Los niños no necesitan más modelos a seguir, sino que los dejen ser ellos mismos. No necesitan ídolos a imitar, sino que les brinden espacio para desarrollar su personalidad. No necesitan identificarse con figuras ilustres ni con el famoso de turno, sino consolidar la confianza en sí mismos. No necesitan una educación que los obligue a mirar fuera en busca de patrones a imitar, sino que les proporcione las herramientas para convertirse en personas únicas, libres y autodeterminadas.
El supermercado de ídolos y valores
“¿Cómo quién querrías ser?”
Esa pregunta la hizo una maestra a toda mi clase, cuando tenía 9 años.
Primero me sorprendió. Luego, cuando el resto de mis compañeros empezaron a mencionar nombres de personalidades históricas o personas famosas, mi cerebro comenzó a trabajar frenéticamente buscando el modelo que me habría gustado imitar.
No encontré ninguno.
No era soberbia ni desconocimiento. Existían personalidades que admiraba. Por supuesto. Pero eran muchas y, sobre todo, no tenía sentido ser como ninguna de ellas porque a aquella edad ya era consciente de que era alguien diferente. Todos lo somos.
Cualquier niño que responda “quiero ser yo mismo” a esa pregunta asombrará a los maestros porque nuestra educación está diseñada fundamentalmente para ensalzar los personajes que encarnan los valores socialmente aceptados. Se espera que los niños los vean como modelos a seguir. Que se comparen con sus ídolos y esfuercen por ser iguales. Que establezcan su estándar donde lo establecieron esas personas.
En cierto punto, cuando los viejos ídolos quedan obsoletos y dejan de reflejar los valores que quiere promover la sociedad, se buscan modelos nuevos. Desgraciadamente, la mayoría de los nuevos movimientos culturales que promueven la diversidad y la autenticidad no hacen sino replicar ese antiguo patrón, limitándose a cambiar o ampliar los modelos a seguir.
Como resultado, la “libertad” de los niños se limita a elegir en un supermercado cada vez más atiborrado de ídolos que compiten entre sí por captar un mayor número de adeptos. Sin embargo, la auténtica libertad no consiste en escoger entre opciones que otros han predeterminado sino en ser artífices de nuestro destino descubriendo quiénes queremos ser. Libertad no es elegir, es crear. Libertad no es imitar a alguien, es ser quien quieras ser.
La libertad no significa nada, a menos que implique la libertad de ser uno mismo
Durante siglos hemos creído que la existencia de ídolos y modelos a seguir para los jóvenes y los niños es positiva porque les brinda una “orientación” y contribuye a desarrollar en ellos los valores que espera la sociedad. Por ende, es difícil concebir otro tipo de educación. De hecho, no falta quienes creen que una educación sin modelos a seguir implica caer en el relativismo moral más absoluto.
Sin embargo, otro tipo de educación es posible. Ya la hemos tenido, pero tenemos que echar la vista muy atrás para encontrarla: debemos remontarnos a los tiempos presocráticos. Aquella educación, enfocada en desarrollar la capacidad de cuestionamiento y el pensamiento autónomo, dio cabida a grandes filósofos hoy prácticamente olvidados y en gran parte incomprendidos como Anaximandro, Heráclito, Anaxímedes, Parménides Anaxágoras, Protágoras y muchos otros.
Aquella educación no tenía el cometido de llenar la mente, sino abrirla. Su objetivo tampoco era proporcionar modelos que los estudiantes imitaran sino guiarles para que pudieran convertirse en la persona que deseaban ser. Obviamente, ese tipo de educación es más “peligrosa” porque genera personas más independientes, capaces de pensar y decidir por sí mismas, en vez de limitarse a elegir entre un arsenal de ídolos convenientemente celebrados por la cultura preponderante.
Sin embargo, nuestros niños no necesitan más ídolos que los encapsulen en modelos de pensamiento y acción predeterminados, muchas veces antagónicos entre sí que conducen a la polarización social. No necesitan que los enseñen a mirar fuera en busca de ídolos, sino que los animen a mirar dentro para que descubran quiénes quieren ser. No necesitan que les pongan estándares demasiado elevados que no pueden alcanzar o demasiado bajos como para lastrar sus potencialidades
Los niños, en fin, no necesitan modelos con los cuales identificarse hasta el punto de reducir su riqueza innata a un puñado de etiquetas, sino la libertad para explorarse y expresarse como las personas únicas e irrepetibles que son. El cometido de la educación no es lograr que los niños «encajen» a como dé lugar en moldes preestablecidos sino crear espacios de autoexpresión asertiva que fomenten la autenticidad, el libre pensamiento y la autoaceptación.
Ese es realmente el mayor regalo que podemos hacer a nuestros hijos porque, como escribiera Ralph Waldo Emerson, “el mayor logro en la vida es ser uno mismo, en un mundo que está intentando constantemente de convertirte en alguien diferente”.
Maria dice
Exelente nota. Nadie filosofía ya lamentablemente ya no hay mecenas ni maestros a quien seguir.