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Muletas emocionales: cuando apoyarse se vuelve un hábito peligroso

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Muletas emocionales

¿En qué nos apoyamos para no caer? Todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos buscado algo (o alguien) que nos ayude a sostenernos cuando nos sentimos frágiles y vulnerables. Puede ser una relación, una rutina, una ilusión o incluso una adicción. Cualquier cosa puede convertirse en muletas emocionales a las cuales nos aferramos para evitar enfrentar el vacío, el miedo o la incertidumbre.

Sin embargo, imagina por un momento que te lesionas una pierna y necesitas usar muletas para caminar. Al principio, son una ayuda imprescindible. Pero, ¿qué pasaría si después de sanar, sigues usándolas por costumbre o por miedo a caminar solo? Algo similar ocurre en nuestro universo afectivo.  ¿Qué pasa cuando esa muleta emocional, en lugar de ayudarnos a seguir adelante, nos impide avanzar?

¿Qué son las muletas emocionales?

Las muletas emocionales son apoyos externos – personas, hábitos, rutinas o incluso pensamientos – que usamos para intentar calmar, evadir o gestionar nuestro estado afectivo. De hecho, no son malas en sí mismas. Al principio pueden ayudarnos a superar los momentos difíciles, pero si nos volvemos dependientes de ellas, acabarán limitando nuestra autonomía y crecimiento personal.

El problema surge cuando usamos demasiado esas muletas, hasta el punto que generan una dependencia. Y la cosa se complica porque no siempre son evidentes, sino que muchas veces se camuflan como “hábitos” o “necesidades normales” que nos ayudan a sentirnos mejor, más seguros o estables emocionalmente.

Algunas de las muletas emocionales más comunes a las que solemos recurrir son:

  • Personas, como esa amiga a la que llamas cada vez que te sientes triste o ansioso, aunque sepas que no puede resolver tu malestar.
  • Relaciones, como mantener una relación de pareja no por amor, sino por miedo a la soledad.
  • Redes sociales, usadas compulsivamente como una vía para distraerte cuando te sientes solo o vacío.
  • Comida, a la que recurres aunque no tengas hambre real solo para calmar la ansiedad o el aburrimiento.
  • Trabajo excesivo, que utilizas para llenar tu agenda con tal de no enfrentarte al silencio o a conflictos latentes.
  • Rutinas extremadamente rígidas, a las que te aferras de manera milimétrica como una tabla de salvación por miedo a enfrentarte al caos emocional.
  • Series, videojuegos, alcohol o drogas, que se convierten en válvulas de escape de una realidad con la que te cuesta lidiar.

Esas muletas emocionales suelen aparecer en momentos de vulnerabilidad: tras una ruptura, un duelo, una etapa de incertidumbre o un cuadro de ansiedad. Y es completamente humano usarlas, lo importante es no convertirlas en una solución permanente para un problema emocional que pide ser escuchado y resuelto.

¿Por qué usamos muletas emocionales?

Todos, en algún momento, buscamos alivio rápido frente a la incomodidad emocional. Las muletas emocionales nos ofrecen una gratificación inmediata porque alivian la tristeza, el miedo o la frustración a corto plazo. Sin embargo, detrás de su uso puede estar:

  • Miedo a sentir. Muchas personas crecieron con la idea de que ciertas emociones, como la tristeza, el enojo o el miedo, son “malas”, “inmaduras” o incluso “inaceptables”, por lo que prefieren evitarlas. Sentir puede dar vértigo, porque implica enfrentarse a la incertidumbre, al dolor o a partes de uno mismo que no siempre queremos aceptar. Entonces, ante el primer atisbo de incomodidad emocional, podemos activar una respuesta de evitación recurriendo a la comida, redes, trabajo, distracción… El problema es que esa evitación no resuelve la emoción, solo la enmascara, y con el tiempo puede volverse una trampa silenciosa de sufrimiento acumulado.
  • Falta de herramientas emocionales. Nadie nos ha enseñado a gestionar nuestras emociones. En la escuela nos enseñan matemáticas, historia o ciencias, pero rara vez nos muestran qué hacer cuando sentimos ansiedad, frustración o tristeza. Así, cuando llegamos a la vida adulta, improvisamos. A veces copiamos lo que vemos, otras veces simplemente recurrimos a lo primero que nos alivia. Esa ausencia de herramientas emocionales nos vuelve más propensos a depender de muletas externas, porque no sabemos cómo gestionar lo que sentimos desde adentro. Sin un “manual emocional” claro, buscamos respuestas rápidas que anestesien el malestar, aunque no lo resuelvan de raíz.
  • Heridas emocionales. Los traumas de la infancia, el abandono, rechazo o experiencias de abuso, dejan profundas marcas que muchas veces siguen supurando, aunque hayan pasado años. Esas heridas generan vacíos afectivos que pueden doler intensamente y que podríamos intentar llenar con lo que tengamos a mano: relaciones, comida, adicciones, hiperactividad… Sin embargo, como esas muletas emocionales solo sirven para anestesiar el dolor, realmente no nos ayudan a sanar.
  • Modelos aprendidos. Muchas de las estrategias que aplicamos para gestionar nuestras emociones provienen de lo que vimos en casa. Si tus padres evitaban hablar de sus emociones, se mostraban siempre fuertes, reprimían sus sentimientos o los “apagaban” con trabajo, alcohol o distracciones, es probable que hayas interiorizado esa misma forma de responder. Aunque racionalmente sepas que no es saludable, repites esos modelos automáticamente porque tu mente los considera “normales”.
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¿Son siempre malas las muletas emocionales?

No necesariamente. Como en el ejemplo de la pierna lesionada, a corto plazo pueden ser muy útiles. Una buena amiga que te escucha después de una ruptura puede darte el apoyo que necesitas para no hundirte. Un poco de distracción puede ayudarte a ganar perspectiva en momentos de crisis e incluso imbuirte en el trabajo puede darte el tiempo que necesitas para que tu mente vaya procesando y aceptando lo ocurrido.

Ventajas de las muletas emocionales

  • Brindan contención emocional en momentos de crisis.
  • Pueden prevenir decisiones impulsivas basadas en emociones intensas.
  • Nos ayudan a recuperar fuerza cuando estamos muy debilitados emocionalmente.
  • Proporcionan una estructura temporal en situaciones caóticas y generan una sensación de control.
  • Nos distraen de emociones dolorosas.

Usar una muleta emocional no es un problema. El problema es aferrarse a ella o incluso usarla como excusa para aferrarnos a los patrones que nos dañan. El problema es sentir que somos incapaces de seguir avanzando sin ellas y no hacer nada para romper esa dependencia emocional.

Desventajas de las muletas emocionales

  • Si se vuelven una solución permanente, impiden el crecimiento personal.
  • Refuerzan la evitación emocional ya que cada vez que sentimos algo incómodo, recurrimos a ellas sin procesarlo.
  • Fomentan la dependencia externa, por lo que a la larga dejamos de confiar en nuestros recursos.
  • Nos desconectan de nosotros mismo y de nuestras necesidades.
  • Evitan que nos enfrentemos a nuestros problemas, por lo que acaban alimentándolos.
  • Pueden convertirse en adicciones pues lo que empieza como un apoyo, podría volverse una necesidad compulsiva.

Claves para dejar de usar muletas emocionales y fortalecer tu autonomía emocional

Dejar atrás una muleta emocional no significa abandonar el apoyo externo o eliminar todas las distracciones cotidianas. Significa aprender a regular tus emociones sin depender exclusivamente de elementos externos.

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1. Identifica tus muletas

El primer paso es identificar qué estás usando como muleta. Hazte preguntas como:

  • ¿Qué suelo hacer cuando me siento mal?
  • ¿De qué hábitos o personas dependo para sentirme mejor?
  • ¿Qué cosas me resultan imposibles de dejar, incluso por un día?

Sé honesto contigo mismo. Este proceso requiere autocompasión, no juicio.

2. Observa el patrón de uso

Las muletas emocionales suelen responder a un patrón: emoción difícil → recurso externo → alivio → repetición.

Empieza a observar con curiosidad, no con culpa, cuándo y por qué recurres a esos apoyos externos. Por ejemplo, puede ser que cada vez que discutas con tu pareja te des un atracón de series o que recurras a la comida cuando te sientes aburrido y solo.  Cuando logras ver estos patrones con claridad, puedes interrumpirlos.

3. Aprende a sentir sin reaccionar

Esta es una de las habilidades más poderosa que puedes desarrollar: experimentar una emoción sin necesidad de hacer algo inmediatamente para evitarla. Por supuesto, no es fácil. Pero se puede entrenar con pequeños pasos:

  • Haz pausas de 2-3 minutos cuando sientas ansiedad o soledad antes de buscar tu muleta.
  • Escribe lo que estás sintiendo.
  • Permítete llorar, enojarte o aburrirte sin intentar distraerte.

Las emociones son como olas: vienen, suben, y eventualmente bajan. Si no te aferras a ellas, se van como mismo llegaron.

4. Desarrolla recursos de afrontamiento propios

Si has reconocido tu muleta, pregúntate: “¿Qué otra cosa podría hacer?” Se trata de buscar recursos internos que te ayuden a lidiar de manera más saludable con esas emociones. Puedes practicar ejercicios de respiración, escribir un diario terapéutico, salir a caminar, bailar, escuchar música…

Ese tipo de recursos fortalecen tu capacidad para estar contigo mismo sin necesidad de anestesiarte y recurrir a apoyos externos.

5. Establece límites para usar tus muletas

No tienes que eliminar esos apoyos de repente. Soltar una muleta es como aprender a caminar de nuevo: requiere práctica, paciencia y alguna que otra caída. Pero puedes irla usando menos de manera más consciente. Comienza poniéndote metas pequeñas, como: “hoy, en lugar de ver 3 capítulos de la serie, veré solo uno y escribiré cómo me siento”.

La idea es que la muleta sea un apoyo puntual, no una extensión de ti a la que recurras cada vez que te sientas mal. Y, por supuesto, no olvides celebrar cada pequeño paso hacia tu autonomía emocional porque cuanto más confíes en tu capacidad para sostenerte con tus propias piernas, menos apoyos externos necesitarás.

Aprender a caminar con tus propios pies

Usar una muleta emocional no te hace débil. Te hace humano. Pero quedarte atado a ella por miedo o comodidad podría impedirte crecer, relacionarte de forma saludable y desarrollar tus propios recursos de afrontamiento.

La independencia emocional no significa que nunca necesites a nadie ni que siempre estés bien. Significa que sabes estar contigo mismo, que puedes atravesar emociones difíciles sin huir, y que tu bienestar no depende únicamente de lo que está afuera. Recuerda: no nacimos sabiendo caminar. Pero aprendimos a hacerlo. Podemos caernos por el camino y necesitar muletas, pero también debemos usarlas lo mínimo posible.

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Jennifer Delgado Suárez

Psicóloga Jennifer Delgado Suárez

Soy psicóloga. Por profesión y vocación. Divulgadora científica a tiempo completo. Agitadora de neuronas y generadora de cambios en mis ratos libres. ¿Quieres saber más sobre mí?

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