A veces los niños pueden llegar a comportarse como pequeños tiranos, sobre todo cuando están agotados o frustrados. Sin embargo, algunos van un paso más allá y convierten la exigencia en un hábito que aplican con todos y en todas las circunstancias.
Resulta complicado contentarles y suelen ser muy impacientes, por lo que quieren que sus deseos sean satisfechos inmediatamente. Tienen un carácter difícil, son muy exigentes y/o reclaman demasiada atención en momentos inadecuados, por lo que muchos padres terminan cediendo, lo que refuerza aún más ese comportamiento demandante.
La dinámica de la sobreexigencia infantil
Ante todo, es importante tener en cuenta que la exigencia no es una característica de personalidad, sino un tipo de comportamiento. Los niños se vuelven demandantes cuando exigen constantemente que los atiendan, miren, mimen y satisfagan sus necesidades prontamente.
De hecho, sus demandas van más allá de las necesidades infantiles naturales de amor, atención y cuidados para convertirse en reclamos desproporcionados y fuera de lugar. En general, los niños exigentes se caracterizan por:
- Tener una baja tolerancia a la incomodidad y la frustración
- Sentirse extremadamente angustiados cuando sus demandas no son satisfechas
- Mostrarse particularmente exigentes e incluso desagradables en sus peticiones
- Enfocarse en el lado negativo de las cosas encontrando defectos en casi todo
- Ser muy sensibles al fracaso
La relación con estos pequeños suele estar marcada por las rabietas y los llantos, por lo que a menudo los padres ceden a sus demandas, lo cual refuerza aún más su comportamiento exigente. En muchas ocasiones adoptan un tono prepotente y mortificante, por lo que gestionar esas situaciones resulta particularmente difícil.
Cuando los niños se comportan de manera exigente y piden las cosas de manera inadecuada, muchos padres pueden llegar a sentirse impotentes e incluso avergonzados, sobre todo si se encuentran en un sitio público, por lo que es normal que se alteren y reaccionen con enfado, reprendiéndoles duramente delante de los demás.
Sin embargo, aunque estos pequeños necesitan límites claros, sentirse humillados, criticados o avergonzados suele generarles una gran frustración. Y cuando su cerebro se inunda de sentimientos abrumadores, simplemente se bloquea y no puede procesar nada más, de manera que los niños no aprenden la lección. Como resultado, la reacción parental los empuja a una mayor desregulación y refuerza el comportamiento demandante que se desea eliminar.
¿Qué le ocurre a los niños exigentes?
Responder de manera más adecuada requiere un cambio de mentalidad importante, que comienza por comprender que los niños no son expertos manipuladores ni nacen siendo malcriados. La pregunta más importante que deben plantearse los padres es: “¿qué le está pasando a mi hijo?”.
En muchos casos, el deseo desmesurado de atención y exigencia se debe a que los niños no están recibiendo suficiente cariño por parte de sus cuidadores o debido a que sus necesidades emocionales están insatisfechas. También podría deberse a que está atravesando una etapa particularmente difícil del desarrollo o están afrontando cambios vitales que les generan ansiedad.
La pérdida de un abuelo, por ejemplo, el divorcio de los padres, una situación de acoso escolar o el comienzo del curso escolar son eventos que pueden desestabilizar la esfera afectiva de los niños y provocar regresiones que reactivan comportamientos de etapas anteriores, como un mayor egocentrismo o la exigencia de una atención constante.
Los niños altamente sensibles también pueden llegar a ser muy exigentes porque viven las sensaciones y experiencias con mayor intensidad, lo cual puede abrumar su sistema nervioso, haciendo que sean más propensos a reaccionar con irritabilidad. En esos casos, cuando surge una necesidad u ocurre algo inesperado, se sienten tan incómodos que exigen atención inmediata para intentar aliviar esa molestia o angustia, simplemente porque necesitan escapar del malestar que experimentan.
Otras veces, la sobreexigencia sienta sus raíces en la educación recibida. Si los niños se acostumbran a ser el centro del universo y los padres satisfacen sus necesidades inmediatamente, sin enseñarles a ser pacientes, es probable que se vuelvan cada vez más demandantes y egocéntricos.
En los hogares donde los pequeños hacen y deshacen a su antojo, cualquier cambio que implique una pérdida del poder o la restricción de su dominio generará tensiones familiares. Es probable que los niños se depriman o reaccionen de manera agresiva para intentar imponer sus deseos a unos padres que no saben decir “no”.
Enseñar a los niños demandantes a ser más pacientes y comprensivos
Cuando los padres logran comprender las causas del comportamiento de sus hijos, pueden experimentar más empatía y responder de manera más cariñosa y eficaz para ayudarlos a asumir que las cosas no siempre irán como ellos quieren o esperan.
Para afrontar esas situaciones, el primer paso es conservar la calma ya que los padres son sus principales modelos a seguir, de manera que si pierden los nervios rápidamente, no pueden pretender que sus hijos pequeños no lo hagan.
También es importante no ceder inmediatamente a sus exigencias para no reforzar ese comportamiento. En su lugar, puedes aplicar la siguiente “fórmula”:
- Validar su experiencia dejando claro que comprendes por lo que está pasando.
- Establecer los límites que no debe traspasar.
- Enseñarle a tolerar el malestar proporcionándole otras opciones de comportamiento.
Por ejemplo, si tu hijo te interrumpe constantemente mientras hablas con otra persona, puedes decirle: “sé que es difícil esperar. Apenas termine esta conversación, te escucharé. Mientras tanto, puedes jugar”.
Tu hijo necesita saber que le comprendes y escuchas cuando tiene dificultades. También debe saber que le ayudarás a gestionar ese malestar. Pero al mismo tiempo tiene que aprender a armarse de paciencia, tolerar la frustración e irse deshaciendo de esa actitud egocéntrica y demandante.
También debes enseñarle la diferencia entre una petición respetuosa y una demanda exigente. Explícale que debe usar un tono de voz más amable y pedir las cosas con un “por favor”. Cuando adopte una actitud prepotente, hazlo notar y pregúntale: “¿existe una manera mejor de pedir lo que quieres?” y no satisfagas su demanda hasta que la plantee con mejores modales.
Obviamente, mantener la calma es más fácil de decir que de hacer, pero cuando estés a punto de ceder o estallar es importante que recuerdes que las rabietas infantiles también son perjudiciales para ellos. Los niños no necesitan que sus padres cedan a sus caprichos o satisfagan inmediatamente sus deseos, sino que se conviertan en su roca y les enseñen a capear la tormenta. Y a menudo eso significa no dejarse arrastrar por el impulso de intentar mejorarlo todo inmediatamente.
Si respondes con firmeza, amor y comprensión, te convertirás en un modelo a seguir para lidiar con la frustración cotidiana. Cuando estableces límites y los haces cumplir, los niños experimentarán menos malestar a largo plazo y ganarán autonomía emocional, de manera que podrán afrontar mejor los contratiempos de la vida sin asumir una actitud demandante. Eso reforzará su autocontrol y autoconfianza, ayudándoles a ser más felices.
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