“Lo que más me sorprende es el ser humano. Sacrifica su salud para poder ganar dinero. Y luego sacrifica su dinero para poder recuperar su salud. Está tan ansioso por su futuro que no disfruta del presente y, como resultado, no vive en el presente ni en el futuro. Vive como si nunca fuera a morir y muere como si nunca hubiera vivido”.
Esta cita se le atribuye al Dalai Lama, aunque todo parece indicar que en realidad no es suya. Sin embargo, sea quien sea el autor, encierra una enorme verdad que olvidamos a menudo y solo recordamos cuando ya es demasiado tarde.
¿Cómo perdimos la perspectiva en el camino?
Cuando somos pequeños tenemos una especie de radar para la felicidad. Sabemos qué nos hace felices, cosas muy sencillas, como estar con nuestros padres, correr, comer algo que nos guste, descubrir un sitio nuevo…
Sin embargo, a medida que crecemos la sociedad nos va alejando de esas cosas que tanto disfrutábamos. Así, nos vemos obligados a dedicarle cada vez más tiempo a actividades que no nos agradan tanto, mientras vemos cómo el tiempo que antes dedicábamos a lo que nos hacía felices se reduce.
Poco a poco, la sociedad nos va imponiendo sus propios objetivos. Nos va transmitiendo la idea de que para ser personas valiosas no basta con ser únicos y disfrutar de esa unicidad en el respeto a los otros sino que es necesario sacar buenas calificaciones y, más tarde, obtener un buen trabajo que pueda satisfacer unas necesidades materiales en continuo aumento.
De esta forma terminamos perdiendo la conexión con nuestro “yo” más profundo, olvidamos lo que antes nos hacía felices y comenzamos a pensar que solo podremos ser felices si somos exitosos, si cumplimos con esos objetivos y seguimos los patrones que ha dictado la sociedad.
Como resultado, trabajamos cada vez más, aunque ese trabajo no nos guste ni nos satisfaga, haciendo que cada día se convierta en una tortura que no solo nos arrebata una dosis de bienestar psicológico sino también de salud. Por eso, no es extraño que al cabo de los años terminemos enfermando, y necesitemos emplear todo el dinero que hemos ahorrado para intentar recuperar la salud, a menudo sin lograrlo.
Descansar, el nuevo pecado capital
Solemos caer en esta paradoja porque damos por descontado nuestra salud, al menos mientras la tenemos, por lo que cada día tensamos un poco más la cuerda, hasta que llega un punto en el que se rompe.
También contribuye el hecho de que la sociedad afirme constantemente, sobre todo a través de los mensajes publicitarios, que no podemos parar, que es necesario seguir adelante. Este mensaje crea un sentido de culpa en las personas que simplemente necesitan apartarse del carril rápido y descansar un poco en el arcén para recuperar fuerzas.
De esta forma la industria farmacéutica, que alcanza ganancias multimillonarias ya que, como media, por cada dólar invertido obtiene 1.000 de beneficio, nos vende medicamentos que no necesitaríamos si simplemente nos detuviésemos un poco y descansáramos o si cambiáramos nuestro estilo de vida.
¿Cuál es la solución? 3 preguntas para reflexionar
La clave radica en hacer un alto y adoptar una distancia psicológica. Es obvio que todos necesitamos satisfacer ciertas necesidades básicas, y para lograrlo debemos estar inmersos en la sociedad y la economía global, las cuales intentarán imponer sus reglas.
Sin embargo, lo cierto es que la mayoría de las personas no trabaja simplemente para satisfacer sus necesidades básicas sino que va mucho más allá, trabaja para comprar cosas que le han hecho creer que les harán felices o para alcanzar determinadas metas que, en teoría, son deseables, como el éxito y la admiración.
En esa carrera las personas pierden a sus amigos, su familia y su salud. Y lo peor de todo es que se dan cuenta cuando ya es demasiado tarde. Algunas preguntas que te ayudarán a reflexionar para no caer en esa trampa mortal son:
– ¿Cuánto tiempo de tu vida estarías dispuesto a pagar por ese nuevo producto? Recuerda que cada cosa que compras no vale dinero, sino tiempo de tu vida: el tiempo que has empleado en obtener ese dinero. Por tanto, pregúntate si de verdad quieres gastar tu tiempo en eso.
– ¿Es realmente necesario? Muchas de las cosas que hacemos o compramos no son realmente necesarias, nos han hecho creer que lo son, pero no es así. No es necesario tener el último modelo de smartphone y quizá ni siquiera es necesario trabajar tantas horas al día, basta con cambiar nuestro estilo de vida y nuestras prioridades.
– ¿Es esta la vida que quiero dentro de 20 años? Imagínate dentro de 10 o 20 años, ¿la vida que llevas ahora es la vida que quieres mantener? Si sigues ese estilo de vida, ¿cómo te ves dentro de una o dos décadas? Recuerda que el futuro se comienza a construir desde el presente, así que si no cambias hoy, es inútil esperar un futuro diferente.
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