
Es bien sabido que la música tiene un efecto conmovedor en nuestras psiquis pero… ¿qué sucede en el cerebro?
Desde que se dio a conocer el Efecto Mozart (algunas de las composiciones del músico pueden mejorar el razonamiento espacio-temporal) mucho se ha descubierto en la relación música-cerebro.
No es mi intención realizar un análisis exhaustivo de la relación música-cerebro sino brindar algunos elementos importantes, quizás un tanto curiosos, sobre qué sucede en el funcionamiento cerebral mientras escuchamos las notas musicales.
– El cerebro no es un simple receptor de sonidos sino que también controla la sensibilidad del oido interno por lo que muchas veces modifica, filtra los sonidos y los interpreta. Esto nos posibilita que en una fiesta aunque se escuche la música de fondo, también podamos escuchar las conversaciones.
– El mayor interés del cerebro se ubica en los cambios y los contrastes por lo que un sonido monótono termina por no escucharse gracias a dos fenómenos: la adaptación de los receptores y un proceso inhibitorio llamado habituación.
– La melodía, la localización de los tonos y el análisis armónico se localizan preferentemente en el hemisferio derecho. Pero… curiosamente, los músicos profesionales en la percepción de las melodías utilizan más el hemisferio izquierdo porque el entrenamiento en música provoca un cambio en la dominancia cerebral. Así, la percepción de la melodía se desplaza del hemisferio derecho al izquierdo.
– Al contrario, la percepción del ritmo tiene lugar esencialmente en el hemisferio izquierdo. Es por esto que hay personas que tienen una capacidad de percepción armónica brillante pero son poco dotados para la percepción del ritmo y viceversa.
– Sin embargo, el canto, que implica tanto la música como el lenguaje, involucra ambos hemisferios.
– Cuando nos imaginamos la música o la vivenciamos de manera muy fuerte se activan las estructuras del sistema límbico, especialmente el tálamo, lo cual hace que en algunas ocasiones experimentemos la música como se experimentan las pasiones.
– Muchos músicos profesionales tienen el área temporal más desarrollada y grande que el resto de las personas. Lo mismo sucede con la mitad anterior del cuerpo calloso que une ambos hemisferios.
– Otra característica curiosa de los músicos es que utilizan menos regiones cerebrales cuando ejecutan movimientos con la mano que las personas normales.
– También existen diferencias de género en la música, mientras en el hombre el hemisferio derecho es dominante para analizar secuencias de tonos, en las mujeres se implican ambos hemisferios.
– Existe un trastorno conocido como amusia, o sea, incapacidad para comprender o reproducir la música. Es producido por lesiones cerebrales de las zonas temporales.
– Existen casos especiales de desconexión entre música y lenguaje en el cerebro desde edades muy tempranas, son los llamados: «músicos sabios»; niños deficientes en sus habilidades lingüísticas pero con un oído absoluto, una percepción delicadísima, una capacidad enorme de representación acústica y una memoria musical excepcional. Suelen tener lesiones en el hemisferio izquierdo.
– Muchos compositores sufrían de lo que hoy llamamos períodos maníaco-depresivos. Curiosamente, las personas aquejadas de este trastorno normalmente muestran altos índices de creatividad. Se supone que aproximadamente un tercio de todos los escritores y artistas, así como la mitad de los poetas, tuvieron síntomas maníaco-depresivos. A buen entendedor…
– La música disminuye el umbral de la percepción sensorial por lo cual escuchar los tonos musicales puede mejorar la visión hasta en un 25%. Quizás esta relación también sea la causante de las sinestesias, personas que al escuchar la música ven colores delante de sus ojos.
Sin duda alguna, resulta un paseo curioso la posibilidad de adentrarnos en los misterios del cerebro humano.
Fuentes:
Sacks, O. (2007) Musicophilia. Tales of Music and the Brain. New York: Knopf.
Taylor, I. A. & Paperte, F. (1958) Current Theory and Research in the Effects of Music on Human Behavior. The Journal of Aesthetics and Art Criticism, 17 (2): 251-258.
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