En 2011, el Premio Nobel Daniel Kahneman lanzó un libro en el que hizo referencia a una visión ingenua en la que todos hemos caído en algún momento: la tendencia a pensar que “lo que ves es todo lo que hay”.
Describió la propensión a abordar una buena historia, explicación o idea como si fuera lo único que necesitamos que saber. Es como si estuviésemos “programados” para pensar que los datos que tenemos conforman toda la información relevante que existe.
Una vez que logramos obtener algunos elementos del suceso, construimos una historia «completa» en nuestra mente con las piezas de información que tenemos a nuestra disposición. Sin embargo, a menudo no tenemos en cuenta la posibilidad de que falten pruebas que podrían ser fundamentales para formarnos un juicio más equilibrado, de manera que simplemente damos por bueno lo que ya conocemos, como si fuera todo lo que hay que saber.
Esa tendencia nos ayuda a darle coherencia al mundo, ganamos más seguridad y confianza en nuestros conocimientos, aunque en lo más profundo de nuestro inconsciente sospechemos que son incompletos y que deberíamos seguir profundizando.
¿Cuál es el problema?
El problema es que, una vez que sabemos algo, no podemos simplemente “dejar de saber”. No podemos olvidarnos de esa historia que hemos creado e imaginar posibilidades alternativas. No podemos buscar o valorar lo que no sabemos que existe. Por tanto, pensar que “lo que ves es todo lo que hay” acaba generando una rigidez mental que te impide seguir explorando nuevos caminos y continuar aprendiendo y creciendo.
¿Las zanahorias realmente mejoran la vista?
Es probable que sepas que las zanahorias mejoran la vista. Quizá te lo hayan dicho tus padres o lo has leído. Pero, ¿lo has comprobado? ¿Sabes qué dicen los científicos?
Esa creencia tiene casi cien años y se remonta a la Segunda Guerra Mundial. En 1940, los aviones de combate alemanes atacaban objetivos británicos estratégicos durante la noche. Obviamente, los británicos apagaban sus ciudades para reducir la visibilidad de los pilotos enemigos y dificultarles la tarea.
Sin embargo, gracias a un nuevo sistema de radar a bordo desarrollado por la Real Fuerza Aérea, los pilotos podían detectar aviones enemigos en la oscuridad. Sin embargo, los británicos no querían que los alemanes supieran de su nueva y avanzada tecnología, por lo que su Ministerio de Información comenzó a filtrar una historia a los periódicos: Cunningham, su piloto estrella, comía muchas zanahorias, lo que mejoraba su visión y le facilitaba derribar aviones enemigos en la oscuridad. Así comenzó la leyenda de que comer zanahorias mejoraba la vista, según el Instituto Smithsoniano.
Hoy la ciencia ha confirmado que las zanahorias pueden mejorar la visión, pero en realidad el mito ya existía mucho antes y la gente nunca se lo ha cuestionado. La clave de este tipo de sesgo es que, una vez que una idea se difunde e implanta en la mente, se vuelve complicado suplantarla, incluso con pruebas fehacientes.
Y para que una idea se implante a menudo no hace falta mucho, sino tan solo que sea medianamente coherente o que pueda tener sentido. Que sea cierta o falsa a menudo es intrascendente.
Un cerebro, dos sistemas
En nuestra mente coexisten dos grandes «autopistas» de procesamiento de la información.
- El sistema 1 funciona de forma rápida y automática, sin apenas esfuerzo, por lo que es el encargado de gestionar nuestros estereotipos y primeras impresiones. Es rápido y no demanda mucho esfuerzo, pero no es muy preciso ni fiable.
- El Sistema 2 se ocupa de las actividades mentales que requieren cierto esfuerzo, como el análisis o el pensamiento reflexivo. Por tanto, aunque es más racional y fiable, también es más lento.
Generalmente el Sistema 1 funciona como un primer filtro que nos permite responder a las demandas del día a día sin saturar el Sistema 2, la parte más racional. Es un mecanismo útil para ahorrar energía mental, pero puede ser problemático cuando tomamos decisiones importantes o intentamos formarnos una visión del mundo lo más precisa posible porque el Sistema 1 se equivoca a menudo.
En nuestro día a día, emitimos juicios y nos formamos nuestras impresiones en función de la información que tenemos disponible, rápidamente y sin pensar que todavía hay muchas cosas que no sabemos. Simplemente activamos el Sistema 1 y damos por sentado que conocemos todos los datos necesarios.
Cuando tomamos decisiones, nuestra mente solo tiene en cuenta las cosas que sabe, sin considerar la calidad o cantidad, solo intenta construir una historia coherente. Con eso nos basta. La historia no tiene que ser precisa, completa o fiable, sólo tiene que ser consistente y permitirnos desenvolvernos de manera aceptable.
Tomar decisiones de esta manera es fácil, cómodo, intuitivo y, lo que es peor, nos hace sentir seguros y competentes. Pero a largo plazo nos impide captar la complejidad del mundo y de las relaciones.
¿Cómo darnos cuenta de que lo que vemos NO es todo lo que hay?
Ser conscientes de nuestros sesgos nos permite tomar decisiones más informadas y ser menos manipulables. La buena noticia es que podemos desarrollar el hábito de cuestionarnos si estamos viendo el panorama completo o nos estamos dejando llevar por la pereza intelectual.
- Reconoce que falta información
La mente humana tiende a buscar patrones y cerrar “vacíos” de información construyendo historias para dar sentido a lo que percibimos, lo cual es útil para la toma rápida de decisiones, pero puede llevarnos a ignorar elementos clave. Por tanto, parte siempre de la idea de que solo conoces algunos elementos de la situación o de la persona. Eso te ayudará a mantenerte abierto a nuevas informaciones y te evitará sacar conclusiones apresuradas.
- Cuestiónate la primera impresión
Las primeras impresiones son poderosas y, a menudo, difíciles de cambiar, ya que se construyen sobre información parcial pero inmediata que deja una impronta emocional bastante intensa. Ser conscientes del efecto halo y el efecto horn en tus relaciones te ayudará a evitar prejuicios basados en datos limitados. Esa pausa consciente activa tu Sistema 2 racional y frena la respuesta impulsiva, facilitando una evaluación más objetiva a largo plazo.
- Consulta múltiples fuentes o perspectivas
Una de las mejores maneras de comprender que lo que ves no es todo lo que hay consiste en ampliar tus fuentes de información. Así evitarás caer en el sesgo de confirmación. Al buscar múltiples perspectivas, sobre todo contrarias a tus creencias, reduces esa tendencia y logras desarrollar una visión más global de la situación. Cuando consultas opiniones diferentes abres tu mente y aprendes nuevos datos que te ayudarán a formarte una imagen más global y realista de lo que ocurre.
- Acepta la ambigüedad
Uno de los aspectos más difíciles de combatir en el sesgo “lo que ves es lo que hay” es nuestra aversión natural a la incertidumbre. Es normal que prefieras explicaciones completas, aunque no sean exactas, a la sensación de no saber y la inseguridad que esta genera. Sentirse cómodo con la ambigüedad, las dudas y la contradicción evitará esa tendencia a precipitarte a la hora de sacar conclusiones.
La capacidad de cuestionar, dudar y buscar información más allá de lo evidente es una herramienta invaluable para vivir de forma más plena y genuina. Aunque nuestro cerebro busque certezas, a veces es más enriquecedor aprender a convivir con la ambigüedad y aceptar el hecho de que no tengamos todas las respuestas. Cuando aceptamos que siempre habrá factores desconocidos, nos damos la oportunidad de cultivar una mente más abierta y una actitud curiosa y de exploración.
Referencias Bibliográficas:
Kahneman, D. (2011) Thinking, Fast and Slow. Farrar, Straus and Giroux: Nueva York.
Enke, B. (2020) What You See is All There Is. CESifo Working Paper; 8131: 79.
Noavaes, C. & Veluwenkamp, H. (2017) Reasoning Biases, Non-Monotonic Logics and Belief Revision. Theoria; 83(1): 29-52.
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