¿Cuántas veces te has dicho “no tengo tiempo para nada”? ¿Y cuántas veces te han dicho o has leído que “no tengo tiempo” es una excusa porque si realmente quisieras, sacarías un espacio? Sin embargo, a pesar de todo y por mucho que quieras o te lo propongas, no logras escapar de esa sensación de que el tiempo se te escurre entre los dedos y no llegas a todo.
No eres el único.
La sensación de no tener tiempo se ha convertido en una auténtica pandemia a nivel mundial, hasta el punto que se ha acuñado el término “síndrome NOPET (NO PErsonal Time)”; o sea, no tener tiempo ni para ir al baño.
Cuando sentimos que no tenemos tiempo para nada y las 24 horas del día no nos alcanzan, nuestro primer impulso es exprimir cada minuto como un limón. Eso nos conduce al multitasking, hacer varias cosas a la vez para llegar a todo – o al menos intentarlo.
Ese no es el camino. La multitarea puede ser eficaz durante cortos periodos de tiempo, pero a la larga conduce al agotamiento, nos vuelve más descuidados y cometemos más errores, condenándonos a la frustración y la insatisfacción. Por mucho que hagamos, la sensación de inquietud, zozobra y tensión intrínseca a la multitarea acortará el tiempo, en vez de alargarlo.
Para recuperar el control de nuestro tiempo, el primer paso consiste en comprender por qué cada vez nos parece tener menos. Para ello, es conveniente repasar lo que ha ocurrido en nuestra sociedad en las últimas décadas.
La aceleración del mundo y la fragmentación exponencial
En los últimos años hemos vivido una aceleración vertiginosa. Por ejemplo, en 1854 Antonio Meucci inventó el primer teléfono, pero no fue hasta 1876 que Graham Bell realizó la primera llamada telefónica. Habría que esperar casi medio siglo, hasta 1927, para que la Western Electric patentara un teléfono dirigido al gran mercado.
Cincuenta años después, en 1973 Motorola creó el primer teléfono móvil, que pesaba 1,1 kg y solo ofrecía media hora de conversación con 10 horas para recarga. Solo dos décadas más tarde, el número de usuarios de móviles ya rondaba los 11 millones y en 2020 esa cifra había aumentado hasta la friolera de 2.500 millones.
De la misma forma, en 1985 se envió el primer mensaje de texto de la historia. A finales de los 1990 y principios de los 2000 los SMS se popularizaron, aunque había un máximo de mensajes al día. En la actualidad, recibimos cientos de notificaciones en una gran variedad de aplicaciones sociales y de mensajería.
Ese mismo fenómeno se ha producido con los canales de televisión. Mucho tiempo ha pasado desde la primera emisión pública de televisión que se realizó en Inglaterra en 1936. Desde ese momento, su desarrollo ha sido cada vez más vertiginoso, de manera que en la actualidad no solo podemos acceder a miles de cadenas de televisión sino además a millones de canales de YouTube.
Todos esos avances tecnológicos han conducido a la fragmentación exponencial de nuestras fuentes de información, canales de comunicación, herramientas de trabajo, opciones de ocio… Y eso está provocando a su vez una fragmentación experiencial que afecta nuestra capacidad de atención. El resultado es también una fragmentación de nuestro tiempo en una miríada de instantes desconectados entre sí.
El tiempo se vuelve cada vez más fugaz
«Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante», escribió Antoine de Saint-Exupéry para dejarnos una valiosa enseñanza en “El Principito”. Se refería a un tiempo lineal, en el que estamos plenamente presentes.
En la actualidad, las experiencias se amontonan a medida que se expanden y fragmentan. Mientras que en el pasado debíamos esperar a colgar el teléfono para hablar con otra persona, hoy podemos hablar con varias al mismo tiempo por las redes sociales o los servicios de mensajería. Como resultado, no estamos plenamente presente en ninguna conversación.
Nos encontramos inmersos en una marea de estímulos y momentos fragmentados, intentando mantenernos a flote a duras penas y respetar nuestros compromisos para no defraudar a los demás o a nosotros mismos. Eso, obviamente, es agotador.
La fragmentación experiencial ha reducido nuestro tiempo a momentos desconectados que literalmente se nos escapan de las manos pues al carecer de nuestra presencia, se convierten en instantes fugaces sin ese hilo conductor que da sentido y orden a nuestra experiencia, dando además coherencia al tiempo.
Ese flujo constante de estímulos desestabiliza nuestro entorno, obligándonos a sacrificar en su altar la observación atenta que dilata el tiempo. Por esa razón, aunque el día siga teniendo 24 horas, seguimos pensando “no tengo tiempo para nada”.
La fragmentación experiencial termina afectando la manera en que administramos nuestro tiempo. Llama nuestra atención continuamente hasta poseer nuestras horas, rompiendo las estructuras del tiempo tradicionales. Imbuidos en situaciones fragmentadas, el tiempo deja de ser habitable y se convierte en un enemigo. Carece del ritmo cadencioso que tenía antes, pierde forma y se convierte en fugaz.
Por eso, aunque podemos hacer más cosas, tenemos la sensación de que no llegamos a todo. Por eso y porque las cosas que podríamos hacer potencialmente también se multiplican cual una hidra de mil cabezas.
En realidad, no nos falta tiempo. Lo que nos sucede es que no sabemos administrarlo correctamente, de manera que termina escapándose por el agujero negro de la fragmentación, que nos conduce a prestar atención a cosas intrascendentes e irrelevantes para nuestros objetivos vitales.
¿Cómo recuperar el control de tu tiempo?
La fragmentación experiencial nos hace creer que el tiempo es nuestro enemigo, lo cual nos conduce a una lucha en la que llevamos las de perder.
La clave consiste en cortar los pensamientos negativos sobre el tiempo puesto que cuando un pensamiento se repite una y otra vez, se convierte en una creencia y esta, a su vez, en una realidad.
Si te repites “no tengo tiempo para nada”, ese pensamiento terminará convirtiéndose en tu realidad. Terminará generando una sensación de prisa y ansiedad que, a su vez, te dará la sensación de que el tiempo va más deprisa, sumiéndote así en una espiral.
De hecho, ¿sabías que la ansiedad altera nuestra percepción del tiempo? Psicólogos del University College de Londres han comprobado que cuando nos sentimos ansiosos creemos que el tiempo pasa más rápido y tenemos la sensación de que tenemos menos tiempo.
¿Cuál es el secreto para revertir esa tendencia?
Ser más conscientes de nuestro tiempo. Tener tiempo debe convertirse en una actitud.
Y eso implica simplificar nuestra vida. Volvernos amigos del tiempo, en vez de intentar ir contrarreloj u obsesionarnos con la multitarea. Para tener más tiempo debemos pausarnos, en vez de acelerarnos. Parece un contrasentido, pero ir más despacio, en vez de correr más, nos devolverá el control de nuestras horas.
En vez de decirte “no tengo tiempo para nada” y estresarte por ello, simplemente di: “tengo tiempo suficiente para hacer lo más importante”. Y asegúrate de que así sea. No caigas en la trampa moderna de la fragmentación experiencial.
Fuente:
Sarigiannidis, I. et. Al. (2020) Anxiety makes time pass quicker while fear has no effect. Cognition; 197: 104116.
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