Aunque no soy acérrima partidaria de la teoría freudiana según la cual la mayoría de las desdichas de la vida adulta se deben a traumas infantiles, en ciertos momentos se debe reconocer que algunas experiencias infantiles pueden ser decisivas para el desarrollo de la personalidad y pueden poner su granito de arena en la forma de percibir el mundo.
Investigadores de la Universidad Estatal de Georgia, EUA, han descubierto algunos mecanismos que explicarían cómo el dolor infantil altera el procesamiento del dolor en la vida adulta. Así, se ha demostrado que los niños que pasan tiempo en la Unidad de Cuidados Intensivos cuando llegan a la adolescencia presentan alteraciones en la sensibilidad ante el dolor.
Cuando los bebés son expuestos al dolor en edades muy tempranas se produce una pequeña diferenciación en la zona cerebral relacionada con la percepción y regulación del dolor (la sustancia gris periacueductal), así cuando son adultos poseen menor sensibilidad ante el dolor. En esencia, estas bebés producen de forma endógena más péptidos opiodes como las endorfinas para inhibir el dolor; posteriormente cuando llegan a la adultez, se mantienen los altos niveles de opioides, en ocasiones son dos veces más elevados que lo normal.
Al contrario de lo que pueda pensarse estar inmunizados ante el dolor no resulta muy positivo ya que el dolor actúa como un señalador de peligro que nos hace reaccionar. Además, estas personas desarrollarían mucho menos la resiliencia ante las situaciones adversas.
Noticia tomada de: Georgia State University (2009, Septiembre). Infant Pain, Adult Repercussions: How Infant Pain Changes Sensitivity In Adults. ScienceDaily. En: https://www.sciencedaily.com /releases/2009/09/090927130048.htm
Deja una respuesta