“Los jóvenes de hoy son nativos medicalizados, hablan de su malestar en lenguaje médico”, afirmó la comisionada de Salud Mental de España. Palabras como “estrés”, “depresión”, “ansiedad” o “fobia” son cada vez más comunes, aunque no siempre se utilizan para designar un trastorno psicológico.
De hecho, hoy prácticamente nadie reconoce estar triste, pero muchos afirman estar deprimidos. Esta tendencia podría reflejar una mayor conciencia y apertura en torno a la salud mental, un fenómeno positivo que conduciría a una mayor búsqueda de ayuda y tratamiento. Sin embargo, también plantea otra duda: ¿y si estamos patologizando los problemas emocionales normales? ¿Y si estamos hundiéndonos en una medicalización de la salud mental?
En ese caso, la popularización y malinterpretación de los trastornos mentales podría conducir a sobrediagnósticos y prescripciones innecesarias, además de banalizar un problema muy serio: las afecciones mentales.
¿Se nos ha olvidado que parte de la condición humana es reconocer su vulnerabilidad?
Es probable que nunca antes en la historia de la humanidad hayamos disfrutado del nivel de bienestar actual – al menos una parte de la población. Sin embargo, eso no ha erradicado el sufrimiento, más bien parece haberlo aumentado, sobre todo en las nuevas generaciones.
En los últimos años, el consumo de antidepresivos y psicotrópicos se ha disparado. Hace poco, la Unicef también lanzó la voz de alarma indicando que 1 de cada 7 adolescentes tiene un trastorno psicológico diagnosticado. El número de jóvenes que afirma haber padecido problemas mentales con mucha frecuencia ha pasado del 6,2% en 2017 al 15,9% en 2021.
No cabe duda de que las nuevas generaciones no se sienten bien. Sin embargo, quizá ese “lo estamos pasando mal” se está expresando en términos medicalizados. La vida contemporánea plantea innumerables conflictos y retos, pero lo mismo podría decirse del ser humano a lo largo de su historia. Parte de la condición humana siempre ha sido reconocer que somos seres vulnerables y dependientes.
Entonces, ¿por qué la tensión se convierte en ansiedad y la tristeza se transforma en depresión?
La patologización del universo emocional
El estrés no siempre ha sido aceptado como una afección de salud legítima. A mediados de la década de 1930, fue el endocrinólogo canadiense Hans Selye quien concibió el modelo de enfermedad biológica del estrés uniendo campos como la neurología, la psiquiatría y la biología evolutiva.
Luego, a finales de la Segunda Guerra Mundial, las investigaciones realizadas en el ámbito de la neuropsiquiatría militar sobre la fatiga de combate promovieron la aceptación cultural de un concepto más dinámico y universal de enfermedad mental que normalizaba el fenómeno del estrés mental. Este cambio cultural alentó la medicalización de la ansiedad, que estimuló a su vez el crecimiento del mercado de los ansiolíticos en la década de 1950 y contribuyó a vincular la salud mental y fisiológica.
¿Significa eso que no exista? Absolutamente no.
Sin embargo, quizá el lenguaje popular se está medicalizando en exceso.
Las palabras que usamos para identificar lo que nos ocurre con importantes porque pueden terminar dando forma a nuestro mundo. No conocer las diferencias entre la tristeza y la depresión puede hacer que confundamos estos estados convirtiendo en patológico algo que es completamente normal.
Al romper el tabú que giraba en torno a la salud mental y poder hablar de ella abiertamente, la jerga médica también se ha colado en el discurso de las nuevas generaciones, pero muchas veces se utiliza para legitimar el sufrimiento.
Lo confirma el hecho de que, si necesitamos tomarnos un descanso del trabajo porque estamos agotados mentalmente, solo podemos recibir una baja del médico de familia, ya sea por una enfermedad de origen físico o psicológico.
Como resultado, “hemos trasladado un sufrimiento global a un lenguaje sanitario”, como apuntara la psiquiatra Belén González. En la sociedad del cansancio, nuestros problemas cotidianos se convierten en trastornos.
Los “efectos adversos” de la medicalización de la salud mental
Las nuevas generaciones también podrían estar recurriendo en exceso a lo sanitario, porque muchas veces no encuentran otro lugar donde expresar sus problemas. Antes, ese malestar se canalizaba a través de la comunidad, el grupo de amigos, las familias o incluso los espacios laborales, pero el avance de una filosofía individualista que pone el foco en la productividad y la rentabilidad ha relegado a un segundo plano la relación estrecha con el otro.
En un mundo de relaciones líquidas, cuando necesitamos consuelo, validación emocional, acompañamiento o comprensión, no podemos encontrarlo en las redes de apoyo convencionales, de manera que recurrimos al médico, que se limitará a diagnosticar un padecimiento.
El problema es que, al recibir una etiqueta diagnóstica, como puede ser la depresión o la ansiedad, muchas personas comienzan a considerar que tienen un problema dentro de sí, de manera que generalmente dejan de preguntarse qué les hace sentirse mal.
Como ya tienen respuesta, dejan de cuestionarte qué les pasa. Este es el principal problema que acarrean los diagnósticos rápidos realizados por personal no capacitado. De hecho, un estudio muy interesante realizado en la Universidad Marshall reveló que el aumento de las explicaciones biológicas a trastornos psicológicos más comunes y su medicalización en la cultura, que se ha producido en las últimas décadas ha mermado las terapias no farmacológicas.
La prescripción de medicamentos psicotrópicos aumentó un 20% entre 1985 y 1994 en Estados Unidos y el uso de estimulantes se triplicó. En cambio, el número de pacientes psiquiátricos que recibe psicoterapia disminuyó en un 28,9% de 1996 a 2005.
Como resultado, podemos encontrarnos con unas generaciones que utilizan cada vez más un lenguaje medicalizado para etiquetar lo que no es más que el sufrimiento normal o un malestar por determinadas situaciones o condiciones de vida. Y una sociedad que prefiere los psicofármacos a la terapia.
El sufrimiento que refleja una generación
Obviamente, la salud mental es un tema complejo, por lo que no existen respuestas sencillas o soluciones universales. La forma en que los jóvenes expresan su malestar es un reflejo de la sociedad en la que viven, así como de las presiones que sufren y los desafíos únicos que deben enfrentar en el mundo actual.
Cuando una persona se siente mal, es importante que pida ayuda. Pero debemos recordar que la medicalización excesiva de los problemas emocionales puede tener consecuencias tan negativas como la falta de atención a trastornos genuinos de salud mental.
Los problemas estructurales de la economía y los fracasos relacionales a nivel social no pueden ser resueltos recurriendo únicamente a los medios personales. No podemos buscar soluciones individuales, biográficas, a lo que son en realidad problemas estructurales y sistémicos”, como advirtiera el sociólogo Zygmunt Bauman.
Los estudios psicológicos han vinculado las experiencias de inseguridad y desesperanza, así como los cambios sociales vertiginosos y el aumento de la violencia con una mala salud mental. Sin embargo, los problemas sociales no se resuelven medicalizando a una generación, sino dándoles las herramientas para que puedan hacer frente a sus retos de manera equilibrada y reflexiva. Es crucial recuperar la granularidad emocional para identificar adecuadamente cada uno de los estados internos.
¿Hacen falta más psicólogos y psiquiatras? Sin duda. ¿Son la solución? No. Y tampoco debería serlo. Hay que entender la causa de ese malestar y sufrimiento para tomar medidas a nivel macro que solucionen esas cuestiones, no limitarse a recetar fármacos o hacer psicoterapia para tolerar mejor situaciones de vida que en realidad son intolerables y que se tienen que cambiar.
Referencias Bibliográficas:
Casas, M. (2023) The medicalization of life: An interdisciplinary approach. Heliyon; 9(6): e16637
(2023) La comisionada de Salud Mental: “Los jóvenes de hoy son nativos medicalizados, hablan de su malestar en lenguaje médico”. En: El País.
(2022) Salud mental e infancia en el escenario de la covid-19. En: Unicef.
(2021) 1 de cada 7 adolescentes tiene un problema de salud mental diagnosticado. En: Unicef.
Burrows, V. L. (2020) The Medicalization of Stress. Tesis doctoral: Universidad de Nueva York.
Wyatt, W. J. (2009) Behavior Analysis in the Era of Medicalization: The State of the Science and Recommendations for Practitioners. Behav Anal Pract; 2(2): 49–57.
Patel, V. & Kleinman, A. (2003) Poverty and common mental disorders in developing countries. Bull World Health Organ; 81(8): 609–615.
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