“Hay un momento para partir, incluso cuando no hay un lugar seguro adónde ir”, escribió Tennessee Williams en “Camino Real”. En la obra, el escritor describía un lugar donde los inadaptados buscaban refugio, que acababa convirtiéndose en un escenario sin salida.
En la vida, muchas veces también nos vemos atrapados en relaciones o situaciones que nos hacen daño, pero de las que no nos atrevemos a salir por miedo a la incertidumbre que encierra el camino que tenemos por delante. No vislumbrar un puerto seguro al que llegar asusta, pero en ocasiones es mejor afrontar el temor a lo desconocido que seguir soportando el dolor de lo conocido.
Miedo a lo incierto, el freno que nos impide escapar de lo que nos daña
La resistencia al cambio está profundamente arraigada en nuestra mente. Nuestro cerebro está programado para buscar estabilidad y seguridad en medio del caos. Las situaciones conocidas, aunque sean dolorosas o limitantes, suelen parecernos más cómodas o seguras que la incertidumbre. De hecho, muchas personas prefieren la “certidumbre de la miseria, que la miseria de la incertidumbre”, como dijera Virginia Satir.
Demasiadas veces nos aferramos a lo familiar, incluso cuando ya no nos sirve, simplemente porque nos transmite una ilusoria sensación de seguridad. Podemos desarrollar ese apego tóxico hacia las relaciones, pero también a los trabajos, hábitos o incluso a las formas de pensar. El problema es que cuando algo ha perdido su razón de ser o incluso duele, quedarnos en ese punto del camino nos hará más mal que bien.
El miedo a lo desconocido no es una razón de peso para seguir soportando situaciones que nos dañan o limitan porque, a la larga, no solo afectará nuestro bienestar emocional, sino que hará trizas nuestra sensación de autoeficacia y la confianza en nosotros mismos, por lo que nos atará a una vida de frustración y arrepentimientos. Lo desconocido puede asustar, pero aferrarnos a lo que nos daña es una garantía de sufrimiento.
Señales de que es hora de partir
No siempre es fácil identificar cuándo ha llegado el momento de partir. Terminar una relación es doloroso y dejar atrás lo conocido atemoriza, sobre todo porque no tenemos garantías de lo que vendrá después. Pero quedarnos cuando necesitamos pasar página implica recluirnos voluntariamente en una prisión que nosotros mismos hemos creado.
Estas son algunas de las señales más comunes que revelan que podría ser hora de considerar un cambio:
- Desgaste emocional. Si lo que antes te motivaba y satisfacía ahora solo te genera estrés, puede ser una señal de que algo ha cambiado en tus prioridades o necesidades, por lo que quizá debas soltar lastre.
- Estancamiento. Sentirse estancado en la vida, como si estuvieras viviendo en un día de la marmota permanente, sin oportunidades de aprender o avanzar, es una alerta importante de que necesitas un cambio de aire.
- Insatisfacción. A veces, no necesitas razones concretas para partir. Una sensación persistente de incomodidad e insatisfacción con la vida pueden ser más que suficientes para explorar otros caminos.
- Conflictos constantes. Un nivel insostenible de problemas, conflictos y roces, que no se resuelven, sino que empeoran con el tiempo, puede ser un indicador claro de que la relación o situación que estás viviendo ya no es saludable y debes ponerle punto final.
- Coste emocional mayor al beneficio. Si mantenerte en el punto en el que te encuentras implica sacrificar tu bienestar mental o tus valores, es una señal evidente de desequilibrio que debería animarte a hacer las maletas – literal o metafóricamente hablando.
Una pregunta que puede ayudarte a decidir si ha llegado el momento de partir es: ¿me gusta la persona que debo ser para sobrellevar esta situación? Si sientes que no puedes ser tú mismo o no te gusta la persona en la que te estás convirtiendo, es una buena razón para cerrar ese capítulo de tu vida. Al final, perder las partes de ti que más aprecias puede ser mucho peor que lanzarte a lo desconocido.
Partir, un acto de valentía necesario
Obviamente, partir no siempre significa empacar tus cosas y mudarte a otro lugar. A veces es una decisión interna, una ruptura con aquello que te ata para abrirte a lo nuevo. Tanto en un caso como en el otro, dejar lo conocido no es fácil – y es normal que así sea.
Partir implica reconocer la posibilidad de la pérdida y estar dispuesto a lidiar con el vacío que deja. Sin embargo, también es un acto de valentía, sobre todo cuando necesitas priorizar tu bienestar.
Para afrontar la incertidumbre que implican los cambios drásticos, es conveniente que:
- Definas tus razones. Antes de dar el paso, reflexiona sobre tus motivaciones. Tener claro lo que quieres – y lo que no quieres – te ayudará a mantenerte firme ante los embates de la incertidumbre.
- Aceptes el miedo como parte del proceso. Es completamente natural sentir miedo ante lo desconocido o incluso experimentar cierto rechazo al cambio. Reconocer esos sentimientos, sin dejar que te paralicen, es fundamental para poder seguir adelante.
- Confíes en tu capacidad de adaptación. Los seres humanos somos sorprendentemente flexibles y resilientes. Aunque es probable que al principio el cambio te resulte difícil, con el tiempo te adaptarás y aprenderás a navegar por tu nueva realidad. ¡No lo dudes!
En cualquier caso, recuerda que partir no significa necesariamente tener todas las respuestas o un plan detallado. Significa dar un paso, aunque sea pequeño, para comenzar a alejarte de la situación que te está dañando u obstaculizando. Muchas veces, ese acto es el comienzo para encontrarte a ti mismo. A fin de cuentas, en la mayoría de las ocasiones la seguridad no es externa, sino que proviene de la confianza que tengas en ti para enfrentar lo que venga.
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