“Desconfiad de las cosas fáciles”, decía Italo Calvino, un consejo que deberíamos tener presente en nuestro día a día, sobre todo en una época en la que el objetivo principal parece ser lograr que todo sea más sencillo: conseguirlo todo en el menor espacio de tiempo y con el menor esfuerzo posible. El problema es que reducir el esfuerzo a su mínima expresión no siempre es bueno. Ahorrarnos la fatiga y la lucha a nivel psicológico hoy, mañana puede pasarnos una factura que quizá no estemos dispuestos a pagar.
Ni lo fácil es mejor, ni lo difícil es peor
El deseo de que todo sea más fácil y de trabajar lo menos posible no es nuevo ni exclusivo de nuestra época. Ya en la antigua Grecia las personas añoraban tener en sus casas una especie de “robot” como ayudante. Cuando el filósofo Aristóteles habló de deus ex machina no lo dijo del todo en sentido figurado.
El ingeniero mecánico Konstantinos Kotsanas recreó el primer robot operativo de la humanidad, el sirviente automático de Philon, que tenía forma humana. En su mano derecha sostenía una jarra de vino y, cuando le ponían una copa en la mano izquierda, versaba automáticamente vino primero y luego agua.
Esto significa que, como humanidad, siempre hemos añorado ese momento en el que no necesitaremos trabajar ni esforzarnos. ¿De dónde surge ese deseo?
Es probable que nuestra tendencia a “ahorrar energía” nos ayudara a sobrevivir hace miles de años, cuando consumar todas nuestras fuerzas equivalía a una muerte segura ya que no seríamos capaces de proporcionarnos la comida que necesitábamos. Para asegurar nuestra supervivencia, nuestro cerebro se desarrolló de manera tal que siempre busca el camino más fácil, que requiera menos esfuerzo.
Como resultado, nuestro cerebro nos tiende una trampa haciéndonos creer que las cosas más fáciles son más agradables, positivas y deseables mientras que las cosas difíciles son todo lo contrario. El problema surge cuando aplicamos este razonamiento a nuestra vida psicológica.
Antes o después vamos a tener dificultades si nos cerramos a todos aquellos pensamientos, ideas, opiniones o creencias que generan “resistencia” o “fricción”, en otras palabras: ignoramos todo lo que no se ajusta con nuestra manera de ver el mundo porque genera demasiada disonancia cognitiva. Al contrario, nos alimentamos con todo lo que está en consonancia con lo que ya sabemos y creemos, algo mucho más sencillo porque es fácil encajar esas ideas en los marcos que hemos construido.
Esa apuesta por lo fácil nos tiende una doble trampa. Por una parte, nos impide crecer porque nos mantiene dentro de los límites de lo que conocemos, crea una zona de confort a nuestro alrededor en la que nos anquilosamos. Y por otra parte, nos impide poner a prueba nuestras capacidades, de manera que cuando los problemas llamen a nuestra puerta, no tendremos la confianza necesaria en nosotros mismos ni contaremos con las herramientas psicológicas para hacerles frente, de manera que es más probable que terminemos en las garras de la frustración y la indefensión aprendida.
Laboriosidad aprendida: La vía para fortalecernos psicológicamente
El genial matemático indio Ramanujan es un ejemplo de talento o laboriosidad, según como se mire. Aprendió matemáticas solo y en pocos años logró notables avances teóricos allí donde grandes matemáticos se quedaron estancados. No hay mejor ejemplo de talento innato, pero tanto Robert Kanigel, su biógrafo, como el psicólogo Robert Eisenberger están convencidos de que en su base también se encontró la laboriosidad aprendida.
El concepto de indefensión aprendida de Martin Seligman hace referencia a la pérdida de esperanza y confianza en nuestras capacidades para resolver los problemas como resultado de vivir fracasos repetidos. El concepto de laboriosidad aprendida propuesto por Robert Eisenberger es exactamente lo contrario.
La laboriosidad aprendida es una esperanza que se autoalimenta basándose en los problemas que hemos sido capaces de resolver o las situaciones adversas que hemos superado. Según su teoría, las personas que tienen un historial de esfuerzo, serán más propensas a aplicar todo eso que han aprendido a las nuevas situaciones.
Por supuesto, no se trata de traumatizarnos voluntariamente para convertirnos en personas más fuertes, sino de no huir de los problemas y asumirlos como una oportunidad para reforzar esa laboriosidad aprendida. Si negamos los problemas o dejamos que alguien los resuelva en nuestro lugar, no podremos crecer.
Necesitamos ser conscientes de nuestros límites actuales y plantearnos nuevos desafíos que nos permitan salir de nuestra zona de confort sin experimentar demasiado vértigo. Se trata de que cada quien encuentre sus propias dificultades y cultive habilidades como la perseverancia y la determinación, los dos pilares sobre los que se erige la laboriosidad aprendida.
Trabajar sobre la laboriosidad aprendida implica adoptar una mentalidad de crecimiento, que no significa ser masoquistas a propósito, sino adoptar una actitud proactiva que nos permita crecer, aunque a priori ese camino parezcamás difícil.
Según Eisenberger, la clave para alimentar la laboriosidad aprendida radica en los refuerzos positivos, lo cual significa que debes encontrar el motivo por el cual te esfuerzas. Si ese refuerzo es lo suficientemente significativo para ti, poco a poco se irá instaurando una auténtica pasión por los retos que guiará cada uno de tus pasos. Y mientras más retos te plantees, más podrás crecer y conocerte a ti mismo. Es una apuesta que vale la pena.
Fuentes:
Ventura, D. (2018) Cómo eran los robots y los cines que ya existían en la antigua Grecia. En: BBC.
Eisenberger, R. (1998) Achievement: The importance of industriousness. Behavioral and Brain Sciences; 21: 412-413.
Eisenberger, R. (1992) Learned Industriousness. Psychological Review; 99(2): 248-267.
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