“Mejor una nalgada a tiempo, que lamentarlo toda la vida”. Esta frase y sus mil variantes siguen estando muy presentes en el imaginario popular. De hecho, a menudo se “regalan” como consejo a los padres para que corrijan el mal comportamientos de sus hijos. Otras veces la usan los propios adultos para justificar el castigo físico a los niños.
Por supuesto, educar no es una tarea sencilla. Los niños no vienen con un manual de instrucciones bajo el brazo e incluso los más fieles seguidores de la disciplina positiva y los padres más pacientes, pueden perder la paciencia. Unicef lo confirma: aproximadamente el 80% de padres en todo el mundo han dado nalgadas a sus hijos.
Como norma, regañamos a nuestros hijos movidos por la mejor de las intenciones. Queremos corregir su mal comportamiento. Deseamos evitarles problemas presentes o futuros… Pero otras veces también lo hacemos simplemente porque estamos demasiado cansados. Estresados. Sobrepasados por las circunstancias. O francamente desesperados.
Todas esas emociones se juntan en una especie de cóctel explosivo que hace que optemos por una nalgada o un cachete para poner fin a una conducta que no nos gusta. Pero, ¿es realmente la solución? ¿Puede evitar males mayores?
Las insospechadas consecuencias del castigo físico en los niños
Varias generaciones han crecido con el lema “una palmada a tiempo no trauma a nadie”. Por supuesto, una nalgada no hará que un niño necesite terapia cuando crezca. No obstante, hay que tener en cuenta que el castigo físico, en especial cuando es repetido, puede dejar huellas, más en el espíritu que en el cuerpo.
Psicólogos de la Universidad de Texas analizaron 50 años de investigaciones sobre los efectos de las nalgadas. Durante ese tiempo se evaluaron a más de 160 mil niños y los efectos del castigo físico. Estos investigadores descubrieron que la mayoría de los padres que usa el castigo físico no es plenamente consciente de las consecuencias de ese comportamiento y, obviamente, no tienen la intención de perjudicar la vida de sus hijos.
A pesar de ello, las nalgadas pueden tener un efecto negativo a corto y largo plazo. Los niños que recibieron nalgadas eran más propensos a mostrar conductas antisociales y tener problemas de salud mental. También podrían ser más violentes, tener dificultades cognitivas y emocionales, así como tener menos materia gris en ciertas áreas del cerebro.
Además, eran más proclives a utilizar este tipo de castigo con sus propios hijos, perpetuando una cultura del castigo físico generación tras generación. De hecho, debemos recordar que, como padres, somos los modelos a seguir de nuestros hijos, la brújula que indica la diferencia entre lo bueno y lo malo.
Cuando un niño es castigado físicamente de manera repetida, aprenderá que la violencia es una vía válida para resolver los problemas y es menos probable que en el futuro recurra al diálogo para solucionar los conflictos. Así los padres enseñan a resolver las cosas con golpes y no hablando
Además, cuando los pequeños se resignan a aceptar experiencias dolorosas, en especial de las personas que deberían protegerlo, pueden convertirse en adultos sumisos que establecen relaciones de dependencia emocional y pueden ser más propensos a dejarse manipular.
Ni las nalgadas son didácticas ni haberlas recibido te da permiso a darlas
No existen “nalgadas didácticas”. El castigo físico no es educativo. No genera respeto, engendra miedo. Crea temor, pero no enseña a razonar. Por supuesto, el niño detendrá el comportamiento negativo, pero es probable que lo vuelva a repetir en el futuro porque no hemos reflexionado sobre sus consecuencias y, sobre todo, no le hemos proporcionado un comportamiento alternativo más positivo.
Una nalgada no le dirá al niño cómo remediar lo que hizo mal, pero puede limitarlo y coartar su independencia. Es probable que no se atreva a hacer algunas cosas por temor a equivocarse y que vuelvan a pegarle. De manera inconsciente, los padres transmiten el mensaje de que está mal que tome decisiones. Por tanto, si ya se trata de un niño indeciso e inseguro, esas características se personalidad se reforzarán aún más.
De hecho, el castigo físico también puede empujar a los niños a mentir para ocultar sus actos. Como resultado, termina creando un muro de incomprensión con los padres. Genera distanciamiento y rencores a medida que crecen.
En resumen, un cachete – sea a tiempo o a destiempo – no soluciona ningún problema. No educa ni disciplina. El hecho de que te hayan educado así, no justifica que también lo hagas, sobre todo teniendo en cuenta que existen métodos mucho más respetuosos de crianza.
Si hemos “salido bien” suele ser “a pesar de” haber recibido esos cachetes y no “gracias” a las nalgadas.
La alternativa a la permisividad no es la violencia. Podemos establecer normas y límites adecuados a la edad y momento evolutivo de nuestros hijos sin recurrir al castigo físico. Con firmeza, pero desde el amor. Si no tenemos derecho a ejercer ningún tipo de violencia sobre otra persona, tampoco tenemos derecho a pegar a nuestros hijos. Hay otras alternativas para evitar que “se pierdan”.
Fuentes:
Gershoff, E. T. & Grogan-Kaylor, A. (2016) Spanking and child outcomes: Old controversies and new meta-analyses. J Fam Psychol; 30(4): 453-469.
Taylor, C. A. et. Al. (2010) Use of spanking for 3-year-old children and associated intimate partner aggression or violence. Pediatrics; 126(3): 415-424.
Tomoda, A. et. Al. (2009) Reduced Prefrontal Cortical Gray Matter Volume in Young Adults Exposed to Harsh Corporal Punishment. Neuroimage; 47(2) 66-71.
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