Nuestro argot popular está lleno de metáforas, frases hechas que usamos casi sin darnos cuenta y que, obviamente, no se deben comprender en el sentido literal. Cuando decimos “gobierna con guante de hierro”, no queremos indicar que una persona lleva un guante de hierro, nos referimos a la dureza con la cual imparte las leyes. De la misma forma, cuando decimos que una persona se comporta de manera cálida, no queremos indicar que tiene fiebre sino que es amistoso, agradable.
Estas metáforas han calado muy profundo en nuestras mentes. Tanto es así que si tomamos en nuestras manos una taza caliente, tenemos la tendencia a comportarnos de manera más simpática, a ser más abiertos y amistosos. Esto se debe a que en nuestra mente, asociamos el calor con cualidades positivas.
Ahora un grupo de psicólogos de la Universidad de Michigan se preguntó si esta relación se podría apreciar en el sentido opuesto. Es decir, si pensar en determinadas cualidades realmente puede alterar nuestra percepción. Para comprobar esta hipótesis eligieron una metáfora que existe en muchas culturas y en decenas de idiomas: “huele a pescado”, una frase que indica que existe algo sospechoso, un asunto turbio o extraño de fondo.
Por tanto, los investigadores se preguntaron si oler el pescado realmente exacerba nuestra desconfianza.
Una inversión, una decisión y el olor a pescado
En el primer experimento se reclutó a un grupo de estudiantes y se les dijo que debían jugar con otra persona, en un juego que demandaba confiar en el otro. Al inicio se les dio 5 dólares y la oportunidad de invertir todo o un cuarto de este dinero. Sin importar cuál fuese su decisión, el otro estudiante duplicaría la cantidad recibida pero este tendría la opción de quedarse con el dinero o devolver una parte. Por tanto, la decisión inicial demandaba una buena dosis de confianza en un desconocido.
El secreto radicaba en que antes de comenzar el experimento, algunos de los estudiantes que debían tomar la decisión habían sido llevados a un sitio donde se había difuminado un leve olor a pescado en el aire.
¿Qué sucedió?
Como media, los estudiantes que olieron el pescado invirtieron un dólar menos, lo cual sugiere que este olor realmente activó la metáfora que todos tenemos en nuestras mentes y les hizo asumir un comportamiento más desconfiado.
Sin embargo, los investigadores no se detuvieron ahí. Idearon un segundo experimento para comprobar si también sucedía lo contrario. Esta vez, simplemente les pidieron a los estudiantes que olfatearan diferentes aromas en un tubo de ensayo y que detectaran de qué olor se trataba.
Era una tarea muy sencilla pero para despertar la sensación de desconfianza, a algunos se les dio una orientación adicional que dejaba entrever que podía haber algún truco escondido (aunque no lo había). ¿Podría la desconfianza exacerbar su percepción del olor a pescado?
¡Sí! Todos los estudiantes mostraron la misma capacidad para reconocer olores como el de la cebolla, la manzana y la naranja pero aquellos en los que se había activado la desconfianza detectaron con mayor rapidez y con un mayor índice de acierto el olor a pescado. Exactamente, su índice de acierto aumentó en un 20%.
¿Cuál es la enseñanza?
Lo curioso de estos experimentos es que demuestran, una vez más, que somos particularmente susceptibles a los cambios del medio y que el estímulo en apariencia más intrascendente, puede generar actitudes y comportamientos que no están determinados por la racionalidad. Por lo tanto, la próxima vez que uses una metáfora, selecciona bien tus palabras.
Fuente:
Lee, S.W.S. & Schwarz, N. (2012) Bidirectionality, mediation, and moderation of metaphorical effects: The embodiment of social suspicion and fishy smells. Journal of Personality and Social Psychology; 103 (5): 737-749.
Deja una respuesta