
Si no logras sentir alegría y las preocupaciones por nimiedades nublan cada una de tus jornadas, es probable que te estés tomando la vida demasiado en serio. Oscar Wilde decía que “la vida es demasiado importante como para tomársela en serio”. Se refería al hecho de que tomarnos todo demasiado a pecho acabará generándonos ansiedad, inquietud y desasosiego, impidiéndonos precisamente disfrutar del maravilloso regalo que es la vida.
No te tomes la vida demasiado en serio o te perderás lo mejor del viaje
Obviamente, tomarse la vida “demasiado en serio” significa cosas diferentes para cada persona ya que dependerá en gran medida de su personalidad y las experiencias vividas. Tomarse las cosas en serio no es inherentemente “incorrecto” o “malo”. De hecho, hay veces en que es fundamental hacerlo. Las facturas y los impuestos no se pagan solos. También es importante prestar atención a la burocracia y la logística del día a día para no terminar creando un gran caos en nuestra vida.
Sin embargo, hacer una tormenta en un vaso de agua constantemente, tomarnos las cosas a la tremenda y asignarles una importancia desproporcionada solo generará angustia, encerrándonos en un bucle de preocupaciones interminables que terminará agriando nuestro carácter y arrebatándonos la oportunidad de disfrutar plenamente de la vida.
¿Cómo saber si te estás tomando la vida demasiado en serio?
- Te preocupas constantemente por cosas pequeñas e intrascendentes. Vamos, que estás más pendiente de si los cubiertos se colocan a la izquierda o la derecha del plato que de disfrutar el postre.
- Experimentas un nivel elevado de frustración e irritabilidad casi a diario. Si te parece que hasta el semáforo se pone en rojo a propósito, para no dejarte pasar, quizás sea hora de relajarse.
- No tienes tiempo ni energía para ti. Si fueras una batería, ya estarías en modo «descargado».
- No logras relajarte. Incluso cuando te propones meditar o desconectarte, terminas planificando la lista del súper.
- Siempre te enfocas en el aspecto negativo de las situaciones. El vaso no solo está medio vacío, sino que el agua también tiene mal sabor.
- Te cuesta perdonar a los demás o a ti mismo, incluso por pequeños errores. O sea, que ese «lo siento» de alguien no libera espacio mental, sino que su «pecado» sigue activo en tu mente.
- Siempre imaginas el peor escenario posible. Haz convertido la Ley de Murphy en el lema de tu vida: «si algo puede salir mal, saldrá mal».
- Te esfuerzas mucho, pero no ves los resultados. Es como si plantaras tomates, pero solo cosecharas las facturas de la luz.
Obviamente, vivir así no es vivir. La clave consiste en aprender a tomarnos las cosas a la ligera, sin ser superficial. Y eso, ¿cómo se logra?
Deja que tus metas marquen el rumbo y el ritmo
Aclaración importante para los despistados: no se trata de pasar olímpicamente de todo, sino de aprender a relativizar y dar a cada cosa su justa importancia. Ni más ni menos.
Y para comenzar, debemos tomar conciencia de que nuestro tiempo y energía son limitados, por lo que sería mejor que los usáramos inteligentemente y con sentido crítico. Sería mejor que aprendamos a distinguir lo “urgente” de lo importante porque si no lo hacemos, las “urgencias” e imprevistos terminarán absorbiéndonos irremediablemente. Ese torbellino desplazará lo importante y hará que acabemos preocupados por nimiedades.
Por ese motivo, para tomarse la vida menos en serio hay que partir de un propósito claro. Debes sabes cuáles son tus valores y metas pues eso funcionará como una especie de brújula vital que te guiará a la hora de elegir qué batallas vale la pena luchar y qué es lo verdaderamente importante para ti, eso en lo que debes enfocar tu atención y energía.
Todo lo que no esté alineado con ese propósito, metas y valores quizá requiera atención, tiempo y energía, pero no debería quitarnos el sueño.
Analiza lo que te preocupa con vista larga
Cuando tenemos realmente claro nuestro propósito y sentido, es más fácil detectar todo eso que estamos exagerando y nos preocupa inútilmente. Puedes comenzar identificando el patrón de pensamiento que alimenta ese drama.
Todos sufrimos distorsiones cognitivas, algunas de las cuales pueden empujarnos a preocuparnos en demasía. Quizá tengas un pensamiento catastrófico que te lleva a imaginar escenarios apocalípticos, de manera que los pequeños contratiempos se convierten en montañas insuperables en tu mente. O quizá seas propenso a sacar conclusiones apresuradas o generalizar en exceso.
Las distorsiones cognitivas son como un filtro mental a través del cual vemos la realidad. Pero como no son la realidad, retirar ese filtro puede ayudarnos a ver con más claridad lo que sucede y centrarnos en buscar soluciones. ¿Cómo se logra?
Pregúntate: “¿esto me importará dentro de 1 o 10 años?” Proyectarte al futuro te ayudará a salir del marisma mental en el que te encuentras. Asumir esa distancia psicológica te permitirá poner todo en perspectiva, para que no te tomes la vida tan en serio.
Recuerda que estás haciendo lo mejor que puedes
Tomarse la vida menos en serio no es egoísmo, pasotismo, cinismo ni individualismo. Es ser conscientes de que no podemos llegar a todo lo que se nos exige. Vivimos en un mundo que gira demasiado rápido y una sociedad que genera grandes presiones a través de la comparación y el concepto de éxito.
Compararnos con los demás nos roba cualquier pizca de alegría, ya que comenzamos a vivir como si la vida fuera una competición en sí misma. Si sentimos que no estamos a la altura, comenzaremos a presionarnos y acabaremos tomándonos todo demasiado en serio.
Por ese motivo, es fundamental que te recuerdes que cada día lo haces lo mejor que puedes, con los recursos internos y externos que tienes a tu disposición. No tienes un manual de instrucciones, de manera que solo puedes hacer lo mejor posible con la información que tienes en cada momento. No es resignación ni mediocridad, sino realismo.
Los resultados son importantes, pero aún más importante es el proceso y la persona en la que nos vamos convirtiendo mientras recorremos ese camino. Somos personas en continua evolución. Por tanto, enfócate más en eso y menos en cumplir las expectativas de los demás.
Trátate con amabilidad y ríete de ti
Da igual lo que hagamos, a lo largo de la vida nos equivocaremos muchas veces. Por tanto, debemos dejar de lado el perfeccionismo, que a menudo saca las cosas de quicio magnificando los pequeños errores hasta lo indecible. Aceptar que eres perfectamente imperfecto te ayudará a liberarte de gran parte de la presión y relativizar los errores.
Y cuando los cometas, perdónate y trátate con amabilidad. Si no le reprocharías a un amigo un error insignificante, ¿por qué te vapuleas por ello? Practica más la autocompasión, sobre todo con todas cuando cometes fallos intrascendentes. Así estarás menos tenso y podrás enfocar tus esfuerzos en lo que realmente cuenta. Haz una pausa, respira hondo y trátate con cariño.
Y siempre que puedas, intenta reírte de ti mismo. Un estudio realizado en la Universidad de Zúrich constató que las personas capaces de reírse de sí mismas solían tener un carácter más abierto y alegre, estar de mejor humor y tomarse las cosas más a la ligera. Aprender a reírte de ti mismo no significa restarte importancia, es un acto de humildad y autoaceptación que te ayudará a restarle hierro a los problemas, preocupaciones y fallos.
Referencia Bibliográfica:
Beermann, U. & Ruch, W. (2011) Can people really «laugh at themselves?» – Experimental and correlational evidence. Emotion; 11(3), 492-501.
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