color diferente, aves que caminaban y un caballo alado, muy cerca de un sol sonriente. Pero luego pensó que la luna se sentiría triste, así que también la dibujó.
Cuando terminó, muy contento y satisfecho con su dibujo, se lo mostró a la maestra.
– No, el dibujo está mal. – Le recriminó la profesora y, de paso, le explicó cómo hacerlo – Un paisaje campestre debe tener montañas, y las flores no pueden tener pétalos de diferentes colores. Las aves vuelan, por eso tienen que estar en el cielo, y ningún caballo tiene alas ¡que estupidez! Además, cuando pintas el sol no puedes pintar la luna, a no ser que haya un un eclipse, pero no creo que sea el caso.
El niño volvió a su puesto, se sentía triste. La maestra no le había dado la oportunidad de explicarle que él sabía todas esas cosas pero creía que dibujar se trataba de imaginar, no de reproducir.
Al día siguiente, y al otro, el niño recibió la misma reprimenda. En sus dibujos “nada estaba donde debería estar”. Hasta que la maestra, un poco molesta, le esbozó el dibujo que debía hacer.
Al año siguiente el niño se mudó de ciudad y tuvo que cambiar de escuela. Al llegar al nuevo colegio la maestra le pidió que hiciera un dibujo. El niño pintó un paisaje campestre.
La maestra vio el dibujo, era muy bonito, aunque extrañamente fiel a la realidad para un niño de su edad.
Al otro día la maestra les pidió que hicieran un dibujo libre, sobre lo que desearan. El niño dibujó un paisaje campestre, el mismo dibujo del día anterior. Y así, un día tras otro, repitió los trazos que había aprendido.
El niño ya no sabía dibujar caballos alados y flores de diferentes colores. Había aprendido que la luna y el sol no andaban juntos, ni siquiera en los dibujos, solo cuando hay un eclipse.”
Esta es la historia que ejerce como hilo conductor del libro “La muerte del caballo alado. Un viaje al encuentro de tus barreras internas”, una obra que pretende convertirse en un viaje a lo más profundo de nuestra sociedad con el objetivo de redescubrirse a sí mismo a través de las creencias limitantes que hemos ido construyendo a lo largo de nuestra vida.
La diferencia entre la realidad social, nuestra realidad y la realidad
Solemos pensar que la realidad es lo que vemos y tocamos, que es algo tangible que existe independientemente de nosotros. Sin embargo, esta es tan solo una verdad a medias. La realidad está compuesta por tres estratos en los que nunca pensamos pero que determinan todas nuestras decisiones y que, si no sabemos manejar, nos pueden hacer muy infelices.
– Lo que los demás dicen de las cosas. Cuando crecemos, dejamos de mirar las cosas por lo que son para comenzar a verlas a través del prisma de los otros. Así, algo que cuando éramos niños nos hacía felices, deja de satisfacernos porque los demás dicen que se trata de algo sin valor o que no es bonito. En ese momento, nuestra percepción cambia, comenzamos a ver las cosas con los ojos de los otros. En ese momento, nuestro “yo” comienza a diluirse para convertirse en un “nosotros”, dejamos de conectar con nuestros verdaderos gustos e intereses y ponemos en su lugar lo que dicta la sociedad. Este es el primer paso para tener una vida vacía, carente de significado y pasión.
– Lo que esperamos de las cosas. Las cosas que nos rodean y las situaciones en las que nos vemos inmersos cambian en consonancia con nuestras expectativas. Un trabajo puede ser una fuente de satisfacción o de insatisfacción, en dependencia de lo que esperemos lograr a través de ese puesto. Cuando nuestras expectativas se cumplen nos sentimos medianamente felices, cuando no se cumplen nos deprimimos. Sin embargo, la alegría o la tristeza no son inherentes a las situaciones sino que provienen de nuestra interpretación y expectativas. No nos relacionamos con el mundo tal y como es sino como quisiéramos que fuese, y esta percepción distorsionada de la realidad es la fuente de nuestras mayores desilusiones.
– La cosa en sí. La persona adulta no ve las cosas, se pierde el mundo porque su percepción está determinada por las proyecciones sociales y las expectativas personales. Al perdernos la esencia, también perdemos la capacidad de asombrarnos ante los pequeños detalles, que es una de las claves de la felicidad.
La adaptación: Un mecanismo de supervivencia que termina matándonos
Volvamos de nuevo a la forma de pensar y ver el mundo que tiene un niño pequeño. Los niños se asombran ante cualquier cosa, precisamente porque cualquier cosa tiene un valor increíble para ellos y, en su unicidad, encierra una gran belleza. Cuando van por la calle y señalan un perro, quieren compartir su gran descubrimiento.
Sin embargo, en ese momento el adulto que está a su lado prácticamente no se da por aludido, le confirma que es un perro, le menciona la raza y, probablemente, también le indicará que se aleje porque muerde.
Cuando esta situación se repite, llega un punto en el cual el niño se da cuenta de que sus descubrimientos no son interesantes para el adulto, no son valiosos, no le granjean su atención. Entonces, como el párvulo no puede escapar de casa con sus pañales bajo el brazo, termina adaptándose. Lo cual significa que comienza a adquirir los significados sociales, comienza a dejar de ver las cosas por sí mismo y asume el prisma de los demás.
La adaptación que, desde cierta perspectiva es un mecanismo de sobrevivencia, también se convierte en un mecanismo que nos conduce a una muerte lenta, a la pérdida de la creatividad, de la iniciativa e incluso del propio “yo”, que comienza a diluirse en los diferentes grupos a los que nos vamos integrando a medida que asumimos diferentes roles.
En este punto nuestro “yo” empequeñece y asumimos una serie de roles (en el área profesional, familiar, religiosa, política…) que determinan cómo debemos comportarnos en ciertas situaciones. Comenzamos a comportarnos según lo que los demás esperan de nosotros, sin preguntarnos qué queremos realmente. Entonces nuestras ilusiones comienzan a morir y nuestra energía, esa que teníamos de niño o adolescente, se esfuma.
Sin embargo, no estamos obligados a vivir de esta manera…
Un libro para repensarse
En “La muerte del caballo alado. Un viaje al encuentro de tus barreras internas” he abordado estos temas. Intento desvelarte cuáles son las principales creencias que te limitan y de las cuales normalmente no eres consciente porque su semilla se ha plantado hace muchos años. No se trata de un libro que pretende tener todas las respuestas sino de una obra que aspira a crear momentos de introspección conduciendo el pensamiento por derroteros diferentes. Después de todo, se trata de desaprender a pensar.
Ahora el libro también está disponible en papel, para todos los lectores que aún amen el olor a libro nuevo y la textura de las páginas. ¡Espero que lo disfrutes!
Rebeca E dice
Buenos dias, me gustaria adquirir este libro pero solo me da una opción de compra en papel la cual tarda mucho en llegarme y además cobran portes de envío. Tengo alguna otra opción ? que sea en papel?
gracias
Jennifer Delgado dice
Hola Rebeca,
Gracias por tu interés, si te fijas, hay un enlace que indica "Libro en formato digital".
No obstante, puedes adquirirlo siguiendo este enlace: La muerte del caballo alado (edición digital).
También se encuentra disponible en Amazon en versión electrónica.