Solemos pensar en los niños como en una mano extra para los casos de extrema urgencia, en vez de considerarlos como fuentes de ayuda válidas. Por desgracia, muchos padres piensan que intentar que sus hijos les den una mano en las tareas del hogar representa más esfuerzo que el trabajo que se ahorran.
En otros casos, cuando tienen muchas tareas por delante, recurren al soborno o a la amenaza de castigo para que sus hijos les ayuden. De esta manera les transmiten la idea de que las tareas del hogar son algo pesado que sería mejor evitar. Cuando ese niño crezca, es comprensible que no le apetezca hacerlas. Así los padres crean, de manera más o menos consciente, una profecía que se autocumple.
La ciencia, sin embargo, ha descubierto que podríamos estar equivocados. Los niños pequeños tienen un deseo innato de ayudar, y si se lo permitimos, seguirán ayudándonos voluntariamente durante toda su infancia y adolescencia.
Los niños pequeños quieren ayudar
Harriet Lange Rheingold, considerada como una de las psicólogas del desarrollo más destacadas de Estados Unidos, observó cómo interactuaban los niños pequeños de 18, 24 y 30 meses con sus padres mientras estos realizaban tareas domésticas rutinarias como doblar la ropa, quitar el polvo, barrer, retirar los platos de la mesa o poner orden en casa.
Pidió a los padres que trabajaran de manera relativamente lenta y permitieran que su hijo les ayudara, si este lo deseaba, pero que no le pidieran ayuda ni le dieran instrucciones. La psicóloga descubrió que todos los niños pequeños ayudaron de manera voluntaria a realizar las tareas del hogar. La mayoría de ellos ayudaron con más de la mitad de las tareas que los padres emprendieron y algunos incluso tomaron la iniciativa realizando otras tareas.
A partir de aquel estudio pionero, otros investigadores han seguido analizando el deseo de ayudar de los niños pequeños. Una investigación realizada recientemente en la Universidad de Harvard, por ejemplo, concluyó que los niños pequeños brindan ayuda por iniciativa propia cuando se dan cuenta de que otra persona está en “dificultad” o necesita una mano.
Las recompensas disminuyen el deseo de ayudar
Uno de los hallazgos más interesantes de esta serie de estudios es que los niños brindan su ayuda de manera desinteresada, no lo hacen para obtener una recompensa. Un estudio llevado a cabo en el Instituto Max Planck descubrió que brindar una recompensa por ayudar en realidad es contraproducente ya que disminuye el deseo de dar una mano la próxima vez.
Estos investigadores permitieron que niños de 20 meses ayudaran a un experimentador de diferentes maneras. A algunos no se les ofreció recompensa después de haber ayudado, pero a otros se les dio la oportunidad de jugar con un juguete atractivo.
Los resultados fueron concluyentes: los pequeños que habían sido recompensados por ayudar tenían luego menos probabilidades de ayudar que los que no habían sido recompensados. Solo el 53% de los niños que habían sido recompensados decidió ayudar por segunda vez al experimentador. En el caso de los niños que no habían sido recompensados, el 89% volvió a brindar su ayuda.
Este hallazgo demuestra que los niños están motivados intrínsecamente a ayudar, es decir, dan una mano porque quieren ser útiles, no porque esperan obtener algo por ello. De hecho, se ha demostrado que las recompensas externas suelen socavar la motivación intrínseca, incluso en los adultos.
El problema es que una recompensa cambia nuestra actitud y la forma de ver la actividad, de manera que algo que antes disfrutábamos se convierte en una “obligación” o un medio para conseguir algo más. Es lo que se conoce como «efecto de sobrejustificación», que ocurre cuando un incentivo externo reduce la motivación intrínseca, de forma que le prestamos más atención al incentivo y menos a la satisfacción o diversión propia de la actividad.
La valiosa lección de los padres indígenas
Entre los padres de Occidente, una idea generalizada es que es más importante que los niños se concentren en sus estudios y actividades extraescolares a que ayuden a recoger la ropa, retirar los platos o hacer la cama. Pero quizá nos estamos equivocando.
Un estudio muy interesante realizado en México comparó la relación entre padres e hijos a la hora de realizar las tareas del hogar en las comunidades indígenas y en familias más occidentalizadas. Estos psicólogos descubrieron que los padres de las comunidades indígenas responden positivamente al deseo de ayudar de sus hijos pequeños, aunque esa “ayuda” los frene en determinadas circunstancias, porque creen que que eso complace a los niños y los ayuda a convertirse en personas más seguras e independientes. Como resultado, cuando los niños tienen entre 5 y 6 años siguen ayudando en las tareas del hogar y asumen sus responsabilidades domésticas sin dificultades.
También se apreciaron grandes diferencias en las formas en que los padres describían las contribuciones de sus hijos a las tareas del hogar. Según los propios padres, el 74% de los niños que vivían en la comunidad indígena tomaban regularmente la iniciativa de ayudar en las tareas domésticas. En las familias occidentalizadas, ningún niño lo hacía. De hecho, estos padres informaron muy poca ayuda voluntaria de sus hijos, aunque también parecían desvalorizar la poca ayuda que ofrecía un niño.
Además, los padres de herencia indígena describieron a sus hijos como capaces, autónomos, emprendedores y voluntarios, mientras que los padres occidentalizados describieron a sus hijos como dependientes y subordinados, que solo ayudaban a regañadientes y necesitaban que se les dijera qué hacer.
Esto nos indica que, de cierta forma, estamos “matando” el deseo de ayudar de los niños, convirtiéndolos en personas más dependientes y reacias a involucrarse en las tareas del hogar y asumir responsabilidades. Se trataría, en el fondo, de una profecía que se autocumple. No les dejamos ayudar porque no creemos que sean capaces, de manera que cuando sean capaces, no lo querrán hacer.
Padres, ¿cómo salir de este círculo vicioso?
Como padres, tendemos a cometer tres errores respecto al deseo de ayudar de nuestros hijos pequeños.
- Desestimamos su ofrecimiento de ayudar, simplemente porque tenemos prisa por hacer las cosas y creemos que esa “ayuda” nos retrasará ya que el niño no lo hará bien. De esta manera le estamos diciendo que no es capaz de ayudar.
- Pensamos que las labores domésticas son algo molesto que sería mejor ahorrar a los niños, transmitiéndoles así el mensaje de que es algo que se debe hacer por obligación, no porque se disfrute.
- Cuando realmente queremos o necesitamos la ayuda del niño, ofrecemos algún tipo de trato o recompensa por hacerlo. El mensaje que le llegará al niño es que solo debe ayudar cuando obtiene algo a cambio, lo cual elimina el placer intrínseco al acto de ayudar.
Para salir de ese círculo vicioso basta aceptar la ayuda desinteresada de nuestros hijos, aunque ello suponga en algunas ocasiones ir más lento. Debemos recordar que muchas veces importa más ese momento compartido que terminar cuanto antes una tarea. Así, incluso las tareas del hogar pueden convertirse en tiempo de calidad juntos o en una estrategia para educar en valores como la responsabilidad.
Fuentes:
Gray, P. (2018) Toddlers Want to Help and We Should Let Them. En: Psychology Today.
Alcalá, L. et. Al. (2014) Children’s initiative in contributions to family work in indigenous-heritage and cosmopolitan communities in Mexico. Human Development; 57(2-3): 96-115.
Warneken, F. & Tomasello, M. (2009) Varieties of altruism in children and chimpanzees Trends in Cognitive Sciences; 13(9): 397-402.
Warneken, F. & Tomasello, M. (2008) Extrinsic Rewards Undermine Altruistic Tendencies in 20-Month-Olds. Developmental Psychology; 44(6): 1785–1788.
Harriet Rheingold (1982) Little Children’s Participation in the Work of Adults, a Nascent Prosocial Behavior. Child Development; 53(1): 114-125.
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