Los moralistas siempre han existido. Y siempre han intentado imponer sus valores. No obstante, las redes sociales se han convertido en un caldo de cultivo idóneo para todo tipo de actitudes moralistas. Pocas publicaciones escapan a su ojo atento y siempre hay un grupo dispuesto a condenar o reprobar los actos y palabras ajenas. A juzgar.
De hecho, aunque dar lecciones morales en las redes sociales es un fenómeno contemporáneo, la motivación que se esconde detrás de ese acto es casi tan antigua como el hombre. El filósofo griego Sócrates exploró ese fenómeno y lo vivió en sus propias carnes. En Apología de Sócrates, escrito por Platón, se puede apreciar cómo el filósofo desnuda la arrogancia que se esconde detrás de las actitudes moralistas.
Moralidad y conocimiento, dos caras de una misma moneda
Cuenta que en una ocasión el oráculo de Delfos afirmó que nadie era más sabio que Sócrates. En respuesta, Sócrates, quien pensaba que era demasiado ignorante como para ser considerado el más sabio, habló con otras personas que afirmaban ser muy sabias.
Entrevistó a políticos, dramaturgos y otros para descubrir que tenían creencias inconsistentes sobre lo que era la buena vida y muchas veces incluso eran incapaces de explicar esas creencias o responder con lógica a sus preguntas inquisitivas.
Al final, Sócrates reconoció que, de hecho, él era el más sabio, pero solo porque era el único que reconocía cuánto no sabía.
Esta historia se resume en su aforismo: “solo sé que no sé nada”, pero a menudo se pasa por alto un detalle clave: Sócrates estaba hablando de la sabiduría moral, no únicamente de los conocimientos académicos. Cuando Sócrates habló con los diferentes “expertos” y “sabios”, estos no solo afirmaron ser sabios, sino también especialmente morales.
Para los sofistas, la sabiduría y la moralidad estaban conectadas. Por esa razón, Sócrates descubrió que quienes estaban seguros de su sabiduría también estaban convencidos de su autoridad moral. Así como la arrogancia intelectual lleva a las personas a pasar por alto las lagunas en su conocimiento, quienes están convencidos de ser fieles exponentes de la moralidad, también son menos conscientes de sus fallos y tienden a pasar por alto las complejidades de la propia moralidad. En otras palabras, su actitud moralista los ciega.
El filósofo Glenn Rawson afirmó que “mientras más experiencia afirma tener la gente sobre las cosas más importantes de la vida (como la justicia, la virtud y la mejor manera de vivir), menos pueden justificar sus afirmaciones. Incluso el conocimiento que poseen algunas personas sobre el arte o la ciencia se ve ensombrecido por su creencia errónea de que también están calificados para decirle a la gente cómo deben vivir”. O sea, muchas personas se atribuyen el derecho de erigirse como jueces de la vida de los demás solo porque tienen – o creen tener – determinados conocimientos.
Dar lecciones morales implica creerse superior, obviando las sombras propias
Obviamente, existen algunas diferencias entre quienes se erigen como defensores de la moralidad en las redes sociales en la actualidad y una figura que vivió en la antigua Grecia. Gran parte de esa diferencia viene dada porque en Internet existe una mayor licencia para crear una impresión exagerada sobre la propia moralidad porque la mayoría de los contactos que tienen las personas realmente no los conocen bien ni saben cómo viven.
En práctica, ese «anonimato moral» da vía libre para juzgar a los demás y, al mismo tiempo, engrandecerse a sí mismos. De hecho, varios estudios han revelado que los contenidos más virales en las redes sociales son precisamente aquellos más “moralizados” que hacen referencia a ideas, objetos o eventos que se suelen interpretar en términos del interés o el bien común. Las noticias y los comentarios que contienen palabras morales suelen difundirse más en Internet.
Ese fenómeno no se debe únicamente a la indignación moral sino al hecho de que resaltar un comportamiento incorrecto es una forma poderosa para mantener o mejorar la reputación de una persona en determinado círculo social y dejar clara su pertenencia. Cada vez que alguien señala algo inmoral, también se afilia a un grupo y reafirma su identidad, aunque no sea plenamente consciente de ello.
De hecho, todos ponemos en práctica comportamientos que ayudan a distinguir al grupo interno con el que nos identificamos del grupo externo. Así reforzamos nuestra pertenencia y demostramos que coincidimos con sus valores. Sin embargo, esos comportamientos se vuelven más extremos cuando surgen amenazas, como un contexto de elevada incertidumbre, las opiniones diferentes o los grandes cambios.
Curiosamente, un estudio realizado en la Universidad de Yale reveló que criticar al grupo externo y expresar animosidad en las redes sociales es mucho más efectivo para impulsar el compromiso que simplemente expresar apoyo al grupo de pertenencia. La necesidad de pertenecer a cierto grupo y reforzar su identidad son los motivos principales que conducen a las personas a reprochar moralmente a los demás.
De hecho, a pesar de las diferencias culturales, en la actualidad compartimos una característica con las figuras de la antigua Grecia: equiparar el conocimiento o las opiniones con la moralidad, de manera que si alguien expresa un punto de vista diferente al nuestro, inmediatamente se le condena por comportarse de manera inmoral.
Las personas que dan lecciones morales creen que si alguien no respalda sus creencias o se desvía demasiado de las normas y valores que comparte el grupo al que pertenece, es probable que no sea una buena persona. Y por eso se creen con derecho a criticarle y juzgarle.
Para los moralistas, tener las creencias “correctas” es una parte importante de la virtud, por lo que señalar las creencias “incorrectas” también los ayuda a sentirse particularmente virtuosos. Así se crea una “policía de la moral”. Así se gesta la represión.
Sin embargo, afirmar que alguien ha actuado de manera inmoral implica – intencionalmente o no – colocarse por encima, disfrutando del supuesto privilegio que brinda la moralidad. Por eso las personas que dan lecciones morales suelen molestarnos ya que, de manera consciente o no, comprendemos que se están colocando en un nivel superior sin mostrar la más mínima empatía y, en muchos casos, pasando por alto sus tonos grises.
En realidad, la moralidad es un gran ecualizador. Todos somos una mezcla de luces y sombras, por lo que quienes se erigen como una autoridad moral son más propensos a ver la paja en el ojo ajeno, obviando la viga en el propio. Por eso, tendríamos que pensárnoslo dos veces – o tres o cuatro – antes de tirar la primera piedra.
Fuentes:
Brady, W. J. et. Al. (2020) The MAD Model of Moral Contagion: The Role of Motivation, Attention, and Design in the Spread of Moralized Content Online. Perspectives on Psychological Science; 15(4): 978–1010.
Goldhill, O. (2019) Socrates’ ancient philosophy shows why moral posturing on social media is so annoying. En: Quartz.
Crockett, M.J. (2017) Moral outrage in the digital age. Nature Human Behaviour; 1: 769–771.
Brady, W. J., et. Al. (2017) Emotion shapes the diffusion of moralized content in social networks. Proceedings of the National Academy of Sciences; 114: 7313–7318.
Suter, R. S., & Hertwig, R. (2011) Time and moral judgment. Cognition; 119: 454–458.
Aquino, K., & Reed, A. II. (2002) The self-importance of moral identity. Journal of Personality and Social Psychology; 83(6): 1423–1440.
Rawson, G. (2005) Socratic Humility. En: Philosophy Now.
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