La envidia es uno de los siete pecados capitales, y uno de los más vergonzosos. Por eso, solemos esconderla, incluso a nosotros mismos. De hecho, es curioso que este término provenga del latín “invidia”, que significa, literalmente, “no ver”. Y es que ese rencor profundo y a menudo hostil que sentimos hacia alguien, es difícil de reconocer.
Los envidiosos son insatisfechos crónicos
La persona que siente envidia, inconscientemente, se percibe como alguien inferior, una especie de “perdedor” atrapado en la maldad. A estas personas les resulta particularmente difícil apreciar las cosas positivas de la vida pues normalmente están demasiado preocupadas por la imagen que reflejan y demasiado ocupadas en comparar los logros de los demás con los suyos.
De esta forma, nunca se sienten satisfechas ni valoran lo que tienen porque siempre habrá alguien que tenga más o que sea mejor. Sin darse cuenta, estas personas se ponen la soga al cuello, tejen a su alrededor una tela de araña que les impide ser felices.
Las 3 condiciones de la envidia
Para que la envidia eche raíces, se deben cumplir tres condiciones.
1. Compararse con alguien, supuestamente superior, ya sea por sus características físicas, rasgos de personalidad, posesiones o logros.
2. Desear esa posesión o cualidad para nosotros mismos, hasta el punto de pensar que somos profundamente desgraciados si no la tenemos.
3. Experimentar una profunda rabia, rencor o incluso dolor porque no tenemos lo que deseamos.
Por eso, la envidia no es más que el dolor causado por desear lo que tienen los demás. Es una profunda sensación de vacío interior, como si de repente todo lo que la persona ha logrado se desvaneciera y solo existiera el objeto de la envidia, es como si su vida careciera de sentido si no logra eso que desea.
La envidia activa los centros cerebrales del dolor y mata la empatía
Ahora los psicólogos están comenzando a comprender los circuitos neurales que se encuentran en la base de la envidia y por qué puede llegar a causar auténtico dolor. Científicos del Instituto de Ciencias Radiológicas de Japón escanearon los cerebros de 19 jóvenes mientras imaginaban que eran protagonistas de diferentes situaciones sociales, en algunos casos debían compararse con personas de mayor o menor estatus o éxito.
Cuando los participantes se comparaban con personas que envidiaban, las regiones cerebrales involucradas en el dolor físico se activaban. Y cuanto más profunda era la envidia, más intensamente respondían los centros de dolor del córtex cingulado anterior dorsal y otras áreas relacionadas.
Lo curioso es que el dolor que genera la envidia no está causado por desear lo que otros tienen, sino por el sentimiento de inferioridad y frustración que experimentamos. Por eso, es importante estar atentos y no caer en ese círculo vicioso ya que la envidia puede salirnos muy cara, haciéndonos pagar un elevado precio a nivel emocional y social.
En el experimento también se apreció que cuando a los participantes se les daba la oportunidad de imaginar que la persona envidiada caía en la ruina, entonces se activaban los circuitos de la recompensa en el cerebro, en forma proporcional a la magnitud de la envidia. Es decir, aquellos que sentían más envidia reaccionaban a la noticia de la desgracia ajena con mayor placer. Estos psicólogos piensan que su investigación reafirma un antiguo refrán japonés: “Las desgracias de los otros saben a miel”.
De hecho, un estudio realizado a mayor escala, con 650 personas, en la Universidad de Shenzhen no solo confirmó que cuando una persona siente envidia las desgracias ajenas generan la sensación de placer sino que además, les impide ponerse en el lugar de quien sufre. En práctica, la envidia desactiva los circuitos neurales que nos permiten ser empáticos, lo cual, obviamente, es muy peligroso ya que nos puede llevar a tomar decisiones de las cuales podemos arrepentirnos.
La envidia es una cuestión de actitud
El problema fundamental de la envidia es que termina nublando nuestro raciocinio, nos impide ver la imagen completa. Por ejemplo, cuando envidiamos a nuestro vecino por su coche nuevo, ignoramos todo el esfuerzo y el sacrificio que probablemente ha tenido que hacer para comprarlo.
En la vida todos somos ricos, no solo por lo que tenemos, sino fundamentalmente por lo que no tenemos. Es muy fácil olvidar todos los sacrificios que muchas personas han tenido que hacer para llegar a cierto punto, perdiéndose en el camino muchos pequeños placeres de los que quizá nosotros hemos disfrutado.
Por supuesto, también hay personas que, por ejemplo, han heredado su riqueza sin esfuerzo ni sacrificio. ¿Acaso no despiertan envidia?
En este sentido, la tradición hindú indica que la gente “afortunada” simplemente está recogiendo el fruto de sus acciones kármicas en el pasado, incluyendo los esfuerzos de sus padres y abuelos. No obstante, en cualquier caso, debemos pensar que la vida siempre tiende a buscar un equilibrio y pone a cada quien en su sitio, nadie es tan pobre que no pueda dar algo, al menos una sonrisa o un abrazo. Y nadie es tan rico como para no necesitar una sonrisa o un abrazo. Porque no es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita y, aún así, es feliz.
De hecho, la envidia es fundamentalmente una cuestión de actitud, una reacción que nos han inculcado desde pequeños debido a que vivimos en una sociedad altamente competitiva donde nada nunca es suficiente y siempre hay que ir un paso más allá del otro. Sin embargo, cada vez que encontramos a una persona «exitosa», podemos reaccionar con indiferencia, alegría, admiración o envidia. Somos nosotros quienes decidimos qué camino tomar. Y la envidia es un camino que no vale la pena.
Fuentes:
Feng, Ch. et. al. (2015) Social hierarchy modulates neural responses of empathy for pain. Social Cognitive and Affective Neuroscience Advance; 11(3):485-95.
Hidehiko, T. et. Al. (2009) When your gain is Is My Pain and Your Pain Is My Gain: Neural Correlates of Envy and Schadenfreude. Science; 323(5916): 937 – 939.
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