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No prometas estando eufórico, no respondas enojado, no decidas dolido y jamás actúes si no estás convencido

Hubo una vez un niño que todos los días, se peleaba con su hermano, sus padres, compañeros del colegio…

Una tarde, su padre le entregó un regalo. El niño muy curioso lo desenvolvió rápidamente pero su contenido lo sorprendió: era una caja llena de clavos.

El padre lo miró fijamente y le dijo:

– Hijo mío, te voy a dar un consejo: cada vez que pierdas el control, cada vez que contestes mal a alguien y discutas, clava un clavo en la puerta de tu habitación.

El primer día, el niño clavó 37 clavos en la puerta.

Con el paso del tiempo, el niño fue aprendiendo a controlar su rabia, por lo que la cantidad de clavos comenzó a desminuir. Descubrió que eras más fácil controlar su temperamento que clavar los clavos en la puerta.

Finalmente, llegó el día en que el niño no perdió los estribos.

Su padre orgulloso, le sugirió que por cada día que se pudiera controlar, sacase un clavo. Los días fueron pasando, hasta que llegó un momento en que el niño logró quitarlos todos.

Entonces el padre tomó a su hijo de la mano y lo llevó hasta la puerta. Le dijo:

– Haz hecho bien, hijo mio, pero mira los agujeros… La puerta nunca volverá a ser la misma. Cuando dices cosas con rabia, dejas una cicatriz igual que ésta. No importa cuántas veces le pidas perdón, la herida siempre seguirá ahí. Una herida verbal es tan dañina como una física. Recuerda que los amigos son joyas muy escasas, no los lastimes porque hay daños que son irreversibles y no hay perdón que los sane.

Siento y pienso, luego existo

En el Discurso del Método, Descartes escribió una frase que terminaría influyendo en la manera en que aún hoy pensamos sobre las emociones: “Cogito, ergo sum”, el famoso “Pienso, luego existo”.

También podría haber dicho “Siento, luego existo”, pero no lo dijo, porque creía que las emociones eran trabas para el pensamiento. Hoy sabemos que las emociones son tan significativas como la racionalidad, sobre todo a la hora de tomar decisiones importantes.

Sin embargo, debemos tener cuidado de no tomar decisiones dejándonos llevar exclusivamente por la emocionalidad o terminaremos causando heridas difíciles de sanar. La clave radica en encontrar un punto medio: escuchar nuestras emociones sin desatender a la razón.

Cuando las emociones “secuestran” la razón

Todos hemos sido víctimas de secuestros emocionales, momentos en los que simplemente no pensamos, nos dejamos llevar por los sentimientos y tomamos decisiones o decimos cosas de las que después nos arrepentimos.

Esa explosión emocional tiene una explicación: el sistema límbico declara una especie de “estado de emergencia” y recluta todos los recursos del cerebro para poder llevar a cabo sus funciones. Ese secuestro se produce en cuestión de pocos segundos y genera inmediatamente una reacción en la corteza prefrontal, la zona vinculada con la reflexión, para que no tengamos tiempo para evaluar lo que está ocurriendo y decidir de forma racional.

En otras palabras, la zona del cerebro relacionada con las emociones nos impide pensar. El problema es que el sistema límbico es un área con un repertorio de comportamientos muy restringido, lo cual nos ciega porque nos impide ver otras alternativas posibles.

Por eso, la clave de la paz interior radica en aplicar una regla: no prometas estando feliz, no respondas estando enojado, no decidas estando dolido y no actúes si no estás convencido.

Si prometemos algo estando eufóricos, es probable que terminemos prometiendo mucho más de lo que podemos cumplir. Si respondemos estando enojados, es probable que nuestras palabras hieran a alguien innecesariamente. Si decidimos estando dolidos, es probable que actuemos de manera extrema y luego nos arrepintamos pero ya no podremos dar marcha atrás. Y si actuamos sin estar plenamente convencidos, es porque hay algo dentro de nosotros que nos dice que ese no es el camino correcto, pero nos negamos a escuchar esa señal.

No tomes decisiones permanentes en base a emociones temporales

Debemos dejar de ver a las emociones como nuestros enemigos, pero no es inteligente bajar la guardia. Una buena estrategia consiste en pensar en las emociones como en brújulas que pueden indicarnos un camino, pero teniendo en cuenta que la decisión de tomar ese camino debe ser razonada.

Si somos capaces de evitar el primer impulso, si no nos limitamos a reaccionar sino que sopesamos los pros y los contras, estaremos protegiendo con un escudo a prueba de balas nuestra paz interior. Es normal enfadarse o sentirse dolidos, pero esa no es excusa para tomar decisiones permanentes en base a emociones temporales.

Recuerda que todo llega y todo pasa, que la vida fluye constantemente y que lo que hoy te ha molestado, probablemente cuando lo mires en perspectiva te moleste menos o le encuentres una explicación.

Por eso, la próxima vez que sientas que las emociones están tomando el mando, respira, da un paso atrás y toma perspectiva. No decidas hasta que esas emociones no se hayan aplacado, hasta que no estés convencido del paso que vas a dar. Así te ahorrarás muchísimos conflictos, arrepentimientos y sinsabores a lo largo de tu vida.

Jennifer Delgado Suárez

Soy psicóloga. Por profesión y vocación. Divulgadora científica a tiempo completo. Agitadora de neuronas y generadora de cambios en mis ratos libres. ¿Quieres saber más sobre mí?

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Comentarios

  1. campanilla dice

    24/02/2018 en 11:27 AM

    Uuuu, eso es, a pensar, a pensar mucho y despacito, a buscar causas y consecuencias, a dejar que el ego tome el mando, a paralizarse, a morirse de miedo, no sea que las emociones y el corazón consigan hacernos entender por dónde ir. Mejor nos quedamos donde estamos, ‘virgencita, siquiera como estoy’, mejor no saber quién o qué somos realmente. Desde luego, eso es salud mental. La mismita de un software o sistema operativo, que también ‘piensan, luego existen’…

    Responder

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